jueves, 30 de marzo de 2023

Que pueda ser lo último que hayas querido decir

 

En su famosa charla TED, Benjamin Zander relata la historia de una superviviente del campo de concentración de Auschwitz cuando, con sólo 15 años, viajaba camino del campo junto a su hermano pequeño de 8 años de edad. Cuenta cómo, durante el trayecto vio que su hermano había perdido los zapatos e iba descalzo, entonces, desbordada por la situación, le riñó diciéndole: "Eres un niño estúpido fíjate, has perdido tus zapatos,… ¿cuándo vas a aprender a cuidar de tus cosas?”

Por desgracia, eso fue de lo último que le dijo ya que no volvió a verle nunca más, en aquel momento ella no podía imaginar que los separarían y que su hermano no sobreviviría a la dureza de la situación. Cuando salió del campo hacia la libertad, la mujer lo hizo con el firme propósito de que “nunca diría nada a nadie que no pudiera quedar como lo último que hubiera querido decir.”

El impacto de esta historia que nos cuenta Zander reside, en gran parte, en poner en evidencia la irracionalidad, de creer en la realidad de que tendremos siempre un tiempo futuro, de la temeridad con la que dejamos para más adelante todo tipo de asuntos, desde proyectos que requieren de años para poder materializarse en un resultado concreto, hasta la posibilidad de reparar el desajuste relacional que genera la necesidad inmediata de no reprimir un gruñido, como el que le dedica la chica de la historia a su hermano pequeño.

Tanto es así que, prácticamente, hemos dejado de vivir en el momento presente para tener la cabeza perennemente ocupada en nuestros objetivos, deseos o preocupaciones, todos ellos situados en un futuro que estamos convencidas y convencidos de que vamos a vivir.

La historia de Zander nos choca por la crudeza con la que nos muestra la realidad, cómo el dejar para más adelante la posibilidad de rehacer el presente, es pura especulación, fruto de la negación inconsciente de la finitud de nuestro tiempo, de sabernos mortales pero, a la vez, considerando que cada día que queda por venir estará tan preñado de posibilidades como el que vivimos hoy.  Quizás por esto hay quien piensa que esta historia es triste, sí, pero una excepción por darse en un momento especialmente sórdido de la historia humana, que ahora es distinto, que no estamos continuamente viajando en el vagón de un tren camino de un campo de concentración, que la placidez de nuestra cotidianeidad nos garantiza el tiempo necesario para enmendar nuestros exabruptos emocionales, que nuestro futuro estará siempre ahí, esperándonos al día siguiente, en fin, algo parecido a lo que debía pensar también la chica de la historia, de ahí la lección aprendida que nos traslada y la firmeza del propósito con el que decide abordar, en adelante, su presente continuo.

Pero esta historia desvela otros aspectos muy relevantes y quizás con los que podemos identificarnos mejor, como el lastre vital que conlleva acarrear con una deuda emocional que sabes que has de saldar en un momento u otro, no tener en cuenta este sutil aspecto es una de las causas de autotoxicidad más frecuentes,

A menudo pensamos que lo que caracteriza al estratega es, principalmente, su capacidad para proyectar la mirada a largo plazo, su capacidad de despegarse de lo inmediato para vislumbrarse en el futuro, pero una de las grandes características de la personalidad estratégica es la importancia y consideración que para ella tiene el presente, ya que es el trato que se hace del presente lo que determina la posibilidad de alcanzar cualquier futuro que se pueda desear; en palabras de J.A Marina: inteligencia no es sólo capacidad intelectual, es el uso que se hace de ella.

#Ideaclave: No dejes para mañana lo que puedes decir hoy.

  • No dejes que tus emociones tomen el control de tus palabras, ejercítate en reconocer como propia la frustración en la que se originan y desprovee a quien sea de la culpa de generártelas.
  • Arrastrar una deuda emocional tiene siempre un coste personal y relacional, repara inmediatamente cualquier exabrupto que sabes que vas a tener que arreglar tarde o temprano.
  • Cualquier de nuestras decisiones viene dada en un contexto determinado, juzgar nuestro pasado fuera de este contexto es tremendamente injusto, hay que limitarse simplemente a aprender de ello.

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Imagen de BhanuKhan  obtenida en Pixabay


jueves, 23 de marzo de 2023

El impacto de tus palabras

 

Demasiadas veces, en nuestra cultura, la franqueza y la espontaneidad, se han interpretado como la ausencia de filtros, como la revelación de una verdad divina transmitida a través de alguien que, como un niño, es sólo el canal inocente a través del cual se hace explícita una certeza irrefutable.

