Ser conscientes de aquello que poseemos y consideramos valioso supone, entre otras muchas cosas, contar con ello y echarlo de menos en caso de perderlo. De ahí el control al que sometemos tangibles, como el dinero, y al que queremos someter también algunos intangibles, como el conocimiento, al que nos solemos referir como a otro capital a gestionar.
Me imagino que nadie que pueda estar leyendo estas líneas duda de que, para cualquier organización, el conocimiento de sus trabajadores es uno de los activos más importantes con los que cuenta y que capturarlo, distribuirlo y ponerlo en valor también debiera ser uno de los principales retos a la hora de plantearse la evolución o la misma supervivencia de la organización, sobre todo en un momento como el de ahora, en el que se ha de ser tan ágil como el cambio mismo para adaptarse a los continuos requerimientos de un entorno caprichoso e inestable.
Pero esto, que estoy seguro suscribiría ahora mismo cualquiera con los ojos cerrados, colisiona aparatosamente con la importancia que, en la práctica, se le da al conocimiento, ya que como quizás diría Steven Johnson, la gestión del conocimiento sigue siendo, para muchas organizaciones, algo que todavía se mueve en lo “posible adyacente”, en aquello que se predica más que se practica, a la espera de que suceda alguna cosa que lo convierta en una realidad innegable ya que, mal que nos pese, las organizaciones hacen poco para evitar la fuga continua de su conocimiento y son poco conscientes de ello porque desconocen lo que realmente saben las personas que trabajan en ellas.
El calado del sistema de gestión del conocimiento de una organización está directamente relacionado con el concepto que ésta tiene de las personas que hay a lo largo de su estructura y de la consciencia e importancia que se le dé al conocimiento que éstas acumulan de manera continuada a lo largo del día, en cualquiera de las múltiples actuaciones que llevan a cabo, dentro y fuera de la organización, de las más vistosas a las más insignificantes, de los resultados que se obtienen , de los métodos y técnicas que utilizan para conseguirlo, de lo que se piensa y de lo que se siente respecto a lo que se ve y se hace.
Ignorar esta dimensión de la gestión del conocimiento es quizás uno de los motivos de la pobreza de muchos de los sistemas que existen, caracterizados por su frialdad y por estar más orientados a la comunicación externa que a aportar valor a los procesos de innovación, al desarrollo o al desempeño funcional del día a día de los profesionales. Las más de las veces, estos sistemas son meros recopilatorios de buenas prácticas referidas a proyectos estrella, publicadas en un soporte web estático y de un interés relativo incluso para las personas de la propia organización.
Otro de los factores de descapitalización de conocimiento por parte de la organización reside en el hecho de mantenerlo en el cerebro de una persona, de una minoría interrelacionada o confiarlo a una base de datos. La gestión del conocimiento no ha de enfocarse tanto a su captura y almacenamiento como a la fluidez y continuidad de su distribución para que éste pueda hallarse en movimiento, entre el máximo de personas posibles, enriqueciéndose con el filtro interpretativo y experiencial de cada una de ellas. A esto hay que añadir que no hay mejor manera de conservar la información que confiarla al mayor número de personas de la organización, de tal manera que su posesión y, en consecuencia, su pérdida no dependa de la permanencia ni de la generosidad de nadie. Es ésta una lección que, de manera fractal, debiéramos aprender de las redes neuronales, donde la transmisión y aseguramiento de la información está garantizada por la multitud de sinapsis por la que circula y donde es prácticamente imposible localizar, topográficamente, una idea.
Lo que realmente determina la eficacia de un sistema de gestión del conocimiento no son sus mecanismos de captura y almacenamiento sino la cantidad y diversidad de espacios de intercambio y transferencia que se ponen a disposición de las personas para su distribución y transformación. Visto así, incluso capturarlo y almacenarlo es, hasta cierto punto, una inutilidad más de esa obsesión por capitalizarlo todo.
Lo importante son las personas ... queda mucho trabajo por hacer para llegar ahí ... y trabajo en Sanidad.
ResponderEliminarY que se las tenga en cuenta y considere como a tales…En el evento de #REDCA de este fin de semana, un participante, José Manuel Adámiz, sugirió la idea de que si algo no sucede puede ser que sea debido a que quizás no debe suceder. Da como cosa llegar a pensar que quizás ese sea el motivo de ciertas dificultades…perennes… Prefiero pensar que no ;-)
EliminarMil gracias por esta "reflexión" en voz alta, Manel. Realmente inspiradora. La voy a rebotar a algunos directivos con los que trabajo en empresas del sector del conocimiento. Un abrazo, desde San Sebastián. Gracias.
ResponderEliminarEspero que también les resulte útil. Gracias a ti Azucena. Un abrazo!
Eliminar"se predica más que se practica" Perfecta! Coincido en lo del desconocimiento, que a menudo es lo que produce miedo y, de rebote, rechazo. Y eso unido a la obsesión por querer capitalizarlo todo es un combinado explosivo.
ResponderEliminarUn placer escucharte en el fororedca Manel :-)
Ya sabes que a lo que suele llevar el predicar sin practicar es que al final uno da por hecho lo que ha dicho y se pasa a otra cosa sin llegar a hacerse nada. Creo que esta está siendo la historia del management en el momento actual en muchas partes…
EliminarSe agradece el feedback Isabel, gracias a ti por participar en el evento. Un abrazo
Gracias Manel por esta dosis de inspiración... Realmente certero el análisis. Muchas veces se confunde el medio (almacenar) con el fin (generar nuevo conocimiento), y esa reflexión final... un buen punto sobre las i-s. Eskerrik asko!!!
