Al
asesorar, el consultor o la consultora no se limita a ofrecer soluciones
técnicas, sino que propone modelos y estrategias que pueden favorecer o cuestionar
el statu quo, promoviendo cambios en las dinámicas de poder que afectan la
organización y gestión de las instituciones, su gobernabilidad, los equipos y
las personas, y, en el caso de la consultoría estratégica, incluso su impacto
en el entorno social.
Quizás
hay quien piensa que no siempre es así, que al margen de la ideología que se
tenga, el trabajo es trabajo y que lo único que se da es una transacción
profesional: alguien necesita algo y tú sabes cómo hacerlo. Sin embargo,
reducir la actividad profesional a esta mera relación comercial implica olvidar
que toda organización, equipo o proyecto se funda en un conjunto de valores,
creencias y objetivos que van mucho más allá del intercambio de servicios.
Cada
entidad, privada o pública, se erige sobre una base ideológica que define su
identidad y su manera de interactuar con el entorno. Este fundamento puede
orientarse hacia un propósito extractivo, en el que lo principal sea maximizar
el beneficio, aprovechándose al máximo de los recursos disponibles sin prestarle
la atención debida a las implicaciones éticas, sociales o medioambientales. O,
en contraposición, puede fundamentarse sobre un enfoque generativo centrado en
aportar valor no solo a los objetivos de la organización, sino a las personas
que trabajan en ella y también a la sociedad en su conjunto, promoviendo
prácticas sostenibles, equidad y buscando el bienestar colectivo.
En
definitiva, aunque en apariencia el trabajo pueda parecer una simple
transacción, en realidad está imbuido de una dimensión ética y política. Como
consultores o consultoras debemos conocer esto, aunque solo sea para asumir
nuestra parte de responsabilidad en que las cosas vayan como van. Nuestra
presencia, no es inocua. Podemos apoyar, rechazar, intervenir o no en los
acontecimientos, pero hagamos lo que hagamos siempre acarreará consecuencias.
Cada decisión, cada recomendación y cada acción tienen el potencial -que no el
poder- de influir en el entorno y de modificar realidades, tanto a nivel
organizacional como social.
Reconocer
esta complejidad nos invita a cuestionar y reflexionar sobre el impacto de
nuestras decisiones profesionales. No se trata únicamente de aplicar
metodologías o solucionar problemas técnicos, sino de entender que estamos
inmersos en una red de relaciones y dinámicas de poder que impactan en la vida
de las personas.
A pesar
de cómo esté tu bolsillo, no todo vale. Y si crees que sí, que lo primero es lo
primero, es porque ya te has posicionado en una opción que prioriza
ciertos valores o beneficios por encima de otros. Este posicionamiento no es
neutro: al elegir qué es realmente prioritario, se refleja una decisión
consciente sobre lo que consideras legítimo y lo que, por el contrario, te resulta
inaceptable. En otras palabras, tus decisiones—por más pragmáticas que
parezcan—revelan un compromiso con una opción que va más allá de la mera
transacción o conveniencia financiera, implicando una responsabilidad ética que
siempre se hace presente en el impacto de tus acciones. En resumen: quizás
todo valga, pero todo no da igual.
EPILOGO
Vivimos
tiempos extraños, lo digo en plural porque prefiero pensar que hay muchos y
muchas profesionales como yo -aunque en realidad no lo sé- que asistimos
contrariados a un nuevo orden social basado en unos valores que eran inimaginables
hace unos años. Valores que tarde o temprano, terminarán resonando en las
culturas organizativas de las organizaciones en las que trabajamos y
determinando sus dinámicas y el ejercicio del poder.
Ante el
surgimiento de neo calígulas que dictan el nuevo orden mundial, los
presagios no son halagüeños y uno no sabe hasta qué punto cosas como la
amplificación de la inteligencia, la gestión del conocimiento, el trabajo
colaborativo, la interconexión, poner a las personas en el centro o el
liderazgo humilde necesario para todo ello, tendrán sentido o merecerán el
mínimo respeto en un entorno sociopolítico que se ve capaz de rebatir, sin
ningún pudor, a la ciencia con absurdidades.
Personalmente,
cuando últimamente imparto sesiones sobre liderazgo, gestión del cambio o
conocimiento, no puedo evitar sentir como si mis reflexiones emergieran del
pasado y estuvieran desconectadas de estas tendencias actuales. Esa sensación
de hablar desde un lugar obsoleto resulta desalentadora y, en ocasiones, me
hace cuestionar el valor del camino recorrido, especialmente al constatar que
las cosas no han evolucionado en la dirección que esperábamos. Es fácil
sucumbir al desánimo, a ese “desánimo curricular” que se instala cuando el
esfuerzo invertido en construir un conocimiento sólido para contrarrestar los
valores extractivos de los que proveníamos parece estar cayendo en saco roto.
Sin
embargo, a la vez, creo que ahora más que nunca la consultoría requiere una
decisión personal, política y consciente. Hoy más que nunca, se erige como una
herramienta de cambio, como un modo de activismo, capaz de contribuir a un
desarrollo más generativo. Por ello, es nuestra responsabilidad seguir
cultivando una práctica profesional comprometida, que vaya más allá de la mera
transacción de servicios y que abrace plenamente la dimensión ética y política
inherente a cada intervención.
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Imagen de Artur Skoniecki en Pixabay