Entre los mejores momentos del día, desde hace años, se repiten los treinta minutos que dedico cada mañana a la meditación. Sentado en un cojín, en la penumbra, erguido, atento a la respiración. Observando los pensamientos que surgen, de todo tipo, sin implicarme en ellos, sin desarrollarlos, sin seguir ninguno. Solo prestando atención a la respiración, esa presencia constante, familiar, íntima.
El bajo continuo que ha acompañado cada escena de mi vida, despierto o dormido. La respiración de niño, de joven, de adulto, la de ahora. La misma, la de siempre. La que será, hasta el final.
Durante estos treinta minutos, no hago nada más que respirar. No me muevo, no me rasco. No atiendo a lo que ha pasado ni me inquieto por lo que vendrá. Solo estoy ahí, en el cuarto, sentado, erguido, con las manos en el regazo, respirando. En silencio, en paz.
Todo puede esperar. Ha de esperar. O no.
Sea como sea, durante este tiempo no voy a moverme.
En realidad, pasarme, pasarme, no me pasa nada. Hoy me he dado cuenta de esto, de que todo lo que me pasa depende de cómo me relaciono con lo que sucede.
He observado esta idea.
Y he vuelto a la respiración.
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Bonita costumbre, no cabe duda. A veces pienso si, cuando pedaleo (en determinadas circunstancias, claro está), no me acerco a un lugar cercano a la meditación. En realidad, no me siento identificado con tu descripción, pero sí que sé que me adentro en un espacio diferente. Sí me quedo con la etiqueta de "introspección" que has empleado, de eso no me cabe duda. Disfruta, Manel.
ResponderEliminar¡Desde luego, Julen! Alguna vez he pensado que tu pedaleo encierra mucho silencio, introspección, contemplación y autoconocimiento. Una práctica preciosa, con su propio ritmo y riqueza. En mi caso, este hábito del que hablo ha sido, sin duda, una de las mejores decisiones que he tomado. Gracias por compartir.
ResponderEliminarMeditar nos ancla al presente como regalo que es, pues el pasado suele traer melancolía y el futuro cierto nivel de ansiedad. Me parece importante que nos lo recuerdes en este artículo y tomo.nota para poner esta práctica entre mis prioridades diarias. A mi me pasa algo similar cuando estoy nadando. Entras en un estado de presente continuo y te anclas con el sonido de tus brazadas en el agua. Gracias por tus reflexiones, siempre me llevo algo al leerlas.
ResponderEliminarMe alegra saber que el artículo te ha servido. Siempre me queda la duda sobre el impacto de estos textos que se alejan de lo “técnico” 😉.
EliminarY qué interesante el símil con la natación. Al igual que el ciclismo de Julen, tiene mucho sentido: el ritmo de las brazadas, la respiración acompasada y esa cualidad única de los sonidos amortiguados por el agua, que envuelven el cuerpo y transforman la percepción del tiempo y el espacio. Sin duda, es otra forma de “sumergirse” en el presente, en todos los sentidos.
Gracias por tu comentario, me llevo también tu imagen del agua y la cadencia de las brazadas.
Hola, Manel, me gustó mucho leerte! Desde hace unos meses estoy introduciendo este hábito en mi vida yo también. De momento son 7 minutos cada mañana, mías , preciosas 😁😇. Como empezaste tu, con 30 minutos desde el principio? Un saludo 🫶🏻
ResponderEliminarCada cual tiene sus tiempos, y eso es fundamental. El tiempo que dedicas a tu práctica es el que te permite conectar con ella y hacerla tuya.
EliminarEn mi caso, empecé con poco tiempo, apenas diez minutos. A medida que fui habituándome, sentí la necesidad de explorar lo que sucede cuando uno permanece más tiempo en quietud. Porque cuando el tiempo se alarga, la experiencia cambia. Aparecen otras capas, otros matices. También cuesta más, claro, pero ahí radica parte de su riqueza.
Lo importante es encontrar el propio ritmo, sin forzar. A veces menos es más, y otras, más tiempos es descubrir otra dimensión de la misma práctica.
Gracias por comentar! me quedo con la duda de saber quien eres ;)