lunes, 27 de mayo de 2013

Cegueras


Príamo suplica a Aquiles/ A. IVANOV
Inspirado en el fragmento más bello de la Ilíada, cuenta David Malouf en Rescate [2009] como Príamo rey de Troya, renuncia a todo fasto y, despojado de su realeza, emprende, con las más humildes vestiduras, el viaje hacia las filas aqueas para rogar ante el gran Aquiles por su hijo Héctor, a quien el héroe insiste en mantener sin sepultura para escarnio de los troyanos.

De esa guisa y sentado durante el viaje en el pescante de un carro junto a Somax, un hombre sencillo que nada sabe de reyes ni de príncipes, el anciano rey asiste fascinado al espectáculo de un mundo que hasta este momento se ha mantenido oculto entre los pliegues de la pompa y del boato que rodea el poder.

Hay una preciosa reflexión de Príamo durante un descanso en el camino cuando, aconsejado por Somax, refresca los pies en las frescas aguas de un riachuelo:

Naturalmente, todas esas cosas no eran en sí mismas una novedad. El agua, los peces, las bandadas de vencejos siempre habían estado allí, inmersos en sus propias vidas y pequeños quehaceres, ocupados en sus cosas, pero hasta ese momento no había tenido ocasión de darse cuenta de su existencia. No habitaban su esfera regia. Por ser innecesarios para la observancia o el sentimiento real, ocupaban un segundo plano, y su atención se fijaba siempre en lo que era importante. En sí mismo. La actividad oficial que recaía sobre su persona en cualquier acontecimiento o escenario, la pose formal que le correspondía mantener y que debía hacer resplandecer.

Llama especialmente la atención de la novela esa mágica aparición del mundo que va manifestándose mientras desaparece toda ambición que no sea la natural que mueve a ser, sencillamente, un padre que ruega por el cuerpo de su hijo muerto. Y, de alguna manera, el lector sabe que este viaje es realmente una ablución, una purificación en la que sólo despojándose de toda la superficialidad y ostentación vinculada al poder, Príamo encuentra las palabras necesarias para rozar el alma de Aquiles, recordarle a su padre ausente y llorar juntos, cada uno por su ser querido.

William Blake [1779] Lear and Cordelia in Prision

En El Rey Lear, William Shakespeare traza la historia de otro poderoso que decide dividir su reino tomando como unidad de medida la cantidad de afecto que le muestren sus tres hijas. De este modo, cegado por la adulación, cede todo su reino a dos de ellas en detrimento de la más pequeña [Cordelia] que, como muestra de respeto y negándose a participar del engaño de sus hermanas, le responde que lo que siente por él es sólo aquello que le debe una hija a su padre.

La verdad no tarda en revelarse y el velo que impide al rey ver la realidad que anida en el interior de las personas cae cuando éste es rechazado por sus dos hijas, y se halla, desposeído y harapiento, a merced de las inclemencias del tiempo fuera de la protección de las murallas de su castillo.

Aunque los cortesanos insistan en atribuir sus lamentos a un estado de locura, Lear jamás ha estado tan acertado en sus valoraciones y, una vez más, se relaciona la lucidez y la visión cristalina de aquella esencia que anida en el interior de las personas con la pérdida del poder y, más concretamente, de la pompa que éste conlleva.

En este clásico hay más alusiones a las consecuencias de disipar el espejismo que produce el poder como es el caso de Gloster, un noble al que, por ser leal al rey, dejan ciego y sólo entonces acierta a distinguir entre cuál de sus dos hijos le profesa un auténtico amor.


Diógenes. Jean-Léon Gérôme [1860]
De Diógenes de Sinope [412 a.e.c.- 323 a.e.c.] se dice que vivía en un tonel sin más pertenecias que su manto, un báculo y un cuenco que consideró innecesario y del que se desprendió al ver cómo un niño bebía agua directamente de sus propias manos.

