Llamo experiencia portal a aquellas vivencias que te transportan a otro plano de existencia, que marcan un antes y un después en tu vida. Son actualizaciones internas desde las cuales el mundo se contempla, a partir de ahí, con una mirada distinta, renovada.
Las experiencias portal suelen recordarse como hitos evolutivos, como puntos de inflexión que señalan un cambio en la manera de percibir, comprender o estar en el mundo.
Una experiencia portal puede surgir de una lectura, una conversación, una charla, la visión de una pintura, una relación o de cualquier instante en que algo —una idea, una emoción, una imagen— produce un clic mental que ilumina lo que hasta entonces permanecía invisible.
Desde esta definición, uno no decide qué es un portal y qué no. Los portales se abren cuando confluyen dos fuerzas: algo externo que provoca la chispa y una predisposición interna a dar ese salto evolutivo. No son planificados; aparecen, suceden, nos atraviesan.
Sin embargo, el concepto de portal puede adquirir una dimensión menos existencial y más práctica, perfectamente aplicable —y, de hecho, necesaria— en los entornos profesionales. Me refiero a las pausas portal.
Una pausa portal es un momento suspendido entre dos situaciones distintas, cada una con su propia naturaleza y exigencias, que requiere de la persona el máximo nivel de presencia. Y con presencia no me refiero a estar físicamente, sino a estar cognitiva y atencionalmente disponible, libre de los residuos mentales de la situación anterior y plenamente orientada hacia la siguiente.
En un entorno laboral cada vez más acelerado, transitamos de un asunto a otro sin concedernos tiempo para soltar, integrar o reorientar la atención. Llevamos la mente saturada de lo anterior hacia lo siguiente, arrastrando tensiones, expectativas y ecos emocionales que enturbian la percepción y disminuyen la calidad de la presencia.
La pausa portal tiene el propósito de interrumpir ese flujo automático y crear un breve espacio de regeneración mental. Podríamos decir que abre una zanja simbólica entre momentos distintos de la experiencia, evitando que se mezclen y permitiendo que cada uno conserve su identidad. Esa zanja no es un vacío improductivo, sino un territorio fértil donde la atención se reordena y la mente recupera su capacidad de presencia.
Quienes se dedican a la formación conocen bien la necesidad de estos espacios. Suelen servirse de las pausas de café o de pequeños descansos, situados estratégicamente para separar temáticas o fases de trabajo que requieren un breve intervalo de distensión y conciencia. Esas pausas no solo sirven para descansar, sino que delimitan, preparan y dan sentido a lo que viene después. Son lo que, en este artículo, denominamos pausas portal.
Y la necesidad de ponerle un nombre no surge de ningún afán por renombrar lo obvio —lo que siempre hemos llamado descanso, pausa o desayuno—, sino de la voluntad de profesionalizar y cualificar estos espacios.
Nombrarlas "pausas portal" permite visibilizar su verdadero propósito: no se trata solo de interrumpir la actividad, sino de crear un túnel de lavado mental y emocional que nos ayude a desprendernos de los residuos de la situación anterior. Solo así es posible recuperar la atención, la disposición emocional al otroy la calidad conversacional necesaria para que las reuniones, las decisiones o los intercambios profesionales se realicen desde un estado de presencia lo más limpia y renovada posible.
Estas pausas actúan como transiciones conscientes que hacen que cada momento de trabajo conserve su identidad propia. Son pequeñas prácticas que, bien integradas, mejoran la precisión en la toma de decisiones, la capacidad de escucha, la calidad del pensamiento colectivo y el bienestar de las personas.
Porque, del mismo modo que en las acciones formativas estas pausas están naturalmente integradas, también deberíamos incorporarlas y normalizarlas en todos nuestros entornos laborales.
Debería resultar habitual prever una pausa portal entre reuniones, del mismo modo que se programa un descanso o un cambio de sala. Solo la vivencia de ser protagonista de una transición consciente y calmada —de una video reunión a otra, por ejemplo— ya sería algo agradablemente llamativo y revelador de una organización que cuida la calidad del tiempo y la atención de quienes la habitan.
Una práctica tan simple como esa diría mucho de la cultura organizativa, especialmente si la comparamos con el desorden, la ansiedad, las prisas, el surfeo, la superficialidad y el cansancio que caracterizan buena parte del trabajo actual. Frente a la aceleración y el desgaste, las pausas portal ofrecerían un respiro lúcido, un modo de habitar con más conciencia los márgenes entre una acción y otra.
Pero no solo son necesarias las pausas entre reuniones; también deberían preverse entre una tarea y otra, entre el cierre de un proyecto y el inicio del siguiente, o entre periodos del año que marcan cambios de ciclo, como el inicio o el final del curso, la vuelta de vacaciones o el cierre de ejercicio.
Debería haber pausas portal antes de mantener una conversación difícil o emocionalmente cargada, o después de una reunión intensa o conflictiva, para permitir que la mente y el ánimo se reorganicen. También antes de una presentación importante, una entrevista de selección, una sesión formativa o una intervención pública, cuando es necesario centrar la energía y conectar con la intención.
Podrían integrarse en los momentos de evaluación —antes de analizar resultados o dar feedback—, o tras una toma de decisiones compleja, para liberar la tensión acumulada y dejar que lo decidido asiente en la mente.
