domingo, 16 de enero de 2022

El uso de la conversación o la conversación como herramienta

 

La conversación es un tipo de diálogo, pero no todos los diálogos son conversaciones. La interacción informativa que se da en el pasillo, el debate, la negociación o las preguntas y respuestas que pueden darse en una charla, son otras formas de dialogar, pero no son conversaciones.

La conversación se distingue de todas estas tipologías de diálogo en que no persigue nada, no es un canal para obtener algo, no busca un resultado concreto, la conversación es un fin en sí misma, como mucho es una herramienta al servicio de la relación ya que, toda conversación es expansiva y permite identificar, en lo personal, puntos en común con la otra persona, de ahí que la conversación siempre sea, en mayor o menor grado, placentera por el mero gusto de hablar y escuchar a la otra persona.

Aun así, esta falta de sentido utilitario de la conversación no la exime de poder ser utilizada para preparar y engrasar otro tipo de diálogos y facilitar los resultados que persiguen como, por ejemplo, las negociaciones en el ámbito político donde, como es sabido, es habitual echar mano de este componente expansivo de la conversación para acercar a las personas y, con ellas, los posteriores planteamientos que se darán en el seno de una negociación.

Es complicado diseñar y estructurar previamente una conversación sin que ésta deje de serlo para pasar a ser una actividad dirigida, más o menos dinámica o divertida, ya que, incluso en los encuentros conversacionales para resolver conflictos, las conversaciones están marcadas siempre por la espontaneidad, por no tener tareas asignadas ni resultados que lograr  y donde las personas pueden hablar de lo que les apetezca por el simple gusto de hacerlo. Una conversación es un momento caórdico en el sentido más natural y pleno de la palabra.

Cuando no es así, probablemente se está dando otro tipo de diálogo, quizás una negociación, un debate o una discusión cuando no una mediación, si es que se requiere de alguien que arbitre por no haber voluntad de llegar a acuerdos o no se poseen las competencias necesarias para hablar y escuchar.

Una conversación es siempre, en cualquier situación, una pausa preñada de posibilidades ya que permite parar, tomar distancia, desactivar las aprehensiones y ver con más claridad, de ahí que el hecho de que existan perjuicios o discrepancias en la forma de ver las cosas no invalide la posibilidad de que pueda haber conversación y la aconseje como un recurso importante para preparar, fortalecer y facilitar otros procesos como los de negociación.

La capacidad de conversar espontáneamente cuando se dan las condiciones necesarias, es una facultad inherente al ser humano, pero provocar esas condiciones y conocer las normas que regulan la conversación para utilizarla de manera deliberada y convertirla en herramienta para la relación o para dirimir conflictos, requiere de un aprendizaje que permita tomar consciencia de esas normas y condiciones para poder usarlos intencionadamente.

Sin esta toma de consciencia previa es muy difícil generar la convicción necesaria para poder neutralizar y remontar la impaciencia, los prejuicios y las resistencias por las que, precisamente, necesitamos la conversación como paso previo o fase que facilite cualquier otro tipo de diálogo.

¿De qué se ha de ser consciente?

TIEMPO.

Una conversación no se aborda con prisas ya que la prisa está muy relacionada con la obtención de un resultado y, además, en poco tiempo.

La conversación, como ya he indicado, ha de ser abordada como una pausa, como un espacio atemporal e ingrávido dentro de las cotidianeidad productiva y obsesionada por los resultados en la que solemos estar inmersos. Querer conversar supone estar dispuesto a renunciar a parte de este tiempo productivo para invertirlo tan solo en relación.

INTENCIÓN.

A diferencia de cualquier otro tipo de diálogo, una conversación no tiene unos objetivos que remitan a unos resultados concretos, pero sí que tiene un propósito que ha de ser compartido por todas las partes, y este propósito no puede ser otro que el de acortar las diferencias personales para aumentar la sintonía con la otra parte y facilitar la posibilidad de un acuerdo en el caso de que, por ejemplo, esta conversación sea el paso previo a una negociación.

