viernes, 17 de marzo de 2023

Evolución y narrativa en consultoría: mi experiencia 13 años después.

Me dicen las redes sociales que ya han pasado 13 años desde que ultimásemos en Málaga los detalles de la declaración artesana y al revisarla, sigue pareciéndome tremendamente sólida, como todo aquello que está pensado a consciencia y sin estridencias; no puedo evitar sonreír al intuir en ella la mano de colegas que, estoy seguro, en la Edad Media, hubieran sido constructores de catedrales góticas por aquello de que lo que elaboran está tan bien hecho que se podría decir que es para siempre si no fuera porqué nosotros despareceremos antes.

No obstante, al leerla también me veo a mí en mis inicios post empresariales y miro con cariñosa nostalgia a aquel que era entonces y en el que no me identifico ahora, ya sea porqué esté en un momento distinto o puede que también sea porque, sin saberlo, nunca me haya identificado del todo ya que, con los años, he aprendido a distinguir entre lo que quiero y lo que quiero querer y entre quien soy y quien creo ser, soy más sincero conmigo mismo y me atrevo más a decirme la verdad de lo que pienso, creo y siento, de ahí que cada vez tienda más al silencio, porque hablar no me permite escuchar ni escucharme.

En la Declaración decimos que buscamos divertirnos en cada trabajo y, con el tiempo, veo que no se si lo he buscado, pero divertirme, lo que se dice divertirme, me he divertido poco, eso no quita que en muchas ocasiones haya salido satisfecho de lo que he considerado un trabajo bien hecho, o de que haya disfrutado enredándome en la interacción con el grupo de personas, pero divertirme no sería la expresión que utilizaría si pienso en las horas de preocupación invertidas para resolver cuestiones, en la pereza que me sobreviene siempre que he de exponerme públicamente, en hacer frente a los mismos obstáculos y resistencias, en las dudas que me han asaltado ante las propuestas o diseños que he presentado y en la necesidad que he tenido de aceptar ciertos proyectos o amoldarme a ciertas exigencias para garantizar una buena relación con el cliente; no, no me he divertido, como mucho he llegado a casa satisfecho de cómo han ido las cosas, de que tal o cual intervención ha funcionado o de haber salido indemne de una dura jornada de trabajo, pero, en general, no me  he divertido y ahora, la verdad, ya no busco divertirme.

Para mí la consultoría ha sido y sigue siendo la manera profesional de compartir los resultados de mis inquietudes  intelectuales y personales -si es que hay alguna distinción en ellas- con aquellas personas con las que he colaborado, porque, eso sí, siempre he tenido claro que trabajo con las personas, personas que forman parte de organizaciones, claro, pero que me trasladan unas necesidades que se supone que son de la organización, a través de sus sesgos particulares, algo inevitable en cualquier interacción humana; mediante la consultoría, decía, he vehiculizado el resultado de mi inquietud por comprender las claves del funcionamiento de las personas en las organizaciones, lo cual es lo mismo que decir, del funcionamiento las personas entre sí en entornos organizados, tanto juntas como de cada una en su individualidad. Y las organizaciones con las que colaboro, han contribuído a este trabajo comprensivo, dejándome habitar en parcelas de su realidad, esta ha sido la principal transacción en los años que llevo de consultor, esta y poder vivir de ello, claro.

Veo que lo que he ofrecido a lo largo de los años es más un punto de vista en constante evolución que una técnica artesanal. En realidad, respecto a esto último he seguido en mis inercias de siempre, es cierto que he aprendido de mis colegas y he incorporado algunas técnicas de acuerdo con mis posibilidades, necesidades y capacidades, pero no ha habido un cambio sustancial que marque un antes y un después, sigo haciendo las cosas de forma muy parecida.  Sin embargo, he invertido la gran mayoría de mis recursos personales en la creación de una narrativa propia que ha sido la que ha ido dictando la melodía a mi mano, algo que no creo, en absoluto, que sea singular y que sólo me pase a mí, pero sí que puede suponer una diferencia en el modelo de consultoría que se ofrece. Cuando se antepone el marco narrativo a la metodología de trabajo, entonces, más que de consultoría artesana, estaríamos hablando de consultoría de autor, algo que sí que establece una diferencia entre unas prácticas de la consultoría y otras, sin que por ello, en ningún caso, tengan que ser excluyentes la artesanía y la generación de conocimiento, se trata simplemente de donde se halla el punto de apoyo, si en el en el cómo o en el porqué.

