jueves, 31 de octubre de 2019

La clave está en cómo comunicamos



La falta de atención, la banalización y la falta de consciencia de lo que se comunica, de cuando se hace y del cómo se hace, suele ser el origen de la mayoría de los problemas de la vida organizativa, sobre todo de aquellos relacionados con los equipos y las personas.

De haber una comunicación sana, la mayoría de los problemas actuales que se dan en el seno de una organización no existirían, es más, si las personas gozasen de las competencias comunicativas básicas, podría ahorrase todo el tiempo que actualmente se dedica a la formación en temas tan inasibles y vaporosos como el del liderazgo o el del trabajo en equipo.

La comunicación es la arteria básica a través de la cual se vehicula todo aquello que suele acabar generando malestar o bienestar en los humanos, lo sabemos y sólo por esto merece la pena prestarle atención y dedicarle todos los esfuerzos posibles.

Muy probablemente, uno de los errores más importantes de los modelos organizativos que predominan en nuestro sistema, ha sido el de relegar la comunicación a algo que se diseña, se estructura, se organiza en un plan y que debe optimizarse con una aplicación inteligente de la tecnología.

Otro de los errores ha sido menospreciar su relevancia y pretender resumirla en técnicas, métodos o fórmulas que, a modo de gragea, deben tomarse en caso de necesitar controlar las emociones de las masas cuando se trata de trasladar una noticia poco popular o cuando lo que se pretende es influir o persuadir a tal o cual grupo, equipo o persona para que haga esto o aquello.

La comunicación, sea al nivel que sea, desde aquella más compleja que se ha de diseñar y estructurar en un plan a la que se da en la conversación más íntima, ha de reunir siempre una serie de factores que, a modo de claves, aseguran que sea sana, es decir, que no sea fuente de malestar propio o ajeno, sino un determinante poderoso de bienestar personal y social.

Ignorar estas claves, subestimar los componentes basales del acto comunicativo y relegarlo a procesos complejos, canales más o menos diversos y técnicas pseudo psicológicas es con toda probabilidad la causa principal de la falta de calidad comunicativa que impera por todas partes, la caja de Pandora de la que proceden la gran mayoría de los problemas de nuestras organizaciones y, en general de nuestra sociedad.

Las claves para una buena comunicación hay que buscarlas en la propia naturaleza de las relaciones humanas más cotidianas y en aquellos factores que las hace fuertes y duraderas, algo a lo que el sistema educativo al que hemos estado expuestos no ha prestado mucha atención y que, en muchos casos, hemos aprendido en la intimidad familiar de nuestra infancia para después, lastimosamente, olvidarlo.


Así pués, toda comunicación, se dé donde se dé, debería garantizar lo siguientes requisitos básicos:

APORTAR VALOR

Es decir, ha de tener sentido para todas las partes. No se vale hablar porque "necesito  decirlo”, usar al otro como contenedor de nuestra ansiedad sin su permiso denota cierta falta de ética en la relación, el mensaje ha de tener interés para la persona que escucha o al menos ha de haber un acuerdo para que se preste a hacerlo.

Antes de decir nada, es necesario pensar un momento en el valor que tiene lo que se quiere comunicar para la otra persona. Hablar por hablar suele responder a la incapacidad de quedarse a solas con los propios pensamientos, se habla y habla para no pensar y aporta poco más que distracción y ruido.

NATURALIDAD

La comunicación ha de ser natural y evocar, en la medida de lo posible, la calidez primigenia de las relaciones entre iguales.

Esta igualdad no se refiere al rol, responsabilidad o nivel jerárquico que se ocupa ya que, evidentemente, esto no se da en todos los casos. Apunta a tener consciencia de la igualdad respecto a la necesidad que, sin duda alguna, compartimos todos los humanos de estar bien ahí donde nos encontramos.

Por esto es muy importante prestar atención a aquellas formulas comunicativas que sirven al bienestar comunitario como desear los buenos días cuando se llega o despedirse cuando uno se va, de preguntar cuando se duda, dar las gracias a lo que nos aportan o reconocer el mérito a quien lo merece.

La comunicación artificiosa, distante o peripuesta supone anteponer la forma a la función y suele responder a la necesidad de camuflar a la propia persona para subrayar el rol preponderante o diferenciado que tiene ésta en la relación.

Disimular lo que realmente se piensa o utilizar un vocabulario complejo o distante solo complica la comunicación dificultando la empatía y generando poco más que desconfianza.

No hay que confundir, en este contexto, lo natural con lo espontáneo. La espontaneidad suele estar falta de control, en cambio la comunicación natural es aquella que se percibe como genuina por transmitirse de manera sencilla, mediante una expresión sincera pero cuidada.