Franqueza y espontaneidad suelen ser sinónimos de pureza y sinceridad, la primera porque sugiere falta de complejidad, simplicidad, de no contaminación; y la segunda porque, ambos términos, suelen asimilarse con la falta de dobleces, con lo que se dice con el corazón en la mano, de ahí quizás que, cuando alguien se declara franco o empieza una frase con el “sinceramente”, suela generar una sutil inquietud en quien le escucha, por aquello de temer una sentencia que ya se anticipa inamovible por proceder de la esencia íntima de la persona.

Pero ser franco no es nada malo en sí mismo, es más, podemos suponer sin miedo a equivocarnos que preferimos que las personas expongan y digan aquello que realmente quieren decir, aunque sólo sea por conocer mejor, empatizar o poder prever el punto de vista, la opinión y el comportamiento de quien tenemos delante. Podría suceder lo mismo con la espontaneidad si no fuera porque demasiado a menudo se asocia a la falta de contención y de madurez de la persona que la exhibe; la espontaneidad suele relacionarse con lo infantil, lo no elaborado, lo poco reflexivo, lo no retorcido y directo, de ahí que, socialmente, suela disculparse su frecuente falta de oportunidad o indiscreción; y es que la espontaneidad, como ya sabemos, puede ser divertida y temible a la vez.

Sincerarse o desear expresarse con franqueza, no está reñido con calcular el impacto de las palabras que se utilizan; demasiado a menudo, estamos atentos a la idea que tenemos en la cabeza sin prestar atención a cómo decimos las cosas. Las palabras son como bolas de bowling que lanzamos e impactan en aquellas personas a las que nos dirigimos, calcular el recorrido de lo que decimos es determinante en nuestras relaciones interpersonales.

La falta de consciencia o de atención al impacto de las propias palabras suele ser una de las fuentes de micro toxicidad más frecuentes en nuestros entornos de relación, hay palabras, expresiones o maneras de decir las cosas que son emocionalmente devastadoras y que no añaden valor por ser crispantes o especialmente indicadas para despertar el desánimo y el desasosiego en quien se cruza en su recorrido.

Si quieres gobernar tu comunicación, es decir, tu capacidad para despertar interés y receptividad respecto a lo que quieres transmitir es necesario que te tomes el tiempo necesario para considerar las sensaciones que pueden causar lo que vas a decir y de sus posibles consecuencias en la relación; en realidad no se trata siquiera de tiempo, sino simplemente de no dejarse llevar por el impulso, de ser consciente de la importancia del espacio que ocupa lo que se dice, de lo que se va a aportar, añadir o restar.

#Ideaclave: las palabras No se las lleva el viento

  • Tómate unos segundos antes de responder o intervenir para considerar tu estado de ánimo y la influencia que tiene en lo que vas a decir.

  • Evita hacer valoraciones, juzgar, corregir, ironizar o el sarcasmo hacia la persona con la que estas interaccionando.

  • Repara, si es necesario no dudes en matizar lo que hayas dicho reconociendo la interferencia de un posible estado emocional que te cuesta reprimir, reconocer la falibilidad nos hace humanos.


viernes, 17 de marzo de 2023

Evolución y narrativa en consultoría: mi experiencia 13 años después.

Me dicen las redes sociales que ya han pasado 13 años desde que ultimásemos en Málaga los detalles de la declaración artesana y al revisarla, sigue pareciéndome tremendamente sólida, como todo aquello que está pensado a consciencia y sin estridencias; no puedo evitar sonreír al intuir en ella la mano de colegas que, estoy seguro, en la Edad Media, hubieran sido constructores de catedrales góticas por aquello de que lo que elaboran está tan bien hecho que se podría decir que es para siempre si no fuera porqué nosotros despareceremos antes.

No obstante, al leerla también me veo a mí en mis inicios post empresariales y miro con cariñosa nostalgia a aquel que era entonces y en el que no me identifico ahora, ya sea porqué esté en un momento distinto o puede que también sea porque, sin saberlo, nunca me haya identificado del todo ya que, con los años, he aprendido a distinguir entre lo que quiero y lo que quiero querer y entre quien soy y quien creo ser, soy más sincero conmigo mismo y me atrevo más a decirme la verdad de lo que pienso, creo y siento, de ahí que cada vez tienda más al silencio, porque hablar no me permite escuchar ni escucharme.

En la Declaración decimos que buscamos divertirnos en cada trabajo y, con el tiempo, veo que no se si lo he buscado, pero divertirme, lo que se dice divertirme, me he divertido poco, eso no quita que en muchas ocasiones haya salido satisfecho de lo que he considerado un trabajo bien hecho, o de que haya disfrutado enredándome en la interacción con el grupo de personas, pero divertirme no sería la expresión que utilizaría si pienso en las horas de preocupación invertidas para resolver cuestiones, en la pereza que me sobreviene siempre que he de exponerme públicamente, en hacer frente a los mismos obstáculos y resistencias, en las dudas que me han asaltado ante las propuestas o diseños que he presentado y en la necesidad que he tenido de aceptar ciertos proyectos o amoldarme a ciertas exigencias para garantizar una buena relación con el cliente; no, no me he divertido, como mucho he llegado a casa satisfecho de cómo han ido las cosas, de que tal o cual intervención ha funcionado o de haber salido indemne de una dura jornada de trabajo, pero, en general, no me  he divertido y ahora, la verdad, ya no busco divertirme.

