Aunque llegué al mundo en Balaguer podría haber sido, con muchas posibilidades, en cualquier otra parte. Aún así me da como cierta sensación de arraigo saber que mis orígenes se hallan realmente en una zona inhóspita y montañosa de la Catalunya Central que ofrece, a partes iguales, un paisaje severo y de belleza extrema al que se le intuye una crueldad atávica que se mezcla en el aire con el aroma intenso del tomillo.
Robles, encinas y cuervos acaban de adobar un paisaje en el que el turismo rural ha roto el hechizo que mantenía a sus habitantes fríos y distantes. Mis abuelos, humildes y trabajadores, domaron y cultivaron la tierra de unos y de otros transitando, procreando y deshilachándose durante toda una vida, a lo largo de un territorio intenso que hoy se puede recorrer en automóvil en poco más de una mañana.
En semejante escenario no puedo más que sonreír y sentirme orgulloso de la vivacidad e inteligencia de mi padre por dar rienda suelta a su curiosidad y continuar el tránsito fuera del radio de aquellas montañas, complicando en su aventura a mi madre, por aquel entonces una joven de ojos brillantes y sonrisa encantadora que contenía el fuego de la rebeldía y de la determinación peligrosamente mezclado con aquella ingenuidad que le costó que la juventud le fuera arrancada de cuajo. Mientras escribo esto me doy cuenta de hasta qué modo mi mirada descansó a lo largo de mi infancia en los gestos, risas, llantos y evoluciones de esas dos personas a las que tanto admiro y a las que, en cambio, he dosificado, incomprensiblemente, mi ternura y… lo siento…
Sea como fuera, a lo largo de los años estuvimos de aquí para allá, siguiendo a ese padre inquieto en sus proyectos, primero con mi madre y luego con mi hermano, siempre perseguidos de cerca por la estela de una fama salpicada de adjetivos referentes a su honestidad, rectitud, meticulosidad y profesionalidad. Mi madre fue, muy a pesar suyo, famosa por su cocina y llegó a sentirse orgullosa de su habilidad en aprovechar el espacio a la hora de hacer maletas y yo me acostumbré a dejar cursos a medio empezar y a presentarme como aquel nuevo compañero ante una clase repleta de niños mirándome con curiosidad burlona y de mal pronóstico. También aprendí a dejar el pasado y a poner puntos de sutura en relaciones prematuramente amputadas… una siniestra y útil habilidad que todavía conservo.
Pero liberar de aquellos valles tortuosos hacia la globalidad, a una genética marcada por el tránsito, llevó a mi padre a dejar lastre y a elevarse en su curiosidad y ambición hasta sitios remotos como Nigeria, Colombia, Casablanca, Hong Kong, dejándonos en su ascenso rebotando a cada uno de nosotros en nuestros propios y más modestos tránsitos personales, pero tránsitos al fin y al cabo.
Así pues empecé un periplo que me llevó a Barcelona y, en la misma ciudad, viajé a lo largo de sus barrios, de sus pisos, entre afectos y desafectos, aferrado a mis cosas como si fueran el ancla que pudiera mantenerme fondeado en alguna cala tranquila de ese ir y venir en mi continuo hacer y deshacer a la vez que, paralelamente, mis hábitos personales, detalles como que la primera cosa que haga al levantarme sea lavarme y vestirme, contribuían a hacerme inaprehensible, a un estar listo para partir y a generar, en definitiva, una vaga sensación de incertidumbre que continua siendo la verdadera clave para entender mis coordenadas entre las personas que quiero y que me quieren.
Instalado en una profesión que me gusta y que me lleva de aquí para allá, atravesando paisajes, personas, caracteres, giros y dialectos, sigo confinándome a una soledad que ahora sé que emana de mi mismo, que vivo como familiar y que me lleva, muchas veces, a desear que la noche que se cierne sobre mi mientras conduzco no se acabe nunca, para poder seguir transitando...
Robles, encinas y cuervos acaban de adobar un paisaje en el que el turismo rural ha roto el hechizo que mantenía a sus habitantes fríos y distantes. Mis abuelos, humildes y trabajadores, domaron y cultivaron la tierra de unos y de otros transitando, procreando y deshilachándose durante toda una vida, a lo largo de un territorio intenso que hoy se puede recorrer en automóvil en poco más de una mañana.
