lunes, 31 de agosto de 2020

En busca del tiempo perdido: Las Cigarreras



 

Esta pintura representa lo que podría ser una escena cotidiana en la que fue la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla, un edificio bellísimo e imponente convertido, actualmente, en sede de la Universidad de Sevilla.
La Real Fábrica de Tabacos llegó a dar trabajo a 6000 personas, albergando, inicialmente, a unos 1900 trabajadores, la mayoría hombres, hasta que, a mediados del s.XIX,  alguien cayó en la cuenta de que las mujeres eran menos exigentes y más productivas, con lo que la mano de obra masculina fue rápidamente sustituida por otra de femenina, tal y como lo recogió Gonzalo Bilbao en esta pintura denominada “Las Cigarreras” y realizada para la Exposición Nacional de Bellas Artes de Sevilla de 1915.
En la imagen se describe la actividad en una “galera”, que es como se denominaban a estas naves con filas de mesas en torno a las cuales se arracimaban trabajadoras para “torcer” [enrollar] los cigarros, agruparlos en mazos y guardarlos en cajas, tal y como se nos muestra sobre la primera mesa y en el suelo, justo delante y detrás de la primera mujer de la derecha.
Su independencia, la productividad, su valiosa aportación a la necesitada economía familiar y su actitud resuelta ante la hegemonía de lo masculino, confirió a las cigarreras de Sevilla un gran prestigio en la ciudad dotando a la figura de una enorme potencia icónica que autores como Mérimée o Bizet no supieron transferir al personaje de “Carmen” [una de estas cigarreras], optando por obtener más rendimiento del tópico masculino sobre lo irresistible, inestable, delirante y fatal que puede llegar a ser una mujer bella.
En la pintura, la acción parece girar en torno de la figura central de la mujer que amamanta a la criatura y en la cual convergen las miradas de regocijo cómplice de sus compañeras; como para reforzar este aspecto, la imagen atrapa e incluye a la joven con la cabeza cubierta de un pañuelo blanco que se halla a la derecha de la imagen, sentada en la mesa de detrás, y en la que la distancia de la escena la exime de cualquier expresión forzada exhibiendo una mirada curiosa acompañada de una sonrisa espontánea, empática y sincera.


El total de la escena armoniza, con toda naturalidad, lo personal con lo laboral y lo individual con lo colectivo traduciéndose  en un ambiente alegre y, a la vez, cálido sin que ello vaya en detrimento de la sensación de estar llevándose a cabo una actividad productiva dinámica y responsable.
El conjunto evoca comunidad, conciliación, relación y arropo pero también, dignidad,  responsabilidad, autoorganización y empoderamiento, todos ellos rasgos supuestamente pretendidos en los entornos organizativos de hoy en día, de ahí, muy probablemente, las fascinación hipnótica que despierta esta pintura desde una óptica como la actual, tan sensible a detectar, como los hombres grises de Momo, cualquier variable que atente contra una adecuada optimización del tiempo y suponga un perjuicio para la insaciable productividad o aprovechamiento que ha de dar sentido a cualquier cosa que se haga.
De hecho, todo lo que atañe a esta pintura, incluso el mismo acto de contemplarla, tiene que ver con la vivencia del tiempo y con la riqueza inacabable de matices humanos que aporta la atemporalidad de vivir un instante, en concreto del que emana de esta escena central y que nos arroja, en palabras de Luciano Concheiro  fuera del devenir, trastocando el estado de las cosas, donde la linealidad y la sucesión desaparecen; tal y como ocurre en este instante enquistado en la actividad fabril que recrea el resto de la pintura, como situado entre los paréntesis formados por la mujer joven de la izquierda, la que está en el suelo mojando las hojas de tabaco, y el resto de mesas que se pierden a lo largo de la galera, ajenas al motivo central del cuadro.
Contemplar Las Cigarreras, es desear para nosotros y nuestro día a día la vitalidad e inmensidad de tiempo que se halla en el instante que recoge esta pintura, por esto puede ser considerada una obra “portal”, ya que nos traslada a otro marco, difícil de describir pero que se anhela enormemente y en el que, con toda probabilidad, anida nuestra esperanza ante la posibilidad del cambio organizativo y de modelos de trabajo que tanto ansiamos.

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Epílogo

Curiosamente, 1915 también fue el año en el que falleció F.W. Taylor, el padre de la división del trabajo, la producción en cadena, el control y demás lindezas que caracterizan el modelo de producción que hoy consideramos tan normal.
Esta nueva manera de organizar el trabajo llegó también a la Real Fábrica de Tabacos la cual, un año después de esta pintura, en 1916, aumentó la mecanización de la producción e introdujo métodos de control sobre la productividad de las personas que chocaron frontalmente con la cultura organizativa que había hasta entonces.
La libertad y empoderamiento que gozaban las trabajadoras ya debían ser difíciles de digerir en aquel momento donde la necesidad constante de la presencia de la mujer en el ecosistema familiar y la estratificación social eran todavía más acusadas que hoy en día y donde  la picaresca y un ambiente abierto podían poner algo de solución a muchísimas de las carencias a las que se veían sometidas aquellas existencias humildes, de hecho, se dice que la flexibilidad de la que gozaban las trabajadoras convivía con controles a la entrada y a la salida y la existencia de una pequeña prisión dentro de la fábrica.
Però, la llegada de la modernidad con sus promesas productivas y de progreso, fue el principio del fin y no tan sólo de todo lo que se desprende de esta pintura, sino de lo que fue la misma Real Fábrica de Tabacos antes de desaparecer, definitivamente, como tal.
No parece que hayamos aprendido mucho de todo ello.