En todos aquellos oficios en los que aportamos valor a partir de la gestión que hacemos del propio conocimiento, puede decirse que existen tantos enfoques como personas se dedican a ellos.
Uno podría imaginarse que la mirada de la profesión vendría a ser como la que proyectaría el ojo compuesto de un insecto, donde una multitud de lentes dan cuenta de una misma realidad desde la infinidad de ángulos distintos que impactan sobre ella. En otros momentos y para referirme a la importancia de la diversidad y riqueza de la fragmentación de enfoques, he utilizado la metáfora del poliedro como símbolo de la variedad de perspectivas que convergen en una misma práctica y para evitar confundir la búsqueda de la verdad con simplificar su complejidad y abordarla desde una única óptica, algo que no pretenden ni las denominadas ciencias puras.
El hecho de que cada persona sea consciente y responsable de la refracción que su enfoque proyecta sobre aquello que hace ya es un tema distinto y me atrevería a decir que tiene que ver más con la consciencia de uno mismo y con el valor que se otorga a “lo propio”. De este modo, no es extraño reconocer a quien se mantiene “a un lado” mientras se remite continuamente al pensamiento heredado, actúa como el vehículo del conocimiento acuñado por otros y no pretende más que replicar aquella manera de proceder considerada como válida y reconocida en su entorno de influencia. Pero no es éste un tema interesante ni que me apetezca desarrollar ahora y aquí.
Lo que sostengo es que, con más o menos consciencia de ello, cada uno proyecta su propio enfoque respecto a lo que dice, al porqué lo dice y a lo que hace. En nosotros anida siempre quienes hemos sido y, por ello, cada enfoque está determinado por multitud de variables, a cual más relevante, entre las que se hallan -¿cómo no?- la formación que se ha recibido, tanto los contenidos impuestos como los modelos educativos con los que se ha coincidido así como su traducción por parte de aquellos maestros y profesores con los que nos hemos cruzado, las orientaciones recibidas, los intereses que se han despertado y aquellas curiosidades en las que nos hemos entretenido.
En la percepción que se tiene del mundo intervienen, por aceptación o por rechazo, aquellas personas que han ejercido alguna influencia, las admiraciones que se han proyectado y todas aquellas vivencias que se han experimentado, y aquí hay que dar cabida a los encuentros, desencuentros, deseos, frustraciones, satisfacciones y también a las conclusiones que se han destilado de todo ello y que inevitablemente se reflejan en un corpus personal de valores que configuran esa manera singular de ser y de hacer que no es otra que la que se refleja en el espejo cada mañana y con la que interpretamos el mundo, tomamos cada una de nuestras decisiones y aconsejamos a otros.
Es incompleto y falso pensar que lo que ofrecemos está determinado, tan sólo, por una formación académica y técnica adobada por la experiencia profesional que suele reflejarse en un currículum vitae convencional. Nadie ha podido evitar, en algún momento de su vida profesional o personal adulta, experimentar la sensación de estar poniendo la misma expresión de alguno de sus progenitores, como si un sinfín de señales provenientes de cada uno de los músculos de la cara imprimiesen ese rostro en nuestro cerebro e insistieran en que es exactamente igual al que estamos poniendo en aquel preciso momento mientras estamos hablando, asesorando o lo que sea que hagamos en nuestro trabajo.
Ahora bien, caminar no supone considerar o tener consciencia de lo que se ha andado, por donde se ha pasado o de lo que se ha aprendido, perdido o ganado, de la misma manera que hay muchas personas que no tienen en cuenta o no valoran la importancia que tiene todo lo transitado en el hecho de encontrase en el punto del que se parte.
En consultoría y, como decía al principio de este post, en todos aquellos oficios en los que se ofrece un servicio a partir de la gestión que se hace del propio conocimiento, cada cual tiene la opción de amasar, tornear y moldear las variables que determinan su propio enfoque hasta el punto de ponerlas en valor y enriquecer su actuación profesional. Una opción que además supone derribar las parcelas entre el yo profesional y el yo personal, entre el antes y el ahora, lo que hago y debería hacer y que, en definitiva, conlleva poder ser siempre uno mismo tal cual es, allí donde se esté.
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