La creación de una narrativa propia que permita comprender y actuar sobre la realidad con la que se trabaja puede hacerse vertical u horizontalmente, es decir, profundizando en un punto o transitando de un punto a otro. La profundización permite la especialización y repercute en la identidad que se proyecta, algo que está muy bien por varias razones, una es que te da más seguridad sobre lo que dices o haces, la otra es que es más fácil que se te identifique claramente en un tema, lo cual aumenta la probabilidad de que se te tenga en cuenta cuando alguien tenga una necesidad que esté relacionada con tu ámbito de conocimiento.

En mi caso, no ha sido así, nunca un punto de apoyo me ha parecido lo suficientemente sólido como para capturar toda la atención y profundizar en él; aunque siempre me he dedicado al cambio en las organizaciones he tocado todo tipo de melodías: la planificación, la mejora continua, la comunicación, el trabajo en equipo, el liderazgo, las comunidades, la autogestión, la colaboración, la gestión del conocimiento, etc., cada uno de estos puntos iba activando otro que se incorporaba a mi relato de manera principal mientras, los anteriores iban perdiendo resonancia e incluso diluyéndose hasta desaparecer.

Con el tiempo he sido consciente de que este transitar nunca ha tenido el propósito de conocer nuevas cosas, nunca ha sido aditivo, ni tampoco se debe al aburrimiento, sino que ha sido la consecuencia directa de la colisión de mi discurso con la realidad que estoy viviendo en aquel momento, sí, mi transito siempre ha sido debido a una decepción, a una micro decepción si se quiere, por no ser tan extremo. A menudo los discursos nos hacen vivir realidades paralelas a las que se dan en el día a día, es más, estos discursos pueden ser compartidos entre varias personas creándose el equivalente a mundos propios donde estos discursos se refuerzan y se reafirman, al margen de la cruda realidad determinada por la cultura y el modus operandi de las organizaciones. La gestión del cambio y todos sus afluentes como la innovación, el conocimiento o el super liderazgo suelen ser un buen caldo de cultivo para la creación y supervivencia de estos lobbies extraterrestres.

Mi tránsito particular me ha llevado a la convicción de que cualquier cambio que se quiera llevar a cabo en el entorno ha de partir, en primer lugar, de la voluntad consciente y sincera de querer cambiar, sin ese deseo prendido en el alma, el cambio que se impulsa no suele pasar de ser un espejismo que se desvanece con el tiempo, como ya habréis podido comprobar.

En segundo lugar, para gestionar el cambio uno ha de cambiar, no hay otra, moverte de un lugar a otro comporta que tú mismo o tu misma abandones el lugar en el que estabas, y llevar a cabo un cambio personal, sea de la magnitud que sea, exige cierta capacidad de autoconsciencia respecto a quien se está siendo.

Y todo esto me lleva a ahora, en estos trece años he ido viajando de lo macro a lo micro; en el momento actual estoy trabajando en aquellos aspectos relacionados con la transformación personal necesaria para impulsar el cambio, ya sea en un equipo o en una organización; pura consultoría de autor con una praxis artesana; no creo que vaya ya mucho más allá, lo siguiente sería meterme en biología molecular y me queda un poco lejos, uno ya tiene sus años.

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La imagen es de markusspiske y está en Pixabay

Escribí este post para la Red de Consultoría Artesana #REDCA 

viernes, 10 de marzo de 2023

Autogestión no es sólo hacerlo a tu manera

 

Autogestión es hacerlo cómo y cuándo tú quieres, esto está claro, pero no es sólo esto, autogestión no es un “lo mío me lo hago yo” o un “dejadme que esto es cosa mía”, comprender que en realidad no se trata sólo de esto, es clave para que este concepto adquiera sin lugar a duda, la connotación de adultez que es inherente a él.

