martes, 29 de marzo de 2022

¿Es realmente urgente todo lo urgente?

 

 

Quizás la respuesta que se intuye a quien formula esta pregunta es que no, que no todo puede ser tan urgente, que hemos perdido el norte temporal de las cosas y de los acontecimientos y ya no distinguimos entre segundos, minutos horas, días, semanas, meses o años.

Que hay cosas que pueden esperar más que otras e incluso, como se comprueba a veces, que de no hacerse tampoco pasa nada del otro mundo. Tan preocupados estamos generando urgencias que éstas caducan en nuestras manos mientras no paran de surgir otras, todavía más urgentes.

Que hay una obsesión por volverlo todo urgente, como si gestionar la urgencia le volviera a uno importante, que correr tras las manecillas del reloj fuera un rasgo indiscutible de utilidad, como si ya sólo fuera útil resolver urgencias y, al final se generasen urgencias para eso, para ser o, más bien, parecer útiles y necesarios.

Y conste que eso no significa que no haya realmente urgencias, no, sería ridículo pensarlo, es evidente que hay cosas muy importantes a las que se les está acabando el tiempo y toca ponerse ya en ello y sacarlas adelante antes de que generen un problema mayor o una situación irreversible.

Pero tanto o más ridículo es desproveer a las cosas de su tiempo para convertirlas, por sistema, en urgentes, como si sólo la urgencia les confiriera la importancia necesaria para ser relevantes, la clave para significarse uno mismo resolviendo o haciendo como que se resuelven urgencias.

Y es que, entre tanta urgencia, parece que no haya tiempo para averiguar el tiempo real del que disponemos para resolver nuestros asuntos, sean estos del tipo que sean, tácticos o estratégicos, al final, no hay tiempo para nada, todo es extravagantemente urgente y sería incluso grotesco si no fuera porque ya no nos damos cuenta, porque la urgencia se ha convertido en el fondo de pantalla en el que transcurren nuestros días, en la observación que apostilla cada frase, en la impaciencia que impregna cualquier encargo.

En nuestras organizaciones debiera ser urgente resolver la fuente de tanta urgencia desbocada, ir más allá de la consabida formación en competencias de organización del tiempo, sabemos de sobras que no se trata tanto de un problema de metodologías o herramientas, tenemos metodologías y herramientas de sobra. Por no tratarse, no se trata ni tan sólo de falta de sentido común, también hay sentido común de sobra, quien más quien menos sabe perfectamente que cada cosa lleva su tiempo.

Lo más probable es que entre los motivos se halle la falta de consciencia sobre la importancia que tiene la propia impaciencia en la generación de urgencias gratuitas y, lo que es más importante, el hecho de que la gestión de la urgencia se haya convertido en un valor de la cultura organizativa, en que la propiedad sobre las urgencias y la capacidad de generarlas sea una clave del poder en la organización.

Es urgente resolver este tema, porque instalarse en la urgencia es la mejor contribución que se está haciendo a crear organizaciones, equipos e, incluso, vidas sin ningún futuro por haberse quedado, literal y crónicamente, sin tiempo.

Hay que bajar a tierra los debates sesudos sobre si esta u otra skill es principal, clave o importante en los nuevos perfiles directivos y centrarse en rescatar el tiempo del pozo de la urgencia en el que se halla sumido haciendo que, aquellas personas con responsabilidad sobre equipos y personas, incorporen como un hábito de higiene profesional:

  • Calcular el tiempo de que se dispone para cada cosa.
  • Proteger el tiempo que le corresponde a cada reto, acción o proyecto que se proponga.
  • Dar tiempo a las personas para que puedan hacer aquello que se espera de ellas.
  • Contener la propia impaciencia y habituarse a esperar el tiempo necesario para que pueda suceder aquello que se exige.

Sólo con esto, es fácil imaginar que todo iría mucho mejor, e incluso puede que más rápido.

miércoles, 23 de marzo de 2022

Calma

 

Calma es una palabra que rescatar y salvar de su insustancialización, en este momento de sobreexposición y desgaste al que estamos sometiendo muchas palabras que servían de escudo y nos protegían del sinfín de hombres grises que pueblan nuestras calles y organizaciones buscando hacerse con el tiempo realmente importante de las personas.

Calma es un concepto precioso que remite a una manera de estar que bien pudiera ser clave a la hora de abordar problemas complejos, de hecho, es muy probable, por no decir casi seguro, que su interés no se circunscriba al momento actual, sino que la calma haya sido fundamental para hacer frente, con éxito, a todo tipo de problemas a lo largo de la historia de la Humanidad.

La palabra “calma” evoca reposo y sosiego, pero también es un concepto preñado de posibilidad y de esperanza por lo que conlleva de capacidad para hacer frente, de manera serena, a cualquier futuro.

La calma no está reñida con la actividad y ser calmada o calmado no significa necesariamente ser lento, la lentitud es un concepto temporal, en cambio la calma es interior y se corresponde más con una actitud que ordena melódicamente y dota a cada acto, a cada gesto, a cada idea, a cada paso que se da, del tiempo que le corresponde para estar en armonía con el resto, se puede correr en calma.

Planificar, programar, valorar, decidir, escuchar y conversar sólo se pueden llevar a cabo, de manera completa, desde la calma, cualquier de estos conceptos sólo puede optar a un pálido reflejo de sí mismo cuando no parten de alguien que está en calma.

Mantener la calma es pues, un rasgo genuino de liderazgo que contrasta con la ansiedad, estrés, ruido y prisas con las que algunas personas exhiben y hacen gala de su manera de tomar decisiones, planificar, organizar su trabajo, gestionar o dirigir personas.

Hay quien se pregunta cómo influir de manera efectiva en el cambio cultural de sus organizaciones conscientes de la fenomenal resistencia que supone  la debilidad metodológica, la falta de recursos, la poca continuidad de cargos directivos o la presión de un entorno que nos aboca continua e inmediatamente a gestionar la urgencia. Factores como el individualismo, la dificultad de coordinarse, la falta de capacidad para mantener conversaciones genuinas y transversales, la ausencia de liderazgo, la orientación al poder de nuestras estructuras o la lógica resistencia a abandonar la zona de confort, también se incluyen entre los poderosos determinantes que paralizan cualquier iniciativa y que descorazonan a muchas personas que desean realmente un cambio.

Pero la clave del cambio cultural, ya sea de la organización o del equipo, está en querer realmente cruzar el umbral y empezar por situarse, uno mismo, ahí donde realmente se quiere llegar a estar con este cambio.

Una forma de hacerlo es chequearse e identificar aquellos aspectos que permitan revitalizar la propia calma.

La calma genera calma y todo aquel que entra en contacto con alguien que está calmado se contagia en la voz, en la capacidad de escucha, en la manera de abordar sus asuntos, de tratar con otras personas y esto, a su vez, cambia al entorno con el que se relaciona.

Si alguna cosa necesita los equipos y las personas en cualquier organización es la calma suficiente como para poder llevar a cabo aquello que se les exige con tanta premura.

----

La imagen es mía, es el Mediterráneo sin filtros, a la luz del crepúsculo, en la calma propia al viaje de vuelta.