lunes, 23 de febrero de 2015

Tentaciones, obsesiones y deseos


Dominique Papety [1815-1849]. La tentación de San Hilarión
Entre muchos de los beneficios que se obtienen al sintonizar el pensamiento con la respiración, y que se consigue con prácticas como la meditación, está el del descanso al interrumpir el alud de ideas que parasitan continuamente –día y noche- nuestra vida mental.

Se pone en evidencia el bullicio mental en el que estamos inmersos continuamente y cómo ese ruido mantiene nuestra atención cautiva, con todo tipo de recuerdos y suposiciones, distrayéndonos del presente en el que nos hallamos y de la oportunidad única de degustar el momento que vivimos.


Paul Delaroche, 1832 - La tentación de San Antonio
Dejar la mente en blanco es prácticamente imposible. Como mucho, uno puede dirigir su atención hacia un punto interior [la respiración] que le reúna consigo mismo ausentándolo por unos momentos de ese sinfín de pensamientos en el que se halla de continuo inmerso. Pero aun así, aunque sea concentrándose durante unos minutos en la propia respiración, es igualmente difícil dejar de pensar en nada más ya que, al poco, es probable verse de nuevo enredado en alguna idea que ha saltado la valla de seguridad con la que intentábamos contenerla.

La falta de gobierno sobre nuestra vida mental, el estrés al que nos somete continuamente nuestra vida psíquica, la falta de sosiego que provoca la cantidad de ruido que puebla nuestra mente, el ir a remolque del arbitrio en el que aparecen las ideas y la superficialidad que conlleva no vivir la intensidad propia a cada momento, es una de las primeras enseñanzas que se obtienen al poco de practicar la meditación.


Alexandre Louis Leloir, 1871 - La tentación de San Antonio

Otro de los aprendizajes es que no hay peor enemigo para la paz interior que uno mismo y de cómo saboteamos nuestro propio bienestar como si en aislarse en el inofensivo vaivén de la respiración, silenciando y siendo ajenos al caudal tumultuoso de los continuos pensamientos que circulan en todas direcciones, estuviera la clave de la liberación a una peligrosa adicción que nosotros mismos buscamos, incomprensiblemente, impedir a toda costa. Al menor descuido, cualquier ruido, sensación corporal o idea compite por capturar la atención; meditar suele ser, sobre todo al principio, una lucha por mantener a raya esas ideas.

Es asombroso cómo la mente reúne y presenta aviesamente preocupaciones, obsesiones y deseos con el fin de capturar la atención e interrumpir un silencio que parece contrario a su naturaleza sobrexcitada, muestra de ello es la atención que ha generado en una multitud de artistas que han dado buena fe de este fenómeno.


Juan Valdés Leal, 1657 - Las tentaciones de San Jerónimo
La enorme dificultad para contener el torrente de ideas que acuden invocadas por el mismo silencio al que conjuramos ha sido plasmado a lo largo del tiempo en esas pinturas que representan a aquellos eremitas que se recluían en montañas o desiertos buscando la soledad necesaria para adquirir consciencia plena, mortificarse y elevar su espiritualidad a la cota máxima.

Los manjares y las libidinosas figuras femeninas con las que supuestamente eran tentados estos personajes no son otra cosa que la proyección de la lubricidad que habitaba en su subconsciente, en realidad se trataba de sus propios apetitos, pasiones y deseos irrumpiendo en su estados de meditación tal y como ocurre cuando intentamos silenciar nuestros pensamientos.


Lovis Corinth, 1897 - La tentation de Saint Antoine
La representación iconográfica y el hecho de externalizar la responsabilidad refiriéndose a “tentaciones” no reflejan otra cosa más que el sesgo con el que la religión enfoca determinados temas y la necesidad de atribuir a alguien externo [la mujer , ¿cómo no?] lo que sólo forma parte de uno mismo. Pero en realidad se trata de los fantasmas que habitaban esas cabezas y, a juzgar por el esfuerzo que revelan los rostros, capaces de competir con la más elevada y mística de las intenciones.

Joos Van Craesbeeck, 1650 - La Tentación de San Antonio
Más que rechazarlas, lo interesante de silenciar el pensamiento consiste en observar el paso de esas ideas sin reprimirlas, adquiriendo perspectiva y buscando aquella clave que las convierte en tan atrayentes, la fuente de donde mana su fuerza para hacerse con el protagonismo de la situación. Una vez despojadas de este enigma las obsesiones se disuelven en lo que son, simples obsesiones cediendo el paso a la realidad incuestionable y reposada de la propia respiración.

De ahí la utilidad que este tipo de prácticas tiene para liberarse de toxinas mentales, adquirir consciencia del aquí y el ahora, relativizar el ayer y el mañana y conectarse con la evidencia viva de la propia existencia.