Incluso en la vida cotidiana del trabajo, una pausa portal puede ser el breve intervalo entre responder un correo sensible y escribir otro, entre atender a una persona y concentrarse en una tarea analítica, o antes de cambiar de entorno o de rol dentro del mismo día.
Conviene advertir que no toda pausa entre actividades tiene por qué ser una pausa portal. De hecho, muchas personas llenan esos intervalos con nuevas microtareas —revisar el correo, responder mensajes, mirar el móvil— que prolongan el continuo cognitivo entre una situación y la siguiente.
El carácter de portal solo se adquiere cuando la pausa está deliberadamente pensada para su propósito, es decir, cuando se utiliza para tomar conciencia del estado en el que se abandona una situación y del estado en el que se aborda la nueva.
Esa toma de conciencia actúa como un acto de higiene mental y emocional: permite liberarse de tensiones, pensamientos obsesivos o malestares que puedan arrastrarse, y abrirse con ligereza y presencia a lo que viene después.
Entre lo que termina y lo que empieza no basta con detenerse: hace falta un gesto que señale el paso, que invite a soltar y a disponerse. Ese gesto es el ritual, la forma más humana y práctica de convertir una pausa en portal.
Ritualizar las pausas portal no tiene nada de esotérico ni de místico: es, en realidad, una herramienta práctica para cuidar la calidad mental y emocional con la que transitamos entre actividades. Incorporar pequeños rituales ayuda a estructurar el tiempo, marcar los límites y reajustar la atención antes de entrar en un nuevo contexto.
En el ámbito profesional, los rituales portal tienen un enorme potencial práctico. Pueden integrarse fácilmente en la dinámica diaria y adaptarse al tono de cada equipo o persona. Funcionan como micromecanismos de cuidado cognitivo y emocional, que mejoran la atención, la escucha, la toma de decisiones y la disposición hacia los demás.
Ahí van algunos rituales sencillos que pueden ayudar a convertir las pausas en portales de transición. Son solo ejemplos, cada persona o equipo puede adaptarlos o crear los suyos propios, según su estilo y cultura de trabajo:
Antes o después de una reunión
- Un minuto de silencio consciente de la respiración, con los ojos cerrados o abiertos, simplemente observando la respiración y dejando que se asiente la mente.
- Explicar cómo llega cada persona, con una frase breve: “vengo disperso”, “con energía”, “aun procesando la reunión anterior”. Este gesto genera presencia y empatía.
- Cierre con una frase o gesto simbólico: “con esto lo damos por concluido”, “gracias por las aportaciones” o un aplauso conjunto.
- Mover el cuerpo, levantarse, estirarse o cambiar de posición para marcar físicamente el final de una fase.
Entre tareas o cambios de contexto
- Cambiar de entorno: Caminar unos pasos o dar un paseo. El movimiento físico señala al cerebro que algo termina y algo nuevo comienza.
- Un gesto de limpieza simbólica, como vaciar la papelera digital o cerrar las pestañas abiertas.
- Una breve respiración consciente, acompañada de la pregunta: “¿qué dejo atrás?” y “¿con qué quiero conectar ahora?”.
Al cerrar o iniciar un proyecto
- Escribir una frase de cierre, reconociendo lo aprendido o agradeciendo la colaboración del equipo.
- Revisar brevemente lo logrado y permitir un minuto de silencio antes de pasar al siguiente objetivo.
- Nombrar lo que se deja y lo que se abre, como acto de reconocimiento colectivo.
- Obtener lecciones aprendidas, revisando qué aspectos de lo experimentado han de modelar actuaciones futuras.
Entre periodos del año o de actividad
- Realizar un pequeño balance personal o de equipo, identificando lo que se desea conservar y lo que se quiere soltar del ciclo anterior.
- Dedicar unos minutos a imaginar el nuevo ciclo, visualizando el propósito que nos ha de inspirar.
Antes o después de conversaciones o decisiones significativas
- Una breve respiración en grupo o individual, con la intención de limpiar emociones previas y abrir la escucha.
- Nombrar el propósito de la conversación, dejando claro qué se busca, para alinear la atención.
- Cierre consciente, dedicando unos segundos a reconocer el valor del intercambio, incluso si no hubo acuerdo.
- Caminar unos pasos en silencio después, para dejar reposar lo vivido antes de volver a la actividad.
Estos rituales no son normas ni protocolos, sino formas de devolver al trabajo su dimensión humana y consciente. Su fuerza reside en la repetición con sentido: cuanto más se practican, más se integran y más natural resulta transitar entre actividades sin arrastrar el ruido del pasado inmediato.
Ritualizar las pausas es, en definitiva, una forma de recordar que la calidad del trabajo depende también de cómo atravesamos los espacios intermedios. Porque, posiblemente, el futuro de la productividad no dependa tanto de hacer más, sino de saber cerrar y abrir mejor. Solo quien sabe soltar lo anterior puede llegar entero a lo siguiente.



Muy interesante, como siempre, Manel. Me viene a la cabeza la forma en que hacer convivir estas pausas portal con el estado de flujo que de vez en cuando nos visita 😉
ResponderEliminarGracias, Julen, buena cuestión. Quizás ahí esté la clave. Las pausas portal no buscan interrumpir el flujo, sino protegerlo. Permiten cerrar bien lo anterior para poder entrar de lleno en lo siguiente.
EliminarComo recordaba Hayao Miyazaki, "el maestro de Totoro": sin pausa (ma), todo es un lío.