Veamos, la autogestión contempla varias partes, unas son las más conocidas como el que tu eliges cómo lo haces y decides cuando hacerlo; en modelos más avanzados podría incluirse el decidir también dónde lo haces, adquiriendo el conjunto un carácter de autonomía total; estos aspectos son los que se desprenden con más facilidad cuando se oye la palabra “autogestión”; sin embargo, la autogestión también está influenciada por el grado de relación entre la tarea autogestionada y el grupo humano al que perteneces, si hay poca relación casi podemos afirmar que la autogestión no requiere de mucho más, que tu decides el qué, el cómo e incluso, el cuándo, pero a más relación existe entre tu autogestión y aquellas personas que te rodean, más necesaria es la capacidad que tienes de despertar confianza en ese entorno, de ahí que “autogestión” sea, en el mundo del management, un término delicado donde los haya y que se halle siempre en esa tierra sombría y sin dueño que separa el deseo de tener un modelo de gestión avanzado con la capacidad de riesgo necesaria como para intentarlo.

Un elemento importante para generar esta confianza es tener en cuenta el impacto  sobre los demás; la autogestión mal entendida puede llevar al individualismo, a creerse al margen de la comunidad o grupo humano en el que se esté, puede ser interpretada por la persona como una liberación, el momento justo para salir huyendo de la necesidad de dar cualquier explicación, un ser el propietario y único destinatario, alguien con todo el derecho a hacer el uso que le venga en gana o crea conveniente del poder sobre el cómo, el cuándo y el dónde que ha adquirido, un salvoconducto para franquear cualquier obligación para con los demás y, en especial, con los niveles jerárquicos de la organización.

Esta manera de entender la autogestión suele tener consecuencias molestas debidas a la incertidumbre y falta de coordinación que provoca la desconexión, así como al rechazo con el que puede interpretarse el deseo de perder de vista al equipo, algo que es insidiosamente tóxico.

La autogestión no es sinónimo de individualidad, nunca ha de llevarse a cabo sin tener en cuenta el equipo al que se pertenece, ha de engarzarse con la dinámica del conjunto, ser oportuna con el momento común, armonizarse con los espacios compartidos, alinearse con los intereses de todos.

Desde el punto de vista de la organización, la autogestión no es tanto un derecho que tiene la persona como una aportación que ésta realiza al conjunto, un rasgo de su madurez, de su nivel de autonomía, del compromiso con sus responsabilidades, de su capacidad de hacerse cargo de una parte del todo, sobre todo de esto, de ser consciente de ser una parte del todo.

Esto implica no sólo tomar decisiones, organizarse y llevar a cabo la actividad de la que se es responsable, sino hacerlo teniendo en cuenta las posibilidades, necesidades y los tiempos de las personas del resto del equipo, sólo entonces la autogestión cumple con los requisitos necesarios para ser el modelo ideal de gestión y un rasgo inequívoco de salud y madurez organizativa.

#Ideaclave: autogestión no es desconexión

  • Unifica criterios sobre los parámetros de la tarea a realizar [expectativas, tiempos, resultados, calidad del acabado]
  • Ajusta las posibilidades de tu agenda a las necesidades del resto de personas del equipo.
  • Geolocalízate, esto es, informa oportunamente del punto en el que te encuentras y de la dirección que vas a emprender.

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Imagen con Licencia de Pixabay

viernes, 3 de marzo de 2023

Cómo aprender consultoría

 

 
 Hace ya unos años compartí, en el seno de una Jornada, aquellos mecanismos mediante los cuales me “actualizo” y “aprendo”, aquí tenéis lo que escribí al respecto, para aquellas o aquellos que no le hayáis puesto cabeza, es un buen ejercicio, nada fácil, cuesta apartarse de la tendencia recurrente a acudir a lo culturalmente establecido, pero muy útil si queréis asomaros a las verdaderas fuentes de vuestro aprendizaje. No es fácil, no, ahora que leo lo que escribí en aquella ocasión, siento que todavía podría darle alguna vuelta más.

