De pequeño me gustaba, como a casi todos los niños, correr. De hecho, ahora que recuerdo, la mayoría de juegos, en el patio del colegio, incluían correr, pero, y eso es importante, no de una forma fondista, sino como una suma de pequeñas carreras donde ser veloz y hábil driblando era fundamental para no ser eliminado.
Debía tener doce años la primera vez que me vi involucrado en algo parecido a una maratón y recuerdo como si fuera hoy cómo el espíritu animoso y juguetón que me acompañaba a la salida fue siendo progresivamente substituido por todo tipo de pensamientos provocados por el cúmulo de sensaciones que estaba experimentando, destacando entre todas ellas, aquella desagradable sensación de ahogo, como de estar quemándoseme el aire en los mismos pulmones que, a su vez, me remitía continuamente a la solidez de mi compromiso con aquel evento mientras mi rígida educación me reñía por mi veleidad y me impelía a acabar lo que había empezado [desde con un plato de comida hasta con aquella absurda competición]. Total que, mientras trotaba ya sin ninguna convicción ni entusiasmo, decidí no volver a participar en ninguna otra carrera que implicara tamaño debate conmigo mismo y que no pudiera ser solucionada con un rápido sprint.
Aunque alguna vez me he descubierto admirando desde a aquellas personas que parecen ser capaces de correr eternamente sobre la cinta en el gimnasio hasta aquellas otras que son capaces de encajar toda su vida en un proyecto, normalmente, y con la excepción aprendida de los procesos de formación, intento evitar aquellas actividades demasiado largas que exigen que contenga el torrente diverso, multicolor e inclasificable de ideas que invadiría y arrasaría de manera devastadora la llanura de mi pensamiento, llevándose consigo el frágil mantra con el que debo recordarme el objetivo que persigo.
Ahora que ya tengo unos años, sé que mi falta de vocación para objetivos que impliquen una dedicación de mi tiempo excesivamente larga se debe a varias causas entre las cuales podría destacar, por un lado, la acidez que me sobreviene al tener que recurrir a la manida táctica del compromiso establecido con lo andado para seguir avanzando que, para entendernos, viene a ser el caso del ex fumador que recurre al tiempo que lleva sin fumar para seguir sin hacerlo. Un mecanismo éste que sugiere la sospecha en torno a la vaporosidad inherente a muchos retos y que los convierte en dudosas fuentes de motivación continua.
Y por el otro, el aburrimiento al que me somete el diálogo que he de mantener conmigo mismo propio de actividades que requieren, como en aquella maratón, que revise los recursos de los que dispongo y me dote de argumentos para justificar que el tiempo que podría dedicar a una diversidad interesante de cosas vale la pena ser olvidado por aquello que me mantiene ocupado. Aspecto éste en el que realmente nunca he creído y que si no fuera por el sentido del compromiso que requieren ciertos temas y que me grabaron a fuego desde niño, ya me hubiera demostrado.
Debía tener doce años la primera vez que me vi involucrado en algo parecido a una maratón y recuerdo como si fuera hoy cómo el espíritu animoso y juguetón que me acompañaba a la salida fue siendo progresivamente substituido por todo tipo de pensamientos provocados por el cúmulo de sensaciones que estaba experimentando, destacando entre todas ellas, aquella desagradable sensación de ahogo, como de estar quemándoseme el aire en los mismos pulmones que, a su vez, me remitía continuamente a la solidez de mi compromiso con aquel evento mientras mi rígida educación me reñía por mi veleidad y me impelía a acabar lo que había empezado [desde con un plato de comida hasta con aquella absurda competición]. Total que, mientras trotaba ya sin ninguna convicción ni entusiasmo, decidí no volver a participar en ninguna otra carrera que implicara tamaño debate conmigo mismo y que no pudiera ser solucionada con un rápido sprint.
Aunque alguna vez me he descubierto admirando desde a aquellas personas que parecen ser capaces de correr eternamente sobre la cinta en el gimnasio hasta aquellas otras que son capaces de encajar toda su vida en un proyecto, normalmente, y con la excepción aprendida de los procesos de formación, intento evitar aquellas actividades demasiado largas que exigen que contenga el torrente diverso, multicolor e inclasificable de ideas que invadiría y arrasaría de manera devastadora la llanura de mi pensamiento, llevándose consigo el frágil mantra con el que debo recordarme el objetivo que persigo.
Ahora que ya tengo unos años, sé que mi falta de vocación para objetivos que impliquen una dedicación de mi tiempo excesivamente larga se debe a varias causas entre las cuales podría destacar, por un lado, la acidez que me sobreviene al tener que recurrir a la manida táctica del compromiso establecido con lo andado para seguir avanzando que, para entendernos, viene a ser el caso del ex fumador que recurre al tiempo que lleva sin fumar para seguir sin hacerlo. Un mecanismo éste que sugiere la sospecha en torno a la vaporosidad inherente a muchos retos y que los convierte en dudosas fuentes de motivación continua.