SER OPORTUNA

La incertidumbre, es decir, la falta de seguridad sobre lo que va a pasar en un futuro más o menos inmediato, está en el origen de cualquier miedo que tenga el ser humano.

Retener aquella información que incide en cualquier aspecto que afecte a la persona, consume un tiempo muy valioso e incide, de forma directa, en la actualización del conocimiento de su realidad o en la inquietud que puede estar invadiéndola, cuando no en el margen del que dispone para tomar decisiones o metabolizar una situación.

La importancia y el interés del acto comunicativo radica en que se dé en el momento y el contexto adecuado, que no es otro que aquel en el que tiene todo el sentido, aporta más valor y empodera a la persona para reducir su incertidumbre.

Quizás haya quien piense que esta oportunidad en la comunicación hace referencia solo a aquella que trata información objetivamente importante o trascendente, pero esto no es así, la oportunidad ha de darse siempre en cualquier tipo de comunicación, es necesario ser oportunos a la hora de transmitir una información que afecta a las responsabilidades del otro como también hay que serlo cuando se trata de aportar luz sobre algún aspecto de su entorno, de dar las gracias, pedir perdón o de reconocer algún logro, por poner algún ejemplo.


NO VIOLENCIA

Es relativamente sencillo creer que la comunicación violenta es aquella en la que hay gritos, insultos o palabras duras y es cierto, lo es, pero la violencia en la comunicación  se ejerce también a través de formatos comunicativos que no lo parecen, aún más, la tenemos tan interiorizada que suele darse, de manera permanente, en todas nuestras comunicaciones, sea cual sea el rol que adoptemos, de emisor o de receptor.

Así pues, interrumpir al otro mientras habla, mirar al móvil cuando nos están hablando, los gestos de desaprobación ante lo que escuchamos, la ironía, el sarcasmo, los juicios de valor hacia otros o hacia lo que nos dicen, no responder o no decir nada cuando toca decir algo, la invasión del espacio personal mediante consejos que no nos han pedido, no saludar o la utilización de expresiones del tipo: “discrepo”, “no”, “esto es una tontería” o “no es cierto”, “como experto pienso que...”, “¡esto es así y punto!”, etc., son ejemplos de una comunicación violenta que, las más de las veces, pasa por una comunicación normal o incluso muy correcta.

Pero, una comunicación no violenta no es aquella que se adapta o cede ante la razón del otro, sino que se caracteriza por ser capaz de exponer lo que se piensa sin necesidad de desmerecer o negar otras maneras de ver las cosas.

Para evitar la violencia comunicativa, es tan relevante cuidar nuestra manera de decir las cosas como saber responder a la violencia comunicativa de otros, de ahí la importancia de saber expresar afirmativamente, de manera serena y sin emitir juicios ni reproches, cómo nos sentimos y qué necesitamos para sentirnos a gusto en el contexto comunicativo en el que nos hallamos.

La comunicación violenta despierta malestar y provoca, más o menos conscientemente, rechazo. Poner el foco de la atención en que la otra persona se sienta, en todo momento, respetada y digna, es básico para la salud de cualquier proceso comunicativo y para lo que sea que se derive de todo ello.

SER CONSCIENTE

Al final de su conferencia TED, Benjamin Zander cuenta el caso de una mujer que debido a una pérdida inesperada prometió que "jamás diría nada que no pudiera ser lo último que hubiera querido decir", una magnífica forma de ilustrar el efecto devastador que conlleva no calcular el efecto que nuestras palabras tendrán en el futuro.

La consciencia en la comunicación es conectar, en el momento de elegir cada palabra, con el propósito que nos mueve a escogerla, con las emociones que se hallan involucradas y calcular el impacto que creemos que tendrá en aquella persona a la que se dirige.

Pero, como señala Zander, también supone no dejarse llevar por los impulsos y adquirir el hábito de calcular el efecto que nuestras palabras tendrán para nosotros mismos.

La consciencia en la comunicación es la cualidad básica que nutre todas las anteriores, de ahí que tomársela en serio y ejercitarse en ella sea un trabajo tan útil como necesario para aumentar nuestra calidad comunicativa y cortar de raíz gran parte de los problemas y aflicciones que nos aquejan en nuestras organizaciones y, en general, en nuestra vida.



lunes, 21 de octubre de 2019

Pereza



Muy probablemente, el verdadero motor de la evolución tecnológica humana, lo que empuja a los seres humanos a evolucionar, sea la pereza, la búsqueda de acomodarse cada vez más y vivir mejor haciendo menos, de ahí, posiblemente, lo determinante de invenciones tan relevantes como la rueda o el paso de la caza y la recolección a la agricultura y la ganadería.