Con el tema de aprender consultoría me sucede lo mismo, me parece que debiera saberlo, que debería verlo sencillo, no en vano me dedico a ello desde hace 30 años, tanto a la consultoría como a facilitar procesos de aprendizaje, pero cuando lo pienso, se me antoja también algo, inasible, complejo, como si no hubiera nada estable que explicar y lo que llamamos consultoría se reinventase en cada proyecto.

Los intentos para hacer formación en consultoría se remontan, en mi caso, a hace unos veinte años, donde con unos colegas con los que compartíamos sociedad en una empresa de consultoría, montamos una formación para el personal técnico de otra empresa colaboradora para la cual éramos referentes en cuanto a método de trabajo.

No es que el proyecto fuera mal, ya sabéis, todo el mundo quedó contento, nos lo preparamos, elaboramos un programa formativo en aula [eran otros tiempos], le pusimos tiempo, hablamos y debatimos sobre esto y lo otro, fue fácil compartir los aspectos mecánicos de la gestión de un proyecto de consultoría como cómo estructurar una propuesta o cómo presupuestarla; trabajamos algún caso, pero no llegamos a transferir el intangible que vertebraba nuestra actuación como consultores, algo faltaba, mi conclusión, en aquel momento, fue que la consultoría se aprende captando e incorporando algo que solo se transfiere desde la práctica, ¿qué es este algo? Esta era la cuestión.

Pasados unos años, Eugenio Moliní, me habló de un libro que consideraba de cabecera: Consultoría Sin Fisuras, de Peter Block; Eugenio es uno de los consultores más completos que conozco y le considero un muy buen prescriptor, sus recomendaciones siempre son acertadas, por esta razón, me hice con un ejemplar con la esperanza de encontrar mi vivencia profesional, explicitada y bien organizada en un índice.

El libro de Block es bueno, ordena las fases de un proyecto de consultoría, te dice cómo has de ser, la fortaleza mental que has de exhibir, aporta conceptos, alerta sobre peligros y describe tretas, en algunos capítulos te eleva y en otros te ves como un principiante, a veces te llega un guiño de complicidad desde sus páginas, pero en mi caso, la consultoría que describía era de cuento, aunque psicológica la encontré distante, no vi mi trabajo, ni mis principios, ni a mis clientes, eso sí, aprendí algunas palabras interesantes que sigo aplicando.

Desde casi sus inicios, la Red de Consultoría Artesana se plantea la posibilidad de formar en Consultoría Artesana, Nacho Muñoz ha escrito un magnífico post sobre esto en este espacio y el último encuentro en Vitoria, trató el tema en profundidad aportando ideas y abriendo posibilidades muy, muy interesantes.

No pude asistir a ese encuentro, pero quiero contribuir a la reflexión de mis colegas y coincidir con sus conclusiones incorporándome con mi perspectiva actual y apoyándome en los siguientes puntos:

CONDICIONES PREVIAS: INQUIETUD POR EXPLORAR, CONSCIENCIA DEL POLIEDRO

La mayoría de mis referentes profesionales en el tipo de consultoría que llevo a cabo, son personas que leen y además, no sólo leen habitualmente, sino que saben apreciar todo tipo de literatura, sea esta del género que sea, exploran tanto la novela como el ensayo, ya se trate de antropología, filosofía, física, neurociencia, gastronomía, religiones, política, sociología o historia. No se trata de una lectura acumulativa, no, sino de una lectura curiosa, de un interés por sumergirse y explorar para el que siempre se encuentra tiempo, mientras se espera para una reunión, en el metro, entre vuelo y vuelo.

Hablo de lectura pero podría incluir series y películas, documentales o podcast de todo tipo, es un tipo de curiosidad que remite a algo infantil, en el mejor sentido de la palabra.

