Aunque solamos hablar de problemas, a lo que nos enfrentamos más a menudo es a dilemas.
Es interesante establecer esta distinción ya que afrontar un dilema es esencialmente distinto de enfocar un problema.
Se puede partir de la base de que un problema conlleva la alternativa de una solución que hace posible que deje de serlo. La dificultad suele estar en encontrarla a tiempo, lo cual junto con las consecuencias que pueda tener en nuestra vida, determina la magnitud de ese problema.
Si no hay solución posible es casi seguro de que nos hallamos ante algo distinto a un problema ya que, así como el blanco hace frontera con el negro, o la vida con la muerte, todo problema linda, por definición, con la manera de desactivarlo.
De ahí que las metodologías para el análisis y solución de problemas insistan en la necesidad de invertir tiempo definiendo el problema, cartografiándolo y explorando su orografía como la manera más práctica para encontrar entre sus pliegues aquellas posibles soluciones capaces de resolverlo.
Las prisas y el pragmatismo ejecutivo mal entendido que impera en estos tiempos suele ser el responsable de que, ante un problema, se pase de inmediato a buscar su solución sin detenerse en la descripción y el análisis necesario que se requiere para poder encontrarla. Hablar sobre el problema y conocerlo a fondo, es la mejor manera de discriminar entre causas y consecuencias, diferenciar entre aspectos nucleares y aspectos periféricos y, en definitiva, desvelar la identidad de su solución. Obviar este paso suele suponer la pérdida del propósito y sumergirse en un mar de alternativas que añadirán, a nuestro problema, la dificultad de relacionarlas con aquello que nos preocupa.
Pero a lo que voy es que, así como un problema exige una mirada hacia fuera y nos desafía a resolverlo mediante una solución que lo sustituya, el dilema nos propone algo muy distinto.
Un dilema no nos pide una solución sino una elección entre diferentes opciones que suelen ser equivalentes: igual de malas o igual de buenas, ya que, de ser evidente cuál de las diferentes opciones es la mejor, no existiría, de hecho, el dilema.
En un dilema sólo recorriendo y comprobando qué nos ofrece cada una de las acciones podríamos saber cuál de las dos nos aporta más valor, algo que, de por sí, ya es imposible puesto que lo que se plantea es una elección y decídase lo que se decida y sea lo que sea lo que ocurra con lo decidido, lo cierto es que jamás sabremos qué nos hubiera deparado la otra alternativa.
Justo ahí es donde reside la tensión del dilema, en que abre la duda permanente de lo que hubiera supuesto inclinarse por la otra opción, porque no hay vuelta atrás. Una vez recorrida parte de una de las elecciones desaparece la otra posibilidad, al menos tal y como era en el momento del dilema. Cada alternativa lleva el ingrediente de tener que ser la primera opción, ya que nada es igual ni nadie es el mismo cuando se viene de vuelta.
El dilema exhorta a un abordaje muy distinto del que nos exige el problema, aquí no hay respuestas al profundizar en las alternativas, de hecho, abordar un dilema como un problema suele llevar a fabular y desarrollar argumentos a favor de aquella opción que intuitivamente solemos considerar como la mejor.
La clave para enfrentar un dilema no está en convencernos respecto a cuál de las alternativas es la mejor sino en tener clara la opción en la que preferimos seguir viviendo y, por lo tanto, exige que miremos hacia dentro y tomemos la decisión en base a nuestros valores y a la persona que queremos seguir siendo.
Nosotros y nuestras circunstancias, de hecho, no son otra cosa que una consecuencia de la cadena de dilemas a la que nos hemos visto sometidos a lo largo de la vida.
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En la imagen superior: House of Cards de Armen Gasparian.
La fotografía es de Alfred Ehrhardt.
Después del silencioso paréntesis estoy encantada que el dilema nos haya facilitado el reencuentro. Interesante como siempre la reflexión planteada. Punzante el llamamiento a la responsabilidad y al uso de nuestra libertad: tener clara “la opción en la que preferimos seguir viviendo y, por lo tanto, exige que miremos hacia dentro y tomemos la decisión en base a nuestros valores y a la persona que queremos seguir siendo”.
ResponderEliminarEstimulante el papel que la duda juega en toda nuestra existencia. No avanzamos con certezas, sino que son las dudas, tanto en forma de problemas como de dilemas, las que al descolocarnos nos invitan a explorar nuevos caminos o a transitar tramos del mismo con una mirada diferente y, en definitiva, a crecer en cualquier faceta.
Un abrazo, Manel, te notaba a faltar.
Me apunto esta conclusión Elena, ser consciente de ser el resultado de mis dudas me convierte en alguien mas libre que creerme que lo soy de mis certezas.
EliminarTambién he echado de menos esta conversación. Gracias Elena.
Un abrazo