viernes, 26 de febrero de 2010

El síndrome del Dr. Frankenstein

Una previa: De buscar referentes para mi trabajo, personalmente intento huir de esa literatura pesada, de fondo, con la que tanto gusta maquillarse a much@s. Y es que no sólo de Sennett vive el artesano sino de otros materiales quizás menos eruditos, pero no por ello menos instructivos o acertados, que vienen de esta narrativa tan ninguneada en nuestras doctas exposiciones conceptuales. Pongamos por ejemplo, la fabulosa novela de Mary Wollstonecraft Shelley: Frankenstein o el moderno Prometeo.

Como ya sabéis, en esta magnífica novela, concebida en oscuras condiciones en Villa Diodati en el verano del 1816, el Dr Frankenstein, artesano donde los haya, no tan sólo se empeña en darle vida a un muerto sino que, además, quiere que esta vida se desarrolle con todos los sentimientos y cogniciones propias que distinguen a los vivos. Proyecto, a todas luces, ambicioso que concluye de la forma desastrosa que tod@s conocemos y que el cine ha desarrollado prolijamente. Vaya que el monstruo inducido a un estado penoso y lamentable se desmadra buscando, al final, hundirse en el más profundo de los abismos junto a su creador.

Es indudable que, de entre las múltiples interpretaciones que se pueden hacer de esta obra, se desprende aquella que ilustra, que para grandes objetivos, lo mejor es ir step by step. ¿Qué hubiera sido del monstruo si el Dr. Frankenstein se hubiera propuesto primero desarrollar una mano con capacidad de coger? ¿Y si luego la hubiera articulado a un brazo para poderla trasladar en su espacio circundante? ¿Y si luego le hubiera puesto unas piernas para poder desplazarse? ¿Y si, después… etcétera?

Pero, es más fácil decirlo que hacerlo, para qué nos vamos a engañar. Tenemos un dispositivo inoculado para hacer difíciles las cosas sencillas, es como si así adquirieran más valor. Nada, que por mucho que creamos que el barroco es algo del pasado continuamos obsesionad@s en convertir lo cuadrado en redondo y lo redondo en cuadrado, edificando, de entrada, palacios con jardines versallescos.

Hay un disparador en nuestra constitución que nos impele a elaborar castillos en el aire a la mínima idea que queremos impulsar y valores, como los de la simplicidad, se aguantan mejor sobre el papel que cuando se aborda, en la práctica, cualquier tipo de proyecto.

Y no es sólo que nuestro entorno haya aumentado exponencialmente en incertidumbre, es que de siempre se ha sabido que lo mejor es ir por partes [aquí no puedo evitar siempre pensar en Jack el Destripador…], provocar pequeñas explosiones controladas antes de activar una traca fabulosa. A la larga [o quizás no tan a la larga] podremos organizar una falla sin temor a provocar un incendio de dimensiones neronescas.

Vale la pena entrenar y muscular la capacidad de contención de esta vehemencia ambiciosa [afán] que nos da por buscarlo y quererlo todo en el primer momento, esa necesidad de tener que derribar gigantes de una pedrada…, vale la pena, repito. Y si no, miremos las monstruosidades que se nos ocurren y que desembocan la mayor parte de las veces en fracasos que tan sólo inducen al desaliento y al miedo por emprender nuevos proyectos.

Aquejados del Síndrome del Dr. Frankestein, algún@s [muchos] van por ahí liándola, consiguiendo, con las mejores intenciones, tan sólo el deseo por la muerte del monstruo… y es que hay que leer… mejor…

Sirva también este post para reivindicar el valor de la narrativa como referente tan válido como el que más, a las filosofías, conceptos y metodologías con las que trabajamos.

lunes, 22 de febrero de 2010

Fu allora che vidi il Pendolo

De pequeño, en mis círculos más inmediatos se decía aquello de que trabajando uno no se hace rico. Claro, como la mayoría de los que nos encontramos aquí, un servidor es de familia de trabajadores. Mi padre, un profesional donde los hubiese, firmaba simplemente con un “empleado” aquellos documentos en que se le requería su profesión.

