Desde pequeño, mi vida itinerante ha comportado en mí un cierto desarraigo, una deslocalización que me ha situado siempre como alguien de paso incluso en el mismo entorno del cual provengo.
Pocos lugares han impactado en mí de manera tan directa y en tan poco tiempo como lo ha hecho La Garrotxa, una tierra que me ha evocado el dulce aroma de mi propia raíz y que me ha sugerido aquellas pistas emocionales para conocer mi propia identidad, mis fundamentos y la vinculación a un País que reconozco como el mío y desde el cual puedo proyectar una atención precisa y abierta al resto del mundo.
El nombre de Garrotxa (en lengua catalana: tierra áspera, rota, de difícil caminar) le viene dado por la peculiaridad orográfica determinada por su origen volcánico. Un origen que ha dotado a esta tierra de una exuberancia y fuerza telúrica tal que uno no puede dejar de sentirse confortablemente acogido por el manto de la Diosa. Es, sin lugar a dudas, una tierra de hadas en la que has de mirar donde pones el pie no sea que vayas a pisar a un elfo, que de existir…tened por seguro que es allí.
Mi conexión con La Garrotxa es compleja, empezó como escenario de descanso y, de manera casual, al poco tiempo, inicié una colaboración con su Consell Comarcal y su Consorci d’Acció Social en temas vinculados al desarrollo de los cuadros directivos, acción a la que se sumó Turisme Garrotxa. La coherencia con los valores que se estaban trabajando despertó paulatinamente diferentes proyectos vinculados a su modelo de gestión y a su desarrollo estratégico. En eso estamos todavía, instalados en un beta permanente…
Improvisando un balance del trabajo realizado hasta ahora, concluyo que estoy satisfecho, pero aún lo estoy más de lo que he aprendido. No me cabe la menor duda que trabajar con estas organizaciones ha influido mucho en las decisiones que he tomado sobre el modelo profesional a seguir. Desde los modelos de liderazgo y la gestión del riesgo hasta la calidad en la relación interpersonal, el contacto con estos equipos y las personas que los conforman me han reafirmado aspectos valiosos en los cuales estaba empezando a dejar de creer.
Mucho se valora y, desde mi punto de vista, demasiado a la ligera, el carácter de la gente en función de dudosos indicadores vinculados a una también dudosa concepción del concepto de progreso…pero yo cada vez estoy más firmemente convencido de que las personas son como la tierra que habitan y que, por ende, ésta dice mucho de con quién te relacionas. En este sentido, La Garrotxa, históricamente escenario de diversos conflictos políticos, tierra de emprendedores y musa de su propia escuela de arte, ha logrado mantener un difícil equilibrio en los tiempos que vivimos y actualmente es, para mí, uno de los referentes de cómo quiero que sea el mundo en el que habito.
En Pep [un compañero y un amigo] me enseñó algo que presuntamente ya sabía brindándome, un día que pedaleábamos entre volcanes, la oportunidad de poner en práctica el consabido verso del poeta: “se hace camino al andar”:
- Vamos por este sendero [señalando un muro de espesa vegetación]
- ¿Qué sendero? Aquí no hay ningún sendero…!
- Pero si no pasamos no lo habrá…alguien ha de empezar…
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En la foto de arriba el volcán de Santa Margarida (municipio de Santa Pau), de 682m de altitud. Entró en erupción hace 11.000 años. En medio de su cráter [aquí oculta por un mágico velo de niebla] se halla una iglesia románica con el mismo nombre.
La fotografía de abajo corresponde a una jornada de reflexión estratégica con la junta directiva de Turisme Garrotxa. El escenario es
Can Patorra una casa de turismo rural regentada por David Muñoz [el primero por la izquierda] y su esposa, un verdadero ejemplo de emprendeduría y de armonización de los propios valores con la manera de vivir.