Cada una de las personas que participan en la conversación ha de ingresar en ella con el propósito de acercarse y conocer al otro. Lo contrario, el contacto receloso o partir de un enfoque extractivo, es contrario a la conversación.

EXPLORACIÓN

Nadie puede pretender en una conversación ser el centro de la misma. Los buenos conversadores son ávidos exploradores y aprovechan el diálogo conversacional para ampliar sus límites y marcos referenciales. Esto significa saber preguntar y, sobre todo, escuchar. Una escucha sincera y curiosa es la base de la conversación además de un poderoso mecanismo para despertar interés y simpatía en la otra persona.

Explorar, en el contexto de una conversación significa también no poner límites sobre los temas de los que se puede hablar, poder abandonarse  al caorden conversacional con la seguridad de que cualquiera de la multitud de sus ramificaciones  conducen al mismo sitio, a la persona con la que se está conversando y, por lo tanto, sirven.

RESPETO

Una conversación se plantea siempre desde el respeto entre las diferentes personas que participan en ella, respeto por sus ideas, necesidades y ambiciones.

El respeto se explicita a través de una serie de comportamientos que suelen ser importantes en cualquier tipo de diálogo pero que en la conversación son fundamentales, quizás las únicas normas que hay que seguir escrupulosamente.

Así pues, las personas que se plantean conversar han de escuchar sin interrumpir al otro, evitar ironías y sarcasmos sobre las aportaciones de la otra persona, centrarse en temas de interés común, no extenderse demasiado en las intervenciones, no criticar a tras personas, evitar hablar de uno mismo, ser educado, no perder el control, interactuar siempre mediante la palabra y, muy importante,  permanecer en la conversación hasta que las partes deciden darla por acabada, ya que, cualquier conversación ha de poder continuar en el tiempo, al margen de que esto vaya a suceder o no.  

 

A modo de conclusión, cualquier persona es susceptible de moverse ágil en una conversación cuando esta surge espontáneamente, sin premeditación, pero provocar la conversación para hacer un uso voluntario de ella exige de antemano de convicción y perspectiva estratégica para invertir y no ver la aportación de tiempo como un coste, para contener la impaciencia y dejarse llevar por el mero placer de intercambiar impresiones, para saber que la inversión en fortalecer una relación genera, tarde o temprano, resultados en términos de confianza y colaboración.

Puede parecer fácil y que todas y todos ya estamos ahí, no es así.

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La imagen corresponde a La Conversación, de Federico Zandomeneghi (1841-1917)

 

 

miércoles, 12 de enero de 2022

Humildad

 

Comprender es un fenómeno que, lejos de lo que comúnmente se cree, se realiza en dos partes mútuamente dependientes: cerrando y abriendo o, si se prefiere,  tomando y soltando.

La primera es inevitable y se desprende de la necesidad, tan humana, de reducir cualquier incertidumbre atrapándola en nuestras palabras o sometiéndola a la melodía explicativa impuesta por nuestra lógica.

La definición de “comprender” indica precisamente esto: abrazar, ceñir, rodear, contener, incluir, entender, alcanzar, justificar.

Pero comprender, lo que se dice comprender de verdad, no se limita tan sólo a encontrar una palabra o una explicación razonable para algo determinado, implica, además, tener la clara consciencia de que se escapa algo, de que toda palabra o explicación, nunca es suficiente como para contener la totalidad de cualquier fragmento de realidad, que cada parte de lo que hemos creído atrapar es indisociable del todo al que pertenece.

Viene a ser como pretender comprender la vida silvestre de un pájaro desde la jaula en el que lo hemos encerrado y darnos cuenta de lo imposible de hacerlo, simplemente porque ya no es libre, que para comprenderla hay que soltarlo, admitir que no hay palabras suficientes, que nada se puede explicar por sí mismo desgranado del todo, este es el segundo paso y muy posiblemente, el que lleva al socrático “solo se que no se nada”, símbolo de la sabiduría.

Y es que, lejos de la arrogancia de los que creen contener al mundo en su puño por haber comprendido, la verdadera comprensión aboca inexorablemente a la humildad.