En aquel momento y en aquel lugar, por trabajar se entendía ganarse la vida decentemente, que con el paso del tiempo hemos aprendido que sí, que hay trabajos no tan decentes pero currados que pueden hacerte rico, aunque sea en el plano de la ficción. Tenemos ejemplos de precisión artesana que lo demuestran, como Ocean’s Eleven o el fabuloso equipo que Robert De Niro tenía en Heat, que ya lo querría para mí…

Sea como fuere, llevo inoculada desde mi más tierna infancia cierta desconfianza y antipatía por aquellas riquezas hechas así, de pronto, [y al margen de Internet…] y, aviso, he detectado en mí un cierto prejuicio ante aquellos sujetos que las amontonan. Sentimientos que pueden generar desviaciones en mi percepción del tema que expongo en este post.

Y es que hace unos días leí en Expansión & Empleo.com una entrevista realizada por el Financial Times donde se pidió a John Moulton que nombrase los tres principales rasgos de su carácter que habían incidido, supongo, en su éxito en la vida, a lo cual contestó que eran la determinación, la curiosidad y la falta de sensibilidad.

Evidentemente, el rasgo que más llamó la atención de la periodista fue el último al cual se abonó morbosamente defendiéndolo y contraponiéndolo a aquellas teorías que pregonan que el directivo ha de ser emocionalmente competente, en fin, que aquí podéis leer el artículo si queréis conocer los pormenores de estas opiniones.

Lo que me ha llamado la atención es el silogismo [cutre] de la periodista que no sé si es ponendo tollens o ponendo ponens, pero que a mí no me pone nada y que reza tal cual así:

“Los directivos tienen que dormir. La insensibilidad es vital para dormir. Por lo tanto, los directivos deberían ser insensibles.”

Y me pregunto si realmente el cerebro puede configurarse para ser insensible a unas cosas y no a otras. Por ejemplo, refiriéndonos a la categoría personas, ¿alguien puede pensar que uno puede ser insensible a sus trabajadores y sensible a sus proveedores o a sus clientes [usuarios]? Seguro que hay quien opina que sí, pero le invitaría a discriminar entre ser sensible al cliente o a las ganancias que le produce.

No me extraña que hayamos llegado a donde lo hemos hecho y dispongamos de este planeta enfermo, cuando este mundo que habitamos está absolutamente determinado por esos hombres de pro, héroes, ejemplos de excelencia empresarial y cuyo secreto radica en dormir bien porque en el fondo [o no tan fondo] se la suda realmente todo lo que no sea ellos mismos.

Seguro que hay también quien opina que, gracias a estos caballeros hay empresa y trabajo, pero supongo que este mismo sentimiento es hermano del que tenían los siervos de la gleba allá por la época feudal, en cierto modo subordinado a aquello de que el fin justifica los medios. Y es que no puedo dejar de ver en estas manifestaciones el recorrido del péndulo y experimentar una sensación vertiginosa de volver hacia atrás.

Sinceramente, he pasado por distintas fases respecto a este artículo, desde la indiferencia hasta la indignación, pasando por un estupor catatónico [sin que llegase nunca a quitarme el sueño, ¿eh?] pues tiene tela lo que se dice e intuye. Y eso que en ciertos contextos puede ser acertado, por ejemplo el de la guerra. Evidentemente si un general envía a la muerte segura a cientos de sus soldados no puede, en absoluto, tener en cuenta que se trata de personas con padre, madre, compañer@ o hijos. De ahí que se despersonalice al soldado, se le rape y uniforme para que sea tan sólo una manchita verde susceptible de convertirse en roja.

Quizás es que hay una indigestión de tanto Sun Tzu que sólo cabe imaginarse el día a día como una guerra pero, qué queréis que os diga, un servidor no quiere vivir esos cuatro días entre el fragor de un eterno combate dirigido, además, por un bellodurmiente insensible a mi realidad…¿de qué?

Que ¿cuál es mi posición? Pues, sencillamente y sin caer en sentimentalismos ñoños ni en reivindicaciones progres, un directiv@ ha de ser simplemente coherente con su ámbito de responsabilidad y consecuente con el impacto de sus decisiones, aunque estas impliquen perder el sueño, aspecto [que debería estar...] incluido en el sueldo y, en todo caso, siempre una señal esperanzadora.
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El título es el comienzo que le da Umberto Eco a Il pendolo di Foucault (1988)

viernes, 19 de febrero de 2010

Identidad, prácticas y valores artesanos


Parece que fue ayer, pero han pasado veinte meses desde que me vi hablando, por primera vez, de adoptar como propia una forma de trabajar que se ha ido configurando tras veinte años de profesión. Una forma de hacer que ha convertido mi profesión en un oficio que me apetece llevar a cabo y que me divierte como para competir con mi ocio hasta el punto de parecerme, éste, un poco aburrido…a veces…