Para mí la consultoría ha sido y sigue siendo la manera profesional de compartir los resultados de mis inquietudes  intelectuales y personales -si es que hay alguna distinción en ellas- con aquellas personas con las que he colaborado, porque, eso sí, siempre he tenido claro que trabajo con las personas, personas que forman parte de organizaciones, claro, pero que me trasladan unas necesidades que se supone que son de la organización, a través de sus sesgos particulares, algo inevitable en cualquier interacción humana; mediante la consultoría, decía, he vehiculizado el resultado de mi inquietud por comprender las claves del funcionamiento de las personas en las organizaciones, lo cual es lo mismo que decir, del funcionamiento las personas entre sí en entornos organizados, tanto juntas como de cada una en su individualidad. Y las organizaciones con las que colaboro, han contribuído a este trabajo comprensivo, dejándome habitar en parcelas de su realidad, esta ha sido la principal transacción en los años que llevo de consultor, esta y poder vivir de ello, claro.

Veo que lo que he ofrecido a lo largo de los años es más un punto de vista en constante evolución que una técnica artesanal. En realidad, respecto a esto último he seguido en mis inercias de siempre, es cierto que he aprendido de mis colegas y he incorporado algunas técnicas de acuerdo con mis posibilidades, necesidades y capacidades, pero no ha habido un cambio sustancial que marque un antes y un después, sigo haciendo las cosas de forma muy parecida.  Sin embargo, he invertido la gran mayoría de mis recursos personales en la creación de una narrativa propia que ha sido la que ha ido dictando la melodía a mi mano, algo que no creo, en absoluto, que sea singular y que sólo me pase a mí, pero sí que puede suponer una diferencia en el modelo de consultoría que se ofrece. Cuando se antepone el marco narrativo a la metodología de trabajo, entonces, más que de consultoría artesana, estaríamos hablando de consultoría de autor, algo que sí que establece una diferencia entre unas prácticas de la consultoría y otras, sin que por ello, en ningún caso, tengan que ser excluyentes la artesanía y la generación de conocimiento, se trata simplemente de donde se halla el punto de apoyo, si en el en el cómo o en el porqué.

La creación de una narrativa propia que permita comprender y actuar sobre la realidad con la que se trabaja puede hacerse vertical u horizontalmente, es decir, profundizando en un punto o transitando de un punto a otro. La profundización permite la especialización y repercute en la identidad que se proyecta, algo que está muy bien por varias razones, una es que te da más seguridad sobre lo que dices o haces, la otra es que es más fácil que se te identifique claramente en un tema, lo cual aumenta la probabilidad de que se te tenga en cuenta cuando alguien tenga una necesidad que esté relacionada con tu ámbito de conocimiento.

En mi caso, no ha sido así, nunca un punto de apoyo me ha parecido lo suficientemente sólido como para capturar toda la atención y profundizar en él; aunque siempre me he dedicado al cambio en las organizaciones he tocado todo tipo de melodías: la planificación, la mejora continua, la comunicación, el trabajo en equipo, el liderazgo, las comunidades, la autogestión, la colaboración, la gestión del conocimiento, etc., cada uno de estos puntos iba activando otro que se incorporaba a mi relato de manera principal mientras, los anteriores iban perdiendo resonancia e incluso diluyéndose hasta desaparecer.

Con el tiempo he sido consciente de que este transitar nunca ha tenido el propósito de conocer nuevas cosas, nunca ha sido aditivo, ni tampoco se debe al aburrimiento, sino que ha sido la consecuencia directa de la colisión de mi discurso con la realidad que estoy viviendo en aquel momento, sí, mi transito siempre ha sido debido a una decepción, a una micro decepción si se quiere, por no ser tan extremo. A menudo los discursos nos hacen vivir realidades paralelas a las que se dan en el día a día, es más, estos discursos pueden ser compartidos entre varias personas creándose el equivalente a mundos propios donde estos discursos se refuerzan y se reafirman, al margen de la cruda realidad determinada por la cultura y el modus operandi de las organizaciones. La gestión del cambio y todos sus afluentes como la innovación, el conocimiento o el super liderazgo suelen ser un buen caldo de cultivo para la creación y supervivencia de estos lobbies extraterrestres.

Mi tránsito particular me ha llevado a la convicción de que cualquier cambio que se quiera llevar a cabo en el entorno ha de partir, en primer lugar, de la voluntad consciente y sincera de querer cambiar, sin ese deseo prendido en el alma, el cambio que se impulsa no suele pasar de ser un espejismo que se desvanece con el tiempo, como ya habréis podido comprobar.