En semejante escenario no puedo más que sonreír y sentirme orgulloso de la vivacidad e inteligencia de mi padre por dar rienda suelta a su curiosidad y continuar el tránsito fuera del radio de aquellas montañas, complicando en su aventura a mi madre, por aquel entonces una joven de ojos brillantes y sonrisa encantadora que contenía el fuego de la rebeldía y de la determinación peligrosamente mezclado con aquella ingenuidad que le costó que la juventud le fuera arrancada de cuajo. Mientras escribo esto me doy cuenta de hasta qué modo mi mirada descansó a lo largo de mi infancia en los gestos, risas, llantos y evoluciones de esas dos personas a las que tanto admiro y a las que, en cambio, he dosificado, incomprensiblemente, mi ternura y… lo siento…
Sea como fuera, a lo largo de los años estuvimos de aquí para allá, siguiendo a ese padre inquieto en sus proyectos, primero con mi madre y luego con mi hermano, siempre perseguidos de cerca por la estela de una fama salpicada de adjetivos referentes a su honestidad, rectitud, meticulosidad y profesionalidad. Mi madre fue, muy a pesar suyo, famosa por su cocina y llegó a sentirse orgullosa de su habilidad en aprovechar el espacio a la hora de hacer maletas y yo me acostumbré a dejar cursos a medio empezar y a presentarme como aquel nuevo compañero ante una clase repleta de niños mirándome con curiosidad burlona y de mal pronóstico. También aprendí a dejar el pasado y a poner puntos de sutura en relaciones prematuramente amputadas… una siniestra y útil habilidad que todavía conservo.
Pero liberar de aquellos valles tortuosos hacia la globalidad, a una genética marcada por el tránsito, llevó a mi padre a dejar lastre y a elevarse en su curiosidad y ambición hasta sitios remotos como Nigeria, Colombia, Casablanca, Hong Kong, dejándonos en su ascenso rebotando a cada uno de nosotros en nuestros propios y más modestos tránsitos personales, pero tránsitos al fin y al cabo.
Así pues empecé un periplo que me llevó a Barcelona y, en la misma ciudad, viajé a lo largo de sus barrios, de sus pisos, entre afectos y desafectos, aferrado a mis cosas como si fueran el ancla que pudiera mantenerme fondeado en alguna cala tranquila de ese ir y venir en mi continuo hacer y deshacer a la vez que, paralelamente, mis hábitos personales, detalles como que la primera cosa que haga al levantarme sea lavarme y vestirme, contribuían a hacerme inaprehensible, a un estar listo para partir y a generar, en definitiva, una vaga sensación de incertidumbre que continua siendo la verdadera clave para entender mis coordenadas entre las personas que quiero y que me quieren.
Instalado en una profesión que me gusta y que me lleva de aquí para allá, atravesando paisajes, personas, caracteres, giros y dialectos, sigo confinándome a una soledad que ahora sé que emana de mi mismo, que vivo como familiar y que me lleva, muchas veces, a desear que la noche que se cierne sobre mi mientras conduzco no se acabe nunca, para poder seguir transitando...
Entre la belleza extrema y la crueldad atávica .... la elección es la soledad, esa soledad de la noche estrellada, donde ¿desapareces? .... para seguir transitando .... ¿desde dónde?¿hasta dónde? .... disolverse en la noche sin fin desde el más profundo vacio ....
ResponderEliminarUnos amigos, hace ya unos años, utilizaron esta frase para la primera hoja de presentación de su nueva empresa de consultoria. "Piedra que corre no coge musgo" Creo que es una frase atribuida a Elhuyar.
ResponderEliminarPor más que leo la frase, siempre entiendo lo contrario. La sensación que tengo cuando leo esta (preciosa) entrada. Solo transitando nos llevamos lo esencial de los lugares y personas pegado en nuestro cuerpo.
Un abrazo
Meravellosa i tendra descripció d'un dels costats de la teva polièdrica personalitat.
ResponderEliminarEt superes, dia a dia, en l'art de la narració.
M'ha emocionat molt, de veritat.
Mònica
Digamos que, como la del manager, también existe 'la soledad del consultor'... ¡Otra cosa es que casi tenga componentes genéticos! Me gusta la entrada, viene a ser parte de pensar de verdad en por qué (y por quiénes) trabajamos.