En este enfoque de mi actividad profesional, he encontrado un perfecto punto de confluencia entre mi actividad intelectual, la información que me ofrece este mundo en el que vivo, mi fantasía, mi dignidad en el hacer, la consideración humana de para quién trabajo, la singularidad de a quién sirve lo que hago, la limpieza -en suma- de mi tránsito por el pedacito de corteza terrestre por el que deambulo cotidianamente.

Ha pasado tiempo, pero no tanto como para que con un exsocioysinembargoamigo y trece, en aquel entonces perfect@s desconocid@s, encontrase tantos puntos de conexión entre todo esto que escribo y que, en tan sólo veinte meses, nos hayamos conocido, conversado, debatido [discutido también], divertido, construido y formalizado unas señas de identidad, unas prácticas determinadas y unos valores que me identifican, con los que me identifico, que me unen a estos ya mis compañer@s y, por qué no decirlo, me hacen sentir orgulloso de dedicarme a lo que me dedico, de la manera en que quiero hacerlo, entre estas personas [artesan@s!!] a las que me he unido en viaje.

Y aquí estoy un año y medio [y poco más…] dando a conocer el primer resultado de este trabajo, la Declaración de Consultoría Artesana, con la curiosidad y la agitación propias de quien sabe que encontrará más almas que sintonicen con esta forma de hacer, ya sea porque también les pertenece o tan sólo porque les gusta que exista y quieren contribuir a impulsarla.

Así que te invito a leerla y, si estás de acuerdo y te anima esta forma de hacer tanto como a mí, a suscribirla…


jueves, 11 de febrero de 2010

La ilusión de perseguir un sueño…

Supongo que si me plantease hacer un viaje lejos y, posteriormente a haberlo decidido, averiguase los recursos de los que dispongo, me podría plantear ir más lejos que si primero averiguase los recursos de que dispongo y en función de estos me plantease viajar.

La diferencia entre las dos aproximaciones estriba en el hecho de viajar a dónde quiero o a dónde puedo.

Si al final decidiese ir a dónde puedo, sólo significaría, entre otras cosas, que lo que quiero, no lo quiero tanto como para invertir en ello recursos y tiempo.

Esta época del año es, para mí, tiempo de dibujar ideas, de diseñar escenarios junto a los clientes con los que colaboro y me encuentro a menudo con situaciones parecidas a la de la analogía del viaje.

En muchos casos parece imposible disociar el momento de decidir a dónde voy de los problemas que surgen mientras se piensa en ello, de tal suerte que, al final, lo más probable es que se construya o diseñe algo a la medida de la situación de la que se parte, algo que seguramente se pueda realizar pero que no llegue a la altura de lo que realmente se desearía hacer. Algo que no ilusione o que resigne a nuestra ilusión.

Desde mi punto de vista, es mejor separar la idea que nos gusta, y de la que partimos, de aquellos inconvenientes que, de momento, se tenga o se prevea que pueden aparecer, así como del método o técnica utilizados para llevarla a cabo.

En un principio, lo mejor es profundizar en ella, en las motivaciones que nos impulsan, en los beneficios y valor que añade a la organización, a sus personas, a los equipos, etc. Hemos de escribirlo, listarlo, ilusionarnos

Una vez la idea de lo que queremos esté realmente clara y alineada con nuestro deseo, ahora sí que toca identificar aquellos factores que generen inconvenientes o dudas para su logro. Aquí es donde se podría encajar el manido 'Diagrama de Ishikawa', aunque no para buscar determinantes de problemas sino para identificar problemas... [¿Qué diría el japo del nombre raro?]

Identificados los factores, buscar, para cada uno de ellos, los obstáculos que prevemos [que si los sindicatos, que si puede haber poca participación, que la dificultad para tratar los datos… ya sabes, los problemillas…] y plantear aquellas soluciones a los problemas detectados que preserven al máximo la idea [el sueño] inicial.

En fin, que ya sé que es muy básico, pero todo sea por hacer lo que realmente queremos hacer [o algo muy parecido] y no sólo lo que podemos hacer… es tan mediocremente común y tan aburrido…