En segundo lugar, para gestionar el cambio uno ha de cambiar, no hay otra, moverte de un lugar a otro comporta que tú mismo o tu misma abandones el lugar en el que estabas, y llevar a cabo un cambio personal, sea de la magnitud que sea, exige cierta capacidad de autoconsciencia respecto a quien se está siendo.

Y todo esto me lleva a ahora, en estos trece años he ido viajando de lo macro a lo micro; en el momento actual estoy trabajando en aquellos aspectos relacionados con la transformación personal necesaria para impulsar el cambio, ya sea en un equipo o en una organización; pura consultoría de autor con una praxis artesana; no creo que vaya ya mucho más allá, lo siguiente sería meterme en biología molecular y me queda un poco lejos, uno ya tiene sus años.

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La imagen es de markusspiske y está en Pixabay

Escribí este post para la Red de Consultoría Artesana #REDCA 

viernes, 10 de marzo de 2023

Autogestión no es sólo hacerlo a tu manera

 

Autogestión es hacerlo cómo y cuándo tú quieres, esto está claro, pero no es sólo esto, autogestión no es un “lo mío me lo hago yo” o un “dejadme que esto es cosa mía”, comprender que en realidad no se trata sólo de esto, es clave para que este concepto adquiera sin lugar a duda, la connotación de adultez que es inherente a él.

Veamos, la autogestión contempla varias partes, unas son las más conocidas como el que tu eliges cómo lo haces y decides cuando hacerlo; en modelos más avanzados podría incluirse el decidir también dónde lo haces, adquiriendo el conjunto un carácter de autonomía total; estos aspectos son los que se desprenden con más facilidad cuando se oye la palabra “autogestión”; sin embargo, la autogestión también está influenciada por el grado de relación entre la tarea autogestionada y el grupo humano al que perteneces, si hay poca relación casi podemos afirmar que la autogestión no requiere de mucho más, que tu decides el qué, el cómo e incluso, el cuándo, pero a más relación existe entre tu autogestión y aquellas personas que te rodean, más necesaria es la capacidad que tienes de despertar confianza en ese entorno, de ahí que “autogestión” sea, en el mundo del management, un término delicado donde los haya y que se halle siempre en esa tierra sombría y sin dueño que separa el deseo de tener un modelo de gestión avanzado con la capacidad de riesgo necesaria como para intentarlo.

Un elemento importante para generar esta confianza es tener en cuenta el impacto  sobre los demás; la autogestión mal entendida puede llevar al individualismo, a creerse al margen de la comunidad o grupo humano en el que se esté, puede ser interpretada por la persona como una liberación, el momento justo para salir huyendo de la necesidad de dar cualquier explicación, un ser el propietario y único destinatario, alguien con todo el derecho a hacer el uso que le venga en gana o crea conveniente del poder sobre el cómo, el cuándo y el dónde que ha adquirido, un salvoconducto para franquear cualquier obligación para con los demás y, en especial, con los niveles jerárquicos de la organización.

Esta manera de entender la autogestión suele tener consecuencias molestas debidas a la incertidumbre y falta de coordinación que provoca la desconexión, así como al rechazo con el que puede interpretarse el deseo de perder de vista al equipo, algo que es insidiosamente tóxico.

La autogestión no es sinónimo de individualidad, nunca ha de llevarse a cabo sin tener en cuenta el equipo al que se pertenece, ha de engarzarse con la dinámica del conjunto, ser oportuna con el momento común, armonizarse con los espacios compartidos, alinearse con los intereses de todos.

Desde el punto de vista de la organización, la autogestión no es tanto un derecho que tiene la persona como una aportación que ésta realiza al conjunto, un rasgo de su madurez, de su nivel de autonomía, del compromiso con sus responsabilidades, de su capacidad de hacerse cargo de una parte del todo, sobre todo de esto, de ser consciente de ser una parte del todo.

Esto implica no sólo tomar decisiones, organizarse y llevar a cabo la actividad de la que se es responsable, sino hacerlo teniendo en cuenta las posibilidades, necesidades y los tiempos de las personas del resto del equipo, sólo entonces la autogestión cumple con los requisitos necesarios para ser el modelo ideal de gestión y un rasgo inequívoco de salud y madurez organizativa.

#Ideaclave: autogestión no es desconexión

  • Unifica criterios sobre los parámetros de la tarea a realizar [expectativas, tiempos, resultados, calidad del acabado]
  • Ajusta las posibilidades de tu agenda a las necesidades del resto de personas del equipo.
  • Geolocalízate, esto es, informa oportunamente del punto en el que te encuentras y de la dirección que vas a emprender.

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Imagen con Licencia de Pixabay