ResponderEliminarAy, esas "siniestras y útiles habilidades" que uno posee como no siempre deseada herencia. ¿Qué hacer con ellas y cómo emplearlas?... tal como hemos comentado en alguna ocasión: ahí empieza la responsabilidad.
ResponderEliminarPreciós post, Manel, tan sobri i contingut, com sempre, elegant, però... emocionant. Gracies.
txaval, deixa d'escriure de coses de consultoria i tal, joé.
ResponderEliminarUna besada inmensa
Nuestra existencia, en si misma, es un periplo, un ir y venir constante. Si a ello añades un componente de tránsito por el mundo físico, al final te acostumbras a viajar ligero de equipaje, con sólo lo imprescindible, lo fundamental.
ResponderEliminarMe gusta tu apunte, quizás porque también tuve una infancia algo nómada. Ahora, ya mayor, me molesta la sensación de estar almacenando más cosas materiales de la cuenta. Entonces, en un gesto rebelde y reivindicativo, me desprendo de ellas hasta volver a sentirme a un palmo del suelo. Un post salido de muy adentro... :-)
PS: Y por cierto, no olvides disfrutar del paisaje mientras andas, ¿eh?
No sé si en esto habrá componente genética o no, pero escribes (y transmites) como los grandes!
ResponderEliminarEl día que publiques un libro, correré a por él!
Un abrazo!
Bella entrada Manel. Casi hace desear que mantengas esa soledad para que, en tu tránsito, sigas desfilándote a ti mismo y nos regales estas excelentes reflexiones llenas de suntuoso silencio. Un auténtico post “de carretera”, de largo recorrido para llegar a uno mismo.
ResponderEliminarLa soledad, como la niebla, asusta mientras no aprendes a dejarte mecer en su lenguaje y en sus ritmos. Llegar a ese punto de complicidad es un regalo de esa gran Diosa que es la vida.
No es la primera vez, de hecho creo que la tercera, que un Off Topic tuyo me hace recordar un libro con el que hace bastantes años inicié el interesante y necesario viaje a mi misma. Tal vez este tintineo del recuerdo tiene mensaje, habrá que comprobarlo. Me ha entrado una curiosa necesidad de saber cuanto hay de elección en mi misma.
Gracias Manel. Como siempre, inspirador…
Bonica contradicció: un clam a la soledat -desitges poder seguir transitant a través de tot (i de tothom?)- però ho comparteixes amb tots els qui llegim teu blog.
ResponderEliminarUn post corprenedor per la seva sinceritat aclaparant.
Reflexió fonda i deshinibida. La infantesa, les figures del pare i de la mare, la vida, els desplaçaments... Més material dissimulat entre les línies que posat de relleu. Un escrit que amaga l'essencial darrera les paraules, posant-lo a l'abast de qui et llegeix en tres dimensions. M'ha agradat, naturalment.
ResponderEliminarAmig@s, ya sabéis que me gusta y tengo por costumbre responder a cada comentario por aquello de que complementan y añaden a los contenidos del post. Pero, en este caso y dadas las características de este post creo que cada comentario es una interpretación en clave personal de aquellos aspectos que, como una “obra abierta” ha sugerido. Así pues me abstendré de comentarlos y mantendré un respetuoso silencio que rompo ahora, tan sólo, para agradeceros el haber respondido. Gracias.
ResponderEliminarComo apunta Carlos Marzal:
ResponderEliminarTodos somos culpables de nuestros comentarios, pero inocentes de nuestros comentaristas.
Manel, otro gran post, de los tuyos, de los que me emocionan...por lo que dices...y por cómo lo dices, porque...¡¡Que bien escribes tío!!.
ResponderEliminarCasualmente, justo antes de leerte, acabo de terminar de "limpiar mi mesa", tirando papeles..., recuerdos..., nostalgias. He rescatado unas notas que tomé en una conferencia de Javier Fernández Aguado "La soledad del directivo", referentes a la "soledad buena", y nos hablaba (o yo anotaba) de la importancia del "silencio" para la toma de decisiones, y aconsejaba, en referencia al "tránsito" no ir tan rápido, dedicar tiempo a pensar y mirarnos al espejo sin narcisismo...
Un abrazo
Impresionant. Et felicito !
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