Y por el otro, el aburrimiento al que me somete el diálogo que he de mantener conmigo mismo propio de actividades que requieren, como en aquella maratón, que revise los recursos de los que dispongo y me dote de argumentos para justificar que el tiempo que podría dedicar a una diversidad interesante de cosas vale la pena ser olvidado por aquello que me mantiene ocupado. Aspecto éste en el que realmente nunca he creído y que si no fuera por el sentido del compromiso que requieren ciertos temas y que me grabaron a fuego desde niño, ya me hubiera demostrado.
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La imagen corresponde a Tres niños corriendo de Salvador Pérez Bassols.
Un post genial! He llegado a paladear hasta un cierto (y sano) hastío mientras lo leía. Bueno, yo no me preocuparía demasiado: siempre puedes utilizar los mojones del camino para sentarte y reposar. Después otra carrerilla hasta la próxima meta-mojón. Debe ser la edad que nos empuja a establecer metas más manejables...
ResponderEliminarMe encanta el post. Yo siempre me he reprochado mi inconsistencia y creía que uno de mis mayores defectos era la alegría con la que comienzo proyectos, la energía que pongo en el diseño y el arranque y lo que me cuesta hacer el seguimiento y mantener mi interés en el tiempo. Me encanta la idea de los sprints cortos.
ResponderEliminarYo sin embargo soy de "grandes recorridos", podría persistir durante siglos en un mismo tema hasta conseguirlo, es mi "naturaleza" .... lo importante es saber lo que te gusta y hacerlo con tus características .... mi compañero es de tu estilo, hay trabajos que le aburren soberanamente, siempre le digo "eso, déjamelo a mi" ....
ResponderEliminarSin embargo hay quien encuentra en el trance de la marathon esa pauta que necesita para tirar para adelante, como los galeotes cuando el cómitre les marca el ritmo.
ResponderEliminarPero que conste que lo que a mí me gusta es el fartlek, como ya dije en su día (que justo era mi cumple, me acabo de dar cuenta)
http://tikitak.blogspot.com/2008/07/fartlek.html
Tengo recuerdo de dos grandes juegos en mi primera infancia. Uno eran batallas campales, así como suena. Los buenos perseguíamos a los malos que se metían con las chicas. Una vez me caí en un charco y dejo de ser divertido. Otro, un poco más mayor, en una altura del patio nos atrincherábamos hasta acabar con todos los oponentes. Era una pelea individual, espalda contra la pared y a tirar a quién quisiera compartir la gloria contigo.
ResponderEliminarEjercicios ambos de muy poco recorrido, eran una actividad dentro de un pequeño tiempo de recreo.
Será por eso que durante mucho me ha gustado acurrucarme en los proyectos, acunarme en las nanas conocidas, disfrutar de las caricias familiares y superar las cada vez más complejas y apasionantes disputas llenas de historia.
En este tiempo, en el ultimo tiempo, disfruto más del agua, quería decir de lo liquido en el sentido baumanesco de la palabra. Y está bien y me gusta y puede ser para un rato pero con muchos momentos dentro de este rato... Un placer compañero.
Una propuesta de correr como estrategia para un cambio. Y, en este patrón es que al correr como un niño, motiva la mejora del cambio en el adulto, que siempre tiene dificultades para el cambio. Excelente manera de estimular la creatividad.
ResponderEliminarSaludos
Orlando
Lima - Perú
@Anna. Debe ser eso…que la edad nos estimula a metas más manejables. Lo mío es como una imposibilidad de dejar de mirar siempre lo que toca aún por hacer y si es mucho…pues…como que me aburro más pronto. Siempre he pensado que mi vida ha de ser muy corta porque tengo como mucha prisa por acabar una cosa y empezar otra…Lo de los mojones está bien, iba a escribir algo de que me interesan tanto o más las fases del proceso como el fin que éste persigue, ya ves!
ResponderEliminarUn abrazo y mis mejores deseos para la recuperación…
@Laura Rosillo. Todo indica, según los tiempos que corren, que el sprint debe ser la mejor opción. Nada de carreras de fondo ya que es altamente probable que quiten el camino que queda por delante mientras borran lo que ya está recorrido. Al final un@ se puede encontrar corriendo sin saber hacia dónde ni por qué, ¿verdad? ;) Yo también prefiero trabajar en proyectos cortos que me permitan una gestión multitareas y diversificar las actuaciones, es mucho más estimulante.
