En mi vida he tenido a muchos profesores. Desde que me escolarizaron hasta la última vez que me he sentado en una silla para aprender de alguien, suman un buen puñado aquellas personas a las que he escuchado para que sinteticen y me desvelen todo aquello que han decidido o he creído que debo saber.
Mirándolo con la perspectiva que me dan los años, llego a la conclusión de que, en general, todas sabían de lo que hablaban. Sí, no me acuerdo de nadie que no fuera realmente un conocedor o conocedora del tema.
Pero para hacer honor a la verdad, el contacto con una gran mayoría de todas estas personas que he tenido delante de mí no ha conseguido hacerme consciente jamás de saber aquello que me habían enseñado y las he prácticamente olvidado.
En cambio, recuerdo perfectamente a unas cuantas que realmente cumplieron con su parte en el proceso de enseñanza-aprendizaje, revelándome conocimiento debidamente presentado y envuelto para facilitar al máximo el proceso de clasificación, archivo y conservación en el particular sistema de gestión de la información que constituye mi acervo cultural.
De todas esas pocas personas de las que realmente aprendí algo, distingo con total nitidez a las que no sólo lograron captar mi atención y transmitirme un conocimiento determinado sino que, además, consiguieron hacerme sentir un iniciado, despertando en mí las ganas por investigar y el ansia de transformarme en alguien distinto a través del saber más.
Y, como sucede con el buen sonido que se obtiene de una guitarra por parte de quien sabe pulsar sus cuerdas, recuerdo de manera especial y siento una profunda admiración hacia aquellas otras personas que no tan sólo fueron buenas profesoras sino que además fueron mis formadoras, removiendo con su mensaje el lodo de todo lo que ya conocía y despertando de ese modo un saber genuino, absolutamente propio, que hizo posible el convertirme en mi propio maestro.
Fue de todos ellos de quien he aprendido algo que considero fundamental para gran parte de mi actividad actual: Lo que importa no es lo que se enseña sino lo que se provoca haciéndolo.
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En la ilustración: The Difficult Lesson (1884) de William-Adolphe Bouguereau (1825-1905)
Maravilloso post y citas.
ResponderEliminar"Lo que importa no es lo que se enseña sino lo que se provoca haciéndolo."
No es tan importante que quien enseña domine profundamente el tema que imparte sino que el poco conocimiento que transmite nos genere hambre de más.
Qué bien transmites, y con qué nitidez, Manel:-)
Muchas gracias a tí, Begoña ;)
EliminarCuanta razón tienes, Begoña, será por eso que nos gusta tanto