Podría pensarse que considero este rasgo importante por aquello de llegar a ser una persona informada o culta, pero no, no es por esto, creo que esta manera de canalizar esta inquietud responde a no considerar la realidad, la vida o el mundo en el que estamos, como algo fragmentado que viaja en direcciones opuestas, sino que todo forma parte de una única cosa, un gran poliedro y que esta curiosidad sólo responde al impulso inconsciente por conocer y sumergirse en cada una de sus caras.

Esa concepción del “todo” holística e interrelacionada, sistémica dirían algunas y algunos, incluye a las organizaciones y es por esto que la encuentro fundamental para abordar el cambio [personal u organizativo] y uno de los rasgos distintivos de la consultoría de profundidad.

La consultoría y todas aquellas profesiones directamente relacionadas con la ayuda y el asesoramiento profesional o personal, además de experiencia, requieren de un conocimiento humanístico y científico amplio y ecléctico, que vaya mucho más allá de la teoría o metodología especializada, que añada criterio, amplitud de miras, enriquezca la capacidad de empatizar y favorezca la comprensión de las personas y organizaciones con las que se trabaja y en las que incide nuestra intervención.

Este es un rasgo que me parece difícil de transmitir o transferir, uno puede compartir su manera de estructurar una propuesta técnica o cómo enfoca tal o cual demanda pero esta intuición poliédrica o la inquietud y obertura de miras para explorarla por tu cuenta, exige de algo más.

LA CONSULTORÍA ARTESANA REQUIERE DE INGENIO

Tal cual, aunque la demanda parezca la misma, en mi experiencia, la situación la hace siempre distinta. El tamaño o la cultura de la organización o la sociedad en la que se halla, su tecnología, las personas, sus realidades, sus personalidades o las interacciones que establecen entre ellas, su grado de tolerancia a la frustración, capacidad de riesgo o cómo afrontan el error, son entre otras muchas cosas lo que hace que cada proyecto de consultoría sea distinto y genere un cierto grado de incertidumbre cuando se plantea desarrollarlo de manera artesana, es decir, a medida de la situación a la que se dirige.

Esto no quita que se siga una lógica, muy lógica, de aprovechamiento y que cada cual tenga su caja de herramientas repleta de gadgets y retales, metodologías y técnicas empleadas en otros proyectos, que vuelca en suelo, ante cada nueva demanda, con la esperanza de dar con la pieza adecuada que encaje con la situación que ha de abordarse.

Pero, aun así, aunque se eche mano de métodos o técnicas ya empleados, en cada proyecto hay algo de invención, de composición, de combinar elementos, de ingeniería que requiere, por poco que sea, de una mirada nueva y de la predisposición a tenerla y a convivir con ella, nada fácil para alguien que no tolere la incertidumbre y necesite escudarse en la seguridad de un molde o de una fórmula probada e infalible.

LA CONSULTORÍA ARTESANA NO SE ENSEÑA, SE APRENDE.

Considero que la base metodológica, actitudinal y moral de la consultoría que practico en la actualidad la aprendí hace ya mucho tiempo a partir del contacto directo con los compañeros con quien trabajaba.

Evidentemente, desde entonces, ha habido consultores y consultoras que me han aportado y siguen aportándome, pero si tuviera que remitirme a los fundamentos de la construcción de mi “personalidad consultora”, a medida que pasan los años soy más consciente de la importancia que tienen un par de compañeros que confiaron en mí y me acompañaron en mis principios, integrándome en su empresa e incluyéndome en sus proyectos o dando soporte a los míos.

La consultoría se aprende sobre el terreno, haciendo consultoría, pero se aprende mejor cuando se monta y despliega un proyecto junto a alguien que ya tiene experiencia en ello, compartiendo la tensión sobre las expectativas depositadas en tu trabajo, el compromiso con los resultados pactados, la incertidumbre de que el ingenio funcione y las más que probables decisiones de cómo maniobrar en el caso de que no lo haga.

