Invade mi campo visual la campaña de sensibilización sobre el cáncer en la que colaboran los autobuses de mi ciudad. En su lateral, enormes carteles me interpelan con frases como: ¿Me echarán del trabajo si digo que tengo cáncer? Y entre semáforos y frenazos, ahí sigue la pregunta, cada vez más incrustada en la retina, cada vez más normalizada en el discurso urbano.
No puedo evitar conectar esa frase con la desconfianza que sentimos hacia las organizaciones, ese carácter extractivo que se les atribuye —y que tantas veces se ganan—, como si todo en ellas respondiera a una lógica fría: producir más, rendir siempre, que no falle la maquinaria. ¿Tienes cáncer? Qué mal. Pero no olvides que esto no es personal: simplemente, no nos sales a cuenta. La ciudad no lo dice así, pero lo delega en una campaña bienintencionada que, sin quererlo, pone el foco en el miedo y no en el derecho, en la amenaza y no en el cuidado.
Sigo avanzando entre volantazos, cavilando sobre esa frase que me acaban de normalizar, cuando otro autobús me ofrece alivio económico: “Cámbiate de compañía de luz, paga menos”. Un hombre sonriente sostiene una taza de café humeante, como si el ahorro fuera un gesto íntimo, cálido, una finalidad en sí mismo, la solución a tanta extracción. La ciudad me repite sus eslóganes, sus prioridades: gasta menos, produce más, compra ahora, rinde siempre. Todo se traduce, todo se mide. La eficiencia y la eficacia como horizontes, la ansiedad y el miedo como combustible.
Y entonces me entran ganas de desobedecer.
De tapizar las marquesinas y rotular los autobuses con otros lemas. No para vender nada, sino para reequilibrar el relato. Para recordarnos que la vida no es un Excel, ni un ciclo de consumo, ni una promesa de ahorro.
Reivindico eslóganes como:
· Mira el cielo, lo bonito que está.
· No te olvides de regar las plantas.
· No pasa nada si hoy no puedes con todo.
· Tal y como está, ya está bien.
· No somos perfectos
· Hay cosas que no salen bien.
· No tienes que estar bien todo el tiempo.
· Deberías conocer mejor a esa persona.
· No siempre hace falta ser fuerte.
· Hay días que solo se pueden atravesar, no arreglar.
· No te olvides de sonreír.
· Qué tengas un buen día
· Lo que sientes, tiene sentido.
· A veces descansar es más urgente que resolver.
· No te olvides de respirar
· Date tiempo para escuchar.
· Está bien no saber qué hacer.
· También esto pasará, aunque ahora no lo parezca.
· Lo imperfecto también tiene valor.
· También se vive en lo incierto.
· No huyas de lo que duele, escúchalo.
· Puedes parar sin rendirte.
Lemas que no se valoran por su eficacia comercial. Sin retorno de inversión. Pero con sentido. Con humanidad. Con la fuerza suave de lo que no busca conquistar, solo acompañar. Que nos recuerden que hemos de cuidar y de cuidarnos. Que hay otra forma de habitar la ciudad, el cuerpo, el tiempo.
Qué distinto sería poder leer en la trasera de un autobús:
“No te obsesiones con producir. Hoy, cuídate. Mañana también.”
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Imagen ficticia para ilustrar este artículo. No corresponde a una campaña real.
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