El fin último que subyacería al afán innovador humano es el dejar de preocuparse por mantenerse vivo cada día, tal y cómo lo dejaba entrever Gordon Childe , cuando afirmaba que el origen de la civilización no hay que buscarlo ahí donde la fruta ha estado siempre al alcance de la mano, sino que se encuentra en desiertos o tierras yermas como las de Mesopotamia, donde mujeres y hombres habían de ingeniárselas para poder llevarse una gota de agua a la boca.

Desde un punto de vista estrictamente orgánico, mantenerse atento, activo y vigilante sólo tiene sentido cuando es vital hacerlo, de lo contrario, cuando no es necesario ni alimentarse, reproducirse o huir de algún depredador, lo que pide el cuerpo es letargo y quietud, ahorrar y no malgastar calorías, basta con observar a cualquier representante del resto de mamíferos con los que compartimos planeta para darse cuenta de esto.

Estar en tensión sin ninguna causa vital que lo justifique, sólo se explica por esta cualidad, estrictamente humana, para preocuparnos de manera ininterrumpida por la incertidumbre que planea en el futuro que proyecta incesantemente nuestra mente. Un futuro en el que se prevén inagotablemente estas tensiones vitales de alimentación, compañía o seguridad a las que nos referíamos antes.

El punto de encuentro entre la tendencia al ahorro energético del cuerpo y la necesidad de actuar constante a la que aboca la mente es que esta hiperactividad mental esté orientada a satisfacer la pereza orgánica que emana de cada una de nuestras células, es decir, a innovar para que metodologías, mecanismos y herramientas nos liberen de obligaciones y permitan disfrutar del instante sin debernos a nada más que no sea dejarnos mecer por el vaivén rítmico de nuestra respiración.

Este sería el modelo saludable, por decirlo de algún modo, aquel donde mente y cuerpo se sirven mutuamente, la una buscando incansablemente maneras de dar salida a la pereza del otro y éste financiando pacientemente, con su energía, la inagotable actividad de la una en un bucle sin fin.

El punto de desencuentro, como es de suponer, es lo contrario, es decir, olvidarse de ello y subordinar la energía del cuerpo a las exigencias inacabables de una mente obsesionada por el control imposible de aquello que siempre está por venir, una divergencia que conocemos bien, sólo hay que pararse a pensar en el carácter marcadamente insalubre del modelo de vida que llevamos, en la etiología de muchas de las enfermedades que padecemos y en la incapacidad para disfrutar, sin entrenamiento, del mismísimo momento que estamos viviendo.

En una especie como la nuestra, tan orgullosa del carácter distintivo de su hipertrofia mental, es muy probable que esta disociación entre la tendencia reactiva del cuerpo y la necesidad compulsiva de anticiparse de nuestra mente sea la causa de que la pereza sea tan mal vista y considerada una patología del carácter cuando no un “pecado capital”.


Pero sea como fuere, está ahí y negarla, repudiarla o enviarla a la categoría de los defectos no la elimina de las vacuolas de nuestras células y ayuda poco a entender la lógica que subyace a muchísimos de los comportamientos que no solemos comprender del género humano en el marco de nuestras organizaciones.

De incluir la pereza en la ecuación, quizás es más fácil entender por qué las personas exigen escenarios de reflexión, poder opinar, escoger o participar en procesos de toma de decisiones, pero remolonean y encuentran mil razones para ausentarse, plantarse o abstenerse una vez se da la oportunidad y se establecen los mecanismos para hacerlo.

Cualquier acción intelectual que conlleve el coste de abandonar momentáneamente la confortabilidad de la rutina mental a la que estamos acostumbrados, hallará la resistencia inevitable de la pereza, expresada a través de una variedad de objeciones y de mil cosas pendientes por hacer, algo que suele ser una constante cada vez que se impulsa un proceso participativo, sea al nivel que sea.

A la hora de reflexionar sobre cómo estimular el interés y participación de las personas en aquellos ámbitos más alejados de sus preocupaciones inmediatas, desclasificar y asumir tanto la realidad como el carácter orgánico de la pereza, ha de formar parte de la solución aunque tan sólo sea porque despenaliza lo que debiera considerarse normal, permite una lectura nueva y dibuja otra realidad sobre la que trabajar.


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La primera imagen es de Ramon Casas, 1899 y lleva por título: Joven decadente.

La segunda imagen corresponde a un fragmento de ”La Siesta” de Sorolla (1903)