Es así como aprendí lo que creo que considero tan difícil de transmitir: la importancia de dedicarle tiempo suficiente a diseñar la intervención, a jugar con las posibilidades de que dispongo,  la necesidad de echar mano y confiar en mi ingenio, de cómo hacerlo,  aprendí a conversar con el cliente, a generar confianza a partir de mi propia convicción  y a fundamentar esta convicción en un conocimiento reflexionado, actualizado y poliédrico; de mis compañeros fui contagiándome, en definitiva, de los valores que han de orientar mi toma de decisiones y actividad profesional y esto lo incorporé sin que ellos tuvieran una clara voluntad de enseñármelo ni yo de aprenderlo, lo hice a partir de lo que veía, se desprendía de lo que hacían, de la ética en sus decisiones, de cómo se relacionaban, de su rigurosidad metodológica, de cómo ajustaban los recursos a sus necesidades, de su voluntad de trabajo, de cómo establecían relaciones, mezclaban y cobraba sentido, lo variopinto de sus intereses con la lógica de sus proyectos.

Podría pensarse que ahí reside parte de la solución a cómo aprender consultoría, si ya tienes entre tus rasgos la “inquietud exploratoria” y la “mentalidad de poliedro” iniciales, sólo queda practicar junto a aquel o aquellas profesionales de la consultoría de los que quieras aprender, pero no es tan fácil.

Muchos consultores o consultoras artesanas trabajan solas o, como mucho, colaborando en relaciones donde cada cual busca complementar al otro, desde su propia individualidad, con aquello que se le da más bien.

A menos de que seáis empresa y forméis parte de un proyecto que requiera de un equipo, se hace difícil incorporar a alguien sin alterar el delicado equilibrio entre el tiempo disponible, los resultados esperados, el presupuesto pactado y la privacidad en la relación con el cliente que caracteriza estos tipos de consultoría.

EL VALOR DEL TRABAJO ARTESANO RESIDE EN EL CÓMO.

REDCA se planteó, desde sus inicios, la transferencia de conocimiento como uno de los valores más importantes, claros y seguros que esta comunidad podía proporcionarle a cada una y uno de sus miembros y, teniendo en cuenta las limitaciones que he comentado, una de las cuestiones más recurrentes ha sido: cómo hacerlo.

La manera más interesante y efectiva se ha conseguido huyendo de las explicaciones teóricas y de la construcción exprofeso de relatos personales  para definir quienes somos a partir de cómo trabajamos, mediante la presentación directa de proyectos propios, una fórmula que ya hemos utilizado con mucho éxito, en dos encuentros presenciales, uno en Girona [2010] y el otro en Bilbao [2014] y que hemos sistematizado en el último año a través de una serie de webinarios de trasferencia de conocimiento de carácter trimestral.

Estos webinarios de transferencia de conocimiento consisten en presentaciones cortas sobre una metodología empleada, el uso que se la ha dado a una determinada tecnología o cómo se ha estructurado un proyecto, la videoconferencia no ha de durar más de dos horas con lo que las presentaciones han de ser breves para que dé tiempo a abrir una conversación posterior, a hacer más de una presentación y a que se pueda realizar la tradicional ronda para actualizarnos respecto al estado de cada una de la personas allí reunidas.

Una de las claves del éxito de estas sesiones de transferencia de conocimiento es orientarse, en todo momento, a los intereses del público al que se dirige. La persona que transfiere ha de evitar explicar proyectos por el simple hecho de que le gusten a él o a ella, ha de tener clara consciencia de que el objetivo es escoger y transferir aquellas experiencias que puedan aportar alguna cosa a la realidad de las personas que se hallan ahí, de no ser así se corre el peligro de desembocar en las clásicas e inútiles exposiciones de lucimiento personal que todas y todos ya conocemos.

