Esta es una pregunta que me formulo desde que, hace ya unos años, algunos de nosotros distinguíamos una consultoría a la que denominábamos artesana de otra a la que decidimos llamar, en contraposición, industrial, la cual, mírese como se mire, siempre ha estado cargada de unas connotaciones con las que, curiosamente, ni los propios industriales se quieren identificar.
Y es que, por poco que se piense, no tiene mucho sentido defender la idea de que pueda haber otro tipo de consultor que aquél que atiende a una voz que reconoce como única en la diversidad y para la que, en consecuencia, elabora una respuesta propia por muchas que sean las similitudes que pueda tener ésta con otras consultas y otras respuestas.
La industrialización de productos de consultoría se basa simple y llanamente en un abaratamiento de los costes y una reducción de los tiempos de respuesta a partir de una estandarización de las necesidades y de la universalización de las respuestas, las cuales, aunque se distribuyan puerta a puerta, o se dispongan al alcance de cualquier mano en las ordenadas filas de un supermercado, nunca debieran ser confundidas con la personalización que se exige y se espera normalmente de la relación de consultoría.
La consultoría parte siempre de la demanda expresada por el cliente, nunca encaja ésta a unos servicios o productos predeterminados. Un planteamiento que se basa en la elaboración prêt-à-porter de productos para su posterior adaptación a las características del cliente no debiera compartir escenario conceptual con la consultoría la cual, por definición, toma las medidas del cliente y, a partir de éstas, realiza el patrón, corte y confección de los diferentes componentes de su respuesta, aprovechando [¿por qué no?] aquellos materiales disponibles que encajen o creando y desarrollando aquellos que faltan.
La industrialización de los servicios que se hacen llamar de consultoría no es lo que se desprende del oficio de consultor sino, con toda seguridad, la oferta propia de otro tipo de profesional al que no dudaría en integrar, sencillamente, en el gremio de los comerciantes. Lo cual permite distinguir con absoluta nitidez tanto a consultores y a vendedores de consultoría como, en la parte del cliente, a los consultantes de los compradores de productos de consultoría.
Y es por eso, que en este momento, en el que volvemos de nuevo al conocimiento ancestral de que la humanidad no tiene otra cara que la de la multitud de rostros que la integran, cuando me pregunto si cabe pensar en la artesanía como una opción a escoger en el caso de la consultoría o si tan sólo hay una manera de entender este oficio y ya está!