ResponderEliminarGracias Olaia. Me imagino que las causas pueden ser diversas. Creo que las más de las veces se deben a no tomarse tiempo en formularse los objetivos reales por los que se actúa. La obsesión por guardarlo, por almacenarlo en una memoria no suele responder a objetivos de visibilidad o crecimiento aunque se le ponga un escaparate a ese almacén. Teniendo en cuenta la caducidad del conocimiento lo mejor es ponerlo en circulación y sacarle el máximo rendimiento.
EliminarHace muchos años, en plena ordalía de "la gestión del conocimiento", escribí un artículo titulado "Pero... ¿existe la gestión del conocimiento?" publicado en un libro de Ángel Arboníes titulado "Cómo evitar la miopía en la Gestión del Conocimiento". La "gestión del conocimiento" es un oxímoron, no se puede "gestionar" al modo habitual algo que es intrínsicamente humano, lo que nos hace ser, parcialmente, una especie animal diferente. La maldita obsesión de nuestras sociedades por "capitalizar" todo, como dices, conduce a que los sueños de la razón crean monstruos.
ResponderEliminarY también me parece absurda -tú no lo planteas, pero alguno de tus comentaristas sí- esa división entre conocimiento tácito y conocimiento explícito, como si el conocimiento se pudiera parcelar en compartimentos estancos (aunque lo propusieran los tan venerados Nonaka y Takeuchi).
Este último párrafo tuyo es el que, creo, contiene la clave, sencilla pero tan difícil de captar en este entramado teórico/comercial de herramientas, modas, y demás artilugios: "Lo que realmente determina la eficacia de un sistema de gestión del conocimiento no son sus mecanismos de captura y almacenamiento sino la cantidad y diversidad de espacios de intercambio y transferencia que se ponen a disposición de las personas para su distribución y transformación. Visto así, incluso capturarlo y almacenarlo es, hasta cierto punto, una inutilidad más de esa obsesión por capitalizarlo todo."
Gracias, Manel, y un abrazo
Coincido Alfonso. En el fondo se trata de lo de siempre, en sacrificar la función por la forma, en la obsesión por demostrar en vez de por hacer, en moverse por moverse sin preocuparse por la dirección que se toma, en hablar por hablar, en hacer las cosas aparentemente bien…en fin, aquello que ya es tan común… Un abrazo!
EliminarPor primera vez, te leo con cierta incomodidad. Me acompaña, en la lectura, la palabra "captura" y me inquieta ... hasta que llego al último párrafo. Ahí, la "inutilidad" me reconforta y me vuelve a inquietar, al tiempo ...
ResponderEliminarNo dejo de pensar en la fotografía. Ese arte que nos permite "capturar" un instante que, en ese momento, tiene sentido para tí, pero que conocerá otros muchos sentidos en tanto sea compartida y filtrada por otras miradas, en otros momentos, en otros seres ... incluso cobrando un nuevo sentido para uno mismo.
En las organizaciones, muchas veces, nos centramos demasiado en las ausencias de conocimiento. Tanto nos remueven, que dejamos de prestar atención al valor del conocimiento que ya es, en ellas. Y por ahí se van los esfuerzos y la posibilidad de hacer sentir a esas personas su valor y su deseo de desplegarlo.
Quién no ha sido niño y ha sentido, con cada avance, el deseo de mostrarlo? Dónde se pierde o diluyen ese deseo?
Hace unos días, un amigo al que admiro me hice ver algo de valor que veía en mí, en cositas insignificantes que hago, un día cualquiera ... Me ha hecho pensar, desde entonces, en lo centrada que estoy en mis carencias y el poquito tiempo que dedico a las pequeñas cositas que hago bien y en las que, también, podría trabajar.
Quizá, en las organizaciones, pase algo parecido.
Ver el valor, ser consciente de ello y esforzarse en generar los espacios y tiempos para que se expanda ... y crezca y cobre más y otros sentidos, en otros.
Uno nunca sabe, ¿verdad, artesano?, todo lo que encontrará cuando recoge esa red!
Muxu!
Yo echo de menos la espontaneidad de la conversación en los formatos de comunicación corporativos. Pensando en responder a tu comentario me ha venido a la cabeza la obsesión por el medir que está en el fondo de todo mecanismo de gestión… Hay algo en el medir que produce que se encoja aquello que mides, cuando el objeto de medida es orgánico, claro. Hay un retraimiento de lo vivo a su captura y la medida es una forma de llevarla a cabo, la valoración suele ser su remate. Es verdad de esta obsesión “valorativa” que marca las “ausencias” y que, con sólo arrojar luz sobre las “presencias”, aquellas quedan neutralizadas y pierden todo su valor.
EliminarUno nunca sabe realmente lo que encontrará al recoger esa red…de ahí la maravilla de conversar…
Muxu!
que gran entrada!
ResponderEliminarGracias, Juan Enrique :)
EliminarMuy bellas palabras....
ResponderEliminarA mí me encanta todo lo que sea aprender cosas nuevas. Es abrir la puerta de un nuevo tema y todo un mar de conocimiento en frente de ti...