Pienso que el efecto que puede causar, en alguien interesado en aprender consultoría, asistir a sesiones de este tipo puede ser muy interesante e instructivo porque, en la transferencia clara y sincera de cómo se ha enfocado o estructurado un proyecto de consultoría, se comunica inevitablemente mucho más, ya que se libera la química intangible de la consultoría a la que me refería al principio de este artículo, es imposible no ver ni dejarse de impactar por este componente de ingenio inherente a cada intervención o no deducir algo tan importante, como los valores en los que se soporta el proyecto a partir del cómo está conceptualizado y estructurado.

Ahí hay una vía de transmisión, aunque ya se sabe que, quien quiera aprender de verdad, ha de asegurarse una práctica donde poner a prueba todo este conocimiento, como sucede con un video donde se nos muestra una receta de cocina, en consultoría se “aprende haciendo” y ajustándolo todo a tus propias medidas y a la realidad que tienes delante.

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Este post ha sido publicado en el blog de la Red de Consultoría Artesana #REDCA

viernes, 24 de febrero de 2023

De ChatGPT, egos y relaciones sociales

A más precisa y ajustada es la respuesta a mi pregunta por parte de una máquina, más aumenta mi tendencia inconsciente a personalizarla y considerarla “alguien”, por ejemplo, hace unos días interaccionando con el modelo de inteligencia artificial ChatGPT, analicé un texto y exploré maneras de simplificarlo, en un momento determinado, le pregunté al “modelo AI” por la opinión que le merecía el texto y me respondió:


 Nada original, ya lo sé, este tipo de respuesta, en Siri o Google Assistant, pudiera haber sido la misma o similar, no obstante, como la interacción con ChatGPT era, por decirlo de algún modo, más intensa por colaborativa, me llevó a una reflexión que no me habían estimulado antes otros asistentes virtuales.

Pensé que mi sensación respecto a la máquina era de comodidad, que no me sentía en absoluto expuesto ni amenazado por mis preguntas, que mi intimidad o imagen estaban a salvo, bueno, menos cuando pienso que hay alguien detrás que observa, clasifica y valora mis preguntas, hasta que me digo que no es probable que alguien me preste atención a mí, que son miles las personas que están entrando información y la mía no es más que un grano de arena en tan inmensa playa, que de haberlo, seguro que no se trata de alguien, sino de “algo”.

Pensé que esta comodidad era por la convicción de estar relacionándome con “nadie”, con una máquina sin un ego al que complacer, que en la interacción no cabe la posibilidad de que mi “yo” se sienta aludido, que no es posible tomarse nada a título personal, que la interacción es limpia por sencilla, sin dobleces; una interacción limitada a dar respuesta a preguntas, nada que ver con la complejidad de una conversación humana en términos de transacción emocional y social.

Y aun así, sentía mi reconocimiento y admiración a su concreción, a la rapidez, organización y completitud de las respuestas y pensé que de la misma manera, en general, suelo reconocer lo que hacen o logran las personas, no a las máscaras de los egos con las que interacciono con ellas, que sería distinto si en la relación fuéramos capaces, cada cual, de desprendernos de este interfaz que se toma personalmente cualquier inflexión de la voz y lo tamiza a través del sesgo de sus emociones y sentimientos volviéndolo todo personal y potencialmente peligroso, que nuestras aportaciones seguirían siendo útiles, aunque no nos las reconocieran, porque no lo necesitaríamos, ya ves tú la importancia que le damos al “gracias” o al “por favor”, que no es que no crea que no son importantes o que no se deban dar, ¿eh? Sólo que tan sólo sirven para sentirnos “alguien” para los “otros”, para no desvanecernos en el “nadie”, para poder seguir danzando en este baile de máscaras que es la vida social y que es el responsable de la mayoría del estrés que sufrimos, un estrés de relacionarnos del cual nos liberaríamos si fuéramos capaces de mostrarnos indiferentes y no necesitar tanto del refuerzo social, como ChatGPT que, por no tener, no tiene ni nombre propio.