ResponderEliminarGracias por tu comentario Laura. Un abrazo.
@Juana. Estoy totalmente contigo, cada cual a lo suyo. Importante, por eso, lo que dices de “saber lo que realmente te gusta”, creo que ahí está la clave. Pinta bien esa relación que tienes. Un abrazo!
ResponderEliminar@Luis.tic. Por fragmentos me ha parecido que te había copiado el post Luis ;) Sí, tal y como lo planteas , ya puestos y si la carrera es larga también prefiero los cambios de ritmo y de intensidad que ofrece el fartlek. De alguna manera viene a ser lo mismo que se desprende del espíritu del post, subdividir el gran proyecto en pequeños retos, cada uno con su carácter y sentido propio. Respecto a lo que comentas de la maratón debe de tener que ver con lo que dices en el post de “llegar a disfrutar corriendo”, algo que sospecho que ya de por sí es un proyecto en sí mismo.
ResponderEliminar@gallas. Impresionado me tienes desde que leí aquello del “full contact”, ahora con las batallas y demás entiendo la fiereza de la mirada y me alegro de ser tu amigo ;)
ResponderEliminarTambién gocé de una miscelánea de juegos parecidos pero prevalecían aquellos que incorporaban pequeñas carreras y que exigían velocidad [el pañuelo, la cogida,…]… no sé debe ir por “culturas” de colegios. En el mío, por ejemplo teníamos que pintarnos a las niñas al oleo…quizás eso influía no sé.
A ti ya te imagino en la vida desafiando las fuerzas que le fuerzan a uno Asier, buceando ingrávidamente, con maestría… Un abrazo amigo!
@Orlov. A veces escucho eso de actuar como niños para vencer las resistencias de los adultos y la idea me atrae tanto como imposible la veo. Para investirnos de la capacidad de cambio de un niño necesitamos poder recuperar tres cualidades, una es la convicción de que el mundo es interesante más allá de lo conocido y que merece la pena ser descubierto, otro es desear crecer y el tercero es confiar en el adulto… A veces se habla de la “inocencia perdida” pero, si fuera así, cabría la posibilidad de recuperarla lo cual me hace pensar en que no se ha perdido sino que realmente se ha “evaporado”.
ResponderEliminarGracias Orlando por tu comentario y por haberme invitado a este enfoque de la conversación. Un abrazo.
Manel, si hubieras publicado este post hace un mes, mi lado visceral estaría alineado de inmediato contra los esquemas educacionales que parecen olvidar que el compromiso empieza por un@ mism@ y que entre las palabras “romper” y “mantener” está la de “revisar”.
ResponderEliminarSin embargo, me pilla a medio camino del traslado de mi blog hacia su nueva casa (que pronto estará lista) con su inevitable y tediosa labor de traspasar contenidos, comentarios, replantear categorías, etiquetar… Es decir, una visión de mi misma en un recorrido de más de tres años que me ha hecho el efecto de subir a una cima solitaria desde la que puedo observar-me.
En realidad leí tu post ayer y sentí como que habías añadido una pregunta a las que yo me estaba haciendo. Aficionada también al sprint y a los cambios de ritmo (¿multidisciplinar o dispersa?) una mirada detenida me deja ver una coherencia en los objetivos y los retos que sospechaba, pero no tenía tan clara.
Y encima ahora están los comentarios y tus respuestas con nuevos matices que invitan a más… Como no es cuestión de caer en la grosería de ocupar más espacio, creo que esta reflexión me va a gustar para el primer post que escriba en mi nueva casa.
¡Deliciosa la imagen! Una playa para perderse… mucho mejor que la cinta del gimnasio, ¡donde vamos a parar! Y seguro que ya habrás encontrado la forma de disfrutar y exprimir el aburrimiento :)
Manel:
ResponderEliminarNo es solo lo bueno del contenido, si no el maravilloso dominio del idioma.
Gracias,
Alberto
@Isabel. Las setas de un bosque están unidas por una malla subterránea que determina su crecimiento. Nuestra percepción de su dispersión no es otra cosa que el desconocimiento de esta malla. Del mismo modo, todas nuestras actuaciones obedecen a un patrón que puede ser que olvidemos y que seguro que vamos modificando, pero el hecho de no ser conscientes de él no nos convierte en dispersos sino que tan sólo nos hace sentir como tales. Labores como las que estas realizando con tu nueva página ayudan a realizar este trabajo de espeleología que le permiten a un@ ver los estratos de su evolución, ver las fallas y con ello entender la orografía del propio paisaje. Esperamos esta nueva página con expectación. Seguimos.
ResponderEliminar@Facility manager. Muchísimas gracias Alberto. Un fuerte abrazo!
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