Diógenes representa, entre otras muchas cosas, la visión descarnada ajena a toda posesión y a cualquier maquillaje con el que los símbolos disfrazan la realidad. De este modo le vemos caminando entre los hombres de Atenas, apartándolos y buscando con una linterna tan sólo a uno que fuera honesto. O respondiendole a Alejandro el Grande, en una dudosa ocasión en la que éste se ofreció a hacer algo por él, que lo que mejor podía hacer era apartarse porque le tapaba el sol y estaba haciéndole sombra.

He tenido la oportunidad de ver cómo algunas personas, que han dejado de ejercer cargos directivos, recobran lo que parecia una perdida consciencia de su entorno y una súbita sensibilidad hacia los detalles más cotidianos de la organización, en especial aquellos aspectos que hace que chirríe la relación entre los distintos estratos organizativos.

Esto me ha llevado a los diferentes casos que he expuesto en este post y a llegar a recrearme en la idea de que experimentar el lujo de la lucidez y de la consciencia que conlleva pisar el suelo que habitamos, bien merecería la pena para que, algún día, se diseñase un sistema mediante el cual algunos abandonaran, aunque fuera temporalmente, la esfera de poder en la que están inmersos y, de este modo, brindarles la oportunidad de acceder a la sencillez y visión que, en esencia, se requiere de un líder y que sólo se adquieren cuando esas cualidades son lo único que se puede perder.



8 comentarios:

  1. Me has recordado un programa que pillo a veces en las escasa ocasiones que veo TV y que se llama "The Boss", una de esas producciones americanas que pasan por los canales que tenemos sintonizados en los números más altos de nuestros televisores.
    En él el director (the Boss) pasa cuatro o cinco días disfrazado, haciendo el papel de aprendiz en algunas de las dependencias de su empresa,
    trabajando codo con codo con los encargados de mantenimiento, del almacén o de las tiendas.

    Pese a la evidente impostura de que aparezca un aspirante a currito con una cámara de TV detrás, en cada caso los jefes acaban por descubrir algunos de los problemas reales de su empresa, a veces pequeños pero significativos. Y de paso descubren también las muy reales capacidades de sus empleados, los que están en los estratos más bajos de la organización pero, esto es importante, los que están día a día en contacto con el negocio.
    Ven lo que desde los despachos, los organigramas, los programas de calidad y control, las planificaciones y los grandes presupuestos no se ve porque queda muy lejos, muy abajo.


    Gran post, Manel.

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    1. Y lo que comentas me lleva a Enrique V [Shakespeare] Acto IV, escena I, la noche antes de la famosa escena de la batalla de Azincourt. Cuando el rey, disfrazado con una capa, se pasea por el campamento e intercambia impresiones con los soldados sobre cómo ven la situación y sobre qué piensan del rey. Es una escena preciosa que se parece muchísimo a lo que comentas. Gracias Judith, un abrazo.

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  2. Hay una película fabulosa de Woody Allen alrededor de la ceguera física y la ceguera moral, y con cual de las dos se accede mejor al alma humana. No tiene posiblemente aplicación empresarial directa, aunque sí indirecta en el sentido moral. Seguro que la conoces, es 'Delitos y faltas', y, qué demonios, está a la altura de las obras que mencionas...

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    1. Grande, grande Goio!! Muy buena!! Incluso le veo bastante relación con el mundo empresarial/organizativo/etc., sobre todo, de hoy en día, cuando la crisis ha determinado que los valores hayan dejado de ser una pestaña más en la web para convertirse en un verdadero tema de preocupación. Comentaba hace poco alguien a quien admiro que tenemos, desde hace mucho tiempo, un grave problema y es el de que “los virtuosos no están orientados al poder y aquellos que se orientan al poder, lamentablemente, no son virtuosos”. Muchísimas gracias por traer esa pieza aquí. Un abrazo!

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  3. Qué bonito paseo, Manel!! Gràcies!!