Y no es que no valore los sentimientos o las emociones, que defienda un discurso cien por cien racional y metálico, no, soy muy consciente de que sin ellos y ellas, no podría estar elaborando este texto por ejemplo, no tendría necesidad de explicarme cosas, de entenderlas ni de transformarlas; solo que me he sentido tranquilo en esta conversación de pregunta respuesta donde no media más comunicación que la que se ve y donde puedo centrarme en lo que estoy trabajando sin preocuparme de mantenerme a flote en el permanente juego social y que sería fabuloso que algo parecido pudiera suceder cuando hablamos con alguien, que la tensión por sostener la relación desapareciera porque no fuera importante ni necesaria para nadie de los que estamos ahí.

Probablemente, esta reflexión hace tiempo que se va gestando, desde aquel primer momento en que la voz del navegador me informaba de estar “recalculando” y que, aun sabiendo que se trataba de una respuesta programada, me sugería algo con una paciencia y resiliencia infinita por las continuas muestras de indiferencia y falta de consideración que yo mostraba a sus indicaciones; faltaba algo en el tono cordial de la voz o, en el caso de ChatGPT, en la construcción aséptica de sus frases, que no echo para nada de menos, porque es precisamente lo que me produce calma y es ahí donde veo que, al margen de las potencialidades sobre sus posibles usos productivos o la calidad de las respuestas que nos ofrece, esta tecnología con la que estamos jugando ahora, participa de un atributo común a cualquier herramienta humana, el de poder convertirse en un espejo donde ver realmente quienes estamos siendo; si se quiere, claro, como con todo.

-Gracias, ChatGPT

 


-Vale.

 

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Imagen de Pixabay

miércoles, 15 de febrero de 2023

No digas más que no tienes tiempo

 

Aunque tengas poco tiempo, no digas que no tienes tiempo; aunque no se sea consciente de ello, anunciar la ausencia de tiempo siempre remite al final, a que nos pille el fatal sonido de la campana; sin tiempo no cabe la alternativa ni la posibilidad, la falta de tiempo lleva a la parálisis porque el movimiento es tiempo, sin tiempo cualquier gesto sabe a robo, a contener la respiración para detener el tiempo; donde ya no hay tiempo, no hay futuro y sin futuro no hay esperanza. 

Si hay poco tiempo, no digas que no hay tiempo, ya que cuando dices que no hay tiempo sólo consigues generar, junto al estrés, la tensa sensación de llegar siempre tarde se llegue a donde se llegue, de que se está siempre fuera de tiempo, de estar consumiendo un tiempo que pertenece a otra cosa, de encadenar sin remedio continuas faltas de tiempo para todo lo que ha de venir. Si hay poco tiempo di, sencillamente, el tiempo que hay, sólo para saber el tiempo que se tiene, de nada sirve a nadie no tener ya tiempo, de nada excepto para generar malestar.

Además, no es cierto, siempre hay tiempo si hay algo que hacer y, si no lo hay, es inútil plantearse hacer nada, por lo tanto, no digas más que no tienes tiempo, di el tiempo que se tiene o lo que ya no se va a hacer por falta de tiempo, si es necesario saberlo.

Y si te preocupa realmente aprovechar el tiempo, no es necesario que repitas hasta la saciedad que no tienes tiempo, no abras un vacío bajo los pies de tu interlocutor o de tu equipo con un tiempo sustraído a todo lo que queda por hacer, di lo contrario y emociona con un “sí tienes tiempo, poco pero tiempo al fin y al cabo” y haz ver la perentoriedad de lo que se trate contagiando a los otros mediante tu uso ejemplar del tiempo: ajusta las expectativas a lo que realmente se puede conseguir, dinamiza y optimiza el tiempo en tus reuniones, facilita la concentración, no interrumpas con tus improvisaciones, no hables por hablar, respira y deja respirar, se ágil en tus comunicaciones, di el tiempo que tiene cada cosa pero, sobre todo, no digas más que no hay tiempo o que ya no tienes tiempo, porqué si no ¿qué haces ahí? ya estas llegando tarde, no pierdas más el tiempo.

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Imagen bajo la licencia de Pixabay