Los principales obstáculos al cambio en las organizaciones no suelen emerger en el momento en que éste va a producirse, ni mucho menos, sino que suelen estar presentes ahí, desde siempre, inoculados en el torrente de la cultura organizativa y bombeados rítmica y periódicamente hacia cada rincón de la organización a partir de aquellas inercias, hábitos y comentarios que se realizan de manera normal y espontánea.
Las más de las veces, suelen formar parte del mantra de la organización, de los tics comportamentales, de lo que se dice y se dice que se hace, tenga que haber cambio o no, y normalmente están muy relacionados con aquello por lo que se valora y reconoce a las personas en aquel entorno.
De ahí que la principal resistencia al cambio suela venir, aunque parezca paradójico, de parte de quienes deberían liderarlo.
Esta familiaridad dota a estos obstáculos de la invisible evanescencia de lo cotidiano y los hace muy difíciles de detectar o de tomar clara consciencia de ellos, ya que suelen formar parte de los componentes nutritivos del líquido amniótico en el que flota la organización.
De hecho, normalmente, por no existir no existe ni la acción de resistirse al cambio sino que es el cambio el que acaba disolviéndose inocuamente por una narrativa organizativa que lo ignora sin necesidad de poner empeño en ello. De hecho, al igual que sucede con las personas, cada organización, lejos de estar condenada al aislamiento, goza de su propio lugar en el mundo y tiene quien le quiere tal y como es.
La clave para entender la dificultad ante cualquier cambio hemos de buscarla, pues, en ese relato en el que la organización cree, en el que se inspira, en el que fundamenta todos sus argumentos y a partir del cual, aquellos y aquellas que lo proclaman en voz alta obtienen más influencia dentro de ella.
Evidentemente, en este aspecto, cada organización tiene sus singularidades, pero hay algunos rasgos compartidos en las culturas de gran parte de las organizaciones de este hemisferio.
Entre esas peculiaridades, quizás una de las que tienen más relevancia, es el supuesto pragmatismo que suele utilizarse para argumentar que el valor del tiempo empleado es directamente proporcional a la utilidad inmediata de aquello que se obtiene.
El culto a la utilidad evidente e inmediata ha llevado a que una conversación sobre filosofía corporativa, una reunión que acabe sin unas conclusiones “aplicables”, debatir sobre un concepto o reflexionar sobre ideales futuros, sea visto y vivido como una gran pérdida de tiempo y que practicarlo sea un deporte de riesgo para aquellos equipos y personas que ven en ello una necesidad.
Pero, desde un punto de vista práctico, cultivar aquellos aspectos relacionados con atender a la diversidad de formas de pensar, establecer un lenguaje común, debatir sobre los valores reales que han de determinar la vida corporativa o unificar criterios respecto a los propósitos que han de orientar las actuaciones, son la clave para cosechar una utilidad insospechada que genera rendimientos sólidos y permanentes en la salud organizativa.
Dejar de hacerlo es abocar a la organización a la superficialidad del discurso, al desconocimiento mutuo, a la disparidad de actuaciones, a la inmadurez, al conflicto, a la falta de motivos, a la ignorancia conceptual, a la veneración de lo inmediato, a la ausencia de propósito y al tristemente conocido no tener tiempo que perder para decidir sobre nada nuevo que no forme parte de la liturgia de siempre.
Una extendida y mal entendida orientación a resultados es la responsable de que actualmente se ignore, abiertamente y sin ningún pudor, que se requiere de tiempo que perder para que pueda ser de provecho.
Algo tan importante y común como difícil de hacer ver y de cambiar.
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La segunda imagen corresponde a Alice in Wonderland [1879] de George Dunlop Leslie
Hay que ver como cambia el sentido si en vez de hablar de “orientación a la utilidad” caemos en “el culto a la utilidad”. Y encima al añadirle lo de “evidente e inmediata” se diría que hemos llegado a la definición de miopía ya que presenta síntomas conceptualmente similares: dificultad para enfocar bien lo que está lejano, lo que provoca déficit de agudeza visual y puede conducir a dolores de cabeza y estrabismo. De ahí, supongo, esa tendencia a no (querer/poder) navegar fuera del territorio conocido.
ResponderEliminarTristemente cierto lo de que el cambio no sucumbe por resistencia sino por inanición. Incomprensible pero cierto, incluso en un contexto como el actual. Me gusta la clave que apuntas: entender la dificultad en el relato de la propia organización. No hay decálogo ni recetas estándar, hay conocimiento y experiencia (oficio) aplicables, pero hay que hacer el trabajo a medida.
Perfectas las dos imágenes con la esencia del post, pero la segunda deja perfectamente clara la diferencia entre tiempo perdido y tiempo invertido. Y no me refiero sólo a la niña sino a lo que recibe la mujer que le está leyendo. Bonita imagen Manel :-)
El culto a la utilidad se demuestra bastante inútil [y al medio plazo desastroso, como se demuestra continuamente] per lo que tiene de dejar de explorar espacios inciertos y la limitación consecuente para encontrar nada que no se halle escrito en un guion preestablecido. Y ya no hablemos de la deshumanización creciente que comporta para la organización y sus consecuencias en la vinculación emocional que tienen las personas con ésta. De sobras sabemos que lo humano está directamente relacionado con la capacidad de contemplación y con la elaboración [inútil] que de ella se desprende. Pero esperar que un discurso parecido a este tuviera sentido en entornos productivos es una quimera. Este post nace de un caso en el que la organización llega a la conclusión de que ha de gestionar de manera más sistemática su conocimiento y la idea se diluye poco a poco por el hecho de no encontrar “tiempo” para hablar de ello y decidir por dónde empezar. Sigo pensando que le dedicamos recursos a aquello que realmente interesa y si no lo hacemos es porque no nos importa aunque desarrollemos discursos políticamente correctos en torno a ello.
EliminarLa pintura de G Dunlop Lestie incluye todo este tiempo que tan bien has captado y el viaje que delata la mirada perdida de la niña augura los sueños de la futura mujer.
Gracias Isabel.
Tienes mucha razón en lo que dices. Me imagino que en una gran parte la utilidad de lo que hacemos es necesaria para el desarrollo, para el crecimiento, tanto a nivel de la organización, como a nivel personal. No obstate, el otro día, navegando por internet, en una tienda de cuadros he encontrado una frase muy bonita que decía más o menos eso: Si perder tiempo te hace felíz, no es realmente un tiempo perdido.
ResponderEliminarSaludos :)
Coincido contigo Lore, pocas veces el tiempo es realmente perdido y la frase es preciosa, sí. Un saludo!!
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