    Y qué cercano, el vértigo.

    Conozco bien esa sensación. A veces, ante relatos como éstos, casi siento un poso de tristeza, hoy. Me da cierta pena que parezca que tenga que ocurrir algo devastador, una especie de sacudida, para que seamos capaces de despojarnos, aunque sea por un instante de reflexión, de ciertos harapos.
    Es un buen ejercicio, la autocirugía. A veces, es necesaria una incisión en el tejido sano para para sanar el dañado. Pero da vértigo mirar. Y mucho más pensar en lo que esa mirada implicará, después.
    La segunda vez el vértigo es menor. Acaricias la cicatriz anterior y, aunque no hayas conseguido sanarlo del todo, eres capaz de reconocer el origen del dolor (o de la risa) de una manera más pausada, más calmada, más verdadera.

    Creo que, algunas personas, evitan estas miradas por la pérdida de sentido que implicaría en lo anteriormente vivido, como si pudiera haber mayor pérdida que (mal)vivir lo que aún falte sabiéndose desalineado con uno mismo ...

    Imagino que hay muchas formas de ir cerrando heridas, pero esta es la que yo elegí, hace ya mucho tiempo. Y prefiero el vértigo, ya amigo, que la mirada esquiva.

    Algunas personas manejan el bisturí con mucha dulzura ... ;)

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    1. Es cierto esto que comentas Marta, muchas veces la pérdida de algo supone la consciencia de que haya existido y, lo que suele ser consecuencia de ello, la certeza de no haberlo aprovechado. Son como pequeñas brechas de consciencia plena que se abren de tanto en tanto y que se cierran como los ojos cuando la luz del día les vuelve a dar de lleno. Pienso en diferentes cosas de rango distinto como pueden ser la pérdida de alguien querido [no necesariamente la muerte] o, incluso, la consciencia del bienestar perdido que se tiene ante un dolor de muelas.
      Me parece muy acertada la observación que haces al final sobre la infelicidad a la que algunos se someten por no cuestionar lo vivido llevados por la necesidad de linealidad entre el pasado y el futuro. Personalmente también prefiero optar por el respeto hacia mí mismo y evitar todo juicio sobre el pasado sin contemplar que lo llevo a cabo con un saber que en aquel momento todavía no tenía.
      Muchas gracias Marta, vuelve…

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  4. Me ha parecido un texto hermosísimo -digno de tu sensibilidad- y lleno de sentido.
    Creo que las cegueras de las que hablas les afectan a los poderosos, como dices, y también nos afectan a muchas otras personas "vulgares" que perdemos -aunque sea pasajeramente- la capacidad de percibir lo verdaderamente importante, lo significativo, lo valioso de la vida.
    Es fácil que nos deslumbre el oropel, el artificio, la pompa y el boato. Cuando alguna circunstancia nos hace sentirnos "importantes" la mirada se nubla y el olfato se tapona.
    Mi padre me contaba que algunos reyes tenían a su lado a un siervo que les recordaba continuamente al oído que eran mortales.
    ¿Tendremos que inventar una app que nos llame periódicamente al móvil para recordárnoslo?
    Un abrazo

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    1. Me cuesta creer que este tipo de ceguera que comentas, sea un rasgo que te caracterice Fernando, salta a la vista que ya tienes incrustada muy adentro esta app a la que te refieres ;-)

      La historia que te contaba tu padre me recuerda al papel de los bufones [en el rey Lear hay uno con un papel importantísimo que hace consciente al monarca de la realidad a través de un humor mordaz] y al de los aguadores del desierto. Por lo que parece, por algunos desiertos deambulaban hombres que transportaban agua y la ofrecían a aquellos caminantes con los que se cruzaban. Estas personas levantaban un espejo ante el sediento caminante en el momento en que este se llevaba el cuenco a la boca para recordarle justamente eso que cuentas, que era mortal. Me parece impresionante la escena…

      Un abrazo Fernando!

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