Es viernes por la tarde, estas preparando la agenda para el lunes, dejándolo todo listo para no haber de pensar más en ello, apurando los últimos minutos antes de salir del trabajo y empezar el fin de semana. Antes de cerrar, te dispones a enviar uno o varios mails a personas de tu equipo para que tengan en cuenta tal o cual cosa, no sea que se te vaya a olvidar y lo recuerdes cuando ya sea demasiado tarde; pero esto no va a suceder, decides enviar el correo y no depender de tu memoria, con la cantidad de cosas que tienes en la cabeza, ya no es de fiar.
Piensas que todo queda ahí, un mail en la bandeja de entrada que se va a encontrar el lunes nada más llegue y que la pondrá manos a la obra o puede que quizás lo vea en el móvil ahora, mientras está yendo a casa, no importa, en todo caso la dejará sobre aviso de eso de lo que no te quieres olvidar y quitarte de encima para ocuparte de otras cosas.
Le das a enviar, cierras tu ordenador y te vas satisfecho o satisfecha de haber cerrado el día. En el caso poco probable de que siguieras pensando en ello, de que cayeras en la cuenta de que has lanzado un mensaje que rebotará en el vacío impreciso del tiempo no laboral del fin de semana, te dirías que no pasa nada, que se trata de una actuación responsable, de jefe a su equipo, de quien se preocupa y planifica, de alguien implicado con su trabajo, que lo deja todo encaminado, que lo lleva todo para adelante. No estas obligando a nadie a hacer nada ahora, ya lo dices en tu mail, que se trata de tenerlo en cuenta cuando se pueda, no ya. Si lo han abierto en el móvil mientras están yendo a casa o tomándose algo con alguien, pues bueno, ya se ha trasladado el mensaje, que es de lo que se trataba, quitarlo de una cabeza para ponerlo en otra, al fin y al cabo es trabajo y, solo por eso, es importante, tiene todos los permisos para entrar en cualquier espacio.
Ni se te ocurre pensar que puede ocurrir al otro lado, de hacerlo te escudarías en tu responsabilidad, en tu celo laboral, la otra persona ha de entenderlo, entenderte, que le toca a ella gestionar su tiempo y su memoria, que ya es su problema, que no tienes porqué retenerlo tu todo el fin de semana, con el peligro de enterrarlo y olvidarlo bajo capas y capas de todo lo que tienes en qué pensar. Ahora le toca a ella, que haga lo que quiera, que eche mano de trucos tan comunes como el de marcar el mail como no leído para seguir teniéndolo ahí, vivo y en negrita, el lunes a primera hora; no te preocupa, en realidad ni lo piensas, ya has cerrado tu jornada laboral con todo hecho, hasta con el mail ya enviado, libre de pensar en lo que quieras, incluso de no hacerlo si así te apetece.
Pero debieras tener en cuenta qué sucede al otro lado, qué pasa con la piedra que has lanzado cuando se sumerge en el lago, contemplar que hay muchas maneras de responder a un mail que llega fuera de tiempo, desde quien no lo abre por tenerlo prohibido fuera de horas de trabajo a quien lo abre y automáticamente se le instala en el cerebro generándole un ruido que sólo puede apagar poniéndose manos a la obra con el asunto en cuestión. Que lanzar un mensaje es una acción que te hace corresponsable, desde el primer momento, del impacto que genera y que esta es la razón para que te lo pienses primero, que por muy inocente, informativo o inocuo que sea el mail, se trata de un mensaje que decides pasar de tu tejado al de otra persona y que eso siempre tiene alguna consecuencia, desde las que son imperceptibles a aquellas que pueden alterar la ecuación del tiempo no laboral.
Porque enviar un mail o un WhatsApp en el último momento de la jornada es improvisar un puente espaciotemporal que conecta el ahora con el primer minuto del próximo momento hábil, una manera de franquear el tiempo de desconexión que hay entre ellos, un mal uso de la posibilidad de comunicar, una invasión del espacio reservado a lo que la persona quiera dedicar.
Esperar que sea la otra persona la que retenga el mensaje por ti hasta que llegue el momento de activarlo es un abuso de la relación, una falta de respeto, un usar al otro, una negligencia, un hacer que sea ella la que se haga cargo de tu incapacidad de contener, de tu impaciencia por soltar, de tu compulsión obsesiva, de tu falta de límites cuando se trata de trabajo. Quizás piensas que no es para tanto, pero seguramente se trata de un comportamiento que se repite y que subrepticiamente va intoxicando los espacios personales de pequeñas salpicaduras laborales que no vienen a cuento y que son del todo inútiles e innecesarias en aquel momento.
Evidentemente, siempre habrá algún asunto con la urgencia necesaria que no pueda esperar, incluso para ir más allá del mail y, por más seguridad, resolverlo a través de una llamada de teléfono, que es lo que realmente funciona ante una urgencia de este tipo.
Pero si no es así, quizás pueda esperar al lunes y no, no es necesario que lo memorices ni que te pongas un post-it en la frente para recordarlo cuando te mires al espejo, tan solo plantéate que la historia puede ser así: Es viernes por la tarde, estas preparando la agenda para el lunes, dejándolo todo listo para no haber de pensar más en ello, apurando los últimos minutos antes de salir del trabajo y empezar el fin de semana. Antes de cerrar, escribes uno o varios mails a personas de tu equipo para la semana que viene, lo haces, los programas para que salgan el lunes a primera hora, apagas tu ordenador y te vas.
#Ideaclave: El cartero se lo piensa dos veces
- Envía todos los mensajes importantes y urgentes con el tiempo suficiente para que estos puedan ser gestionados o contenidos antes de que termine la jornada laboral.
- Utiliza la herramienta de programación de tu plataforma de correo electrónico, de esta manera, puedes redactar los mensajes cuando sea conveniente para ti, pero programarlos para que se envíen durante el horario laboral regular.
- Acuerda límites de disponibilidad y establece cuáles han de ser los canales de comunicación para situaciones de verdadera urgencia.
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Imagen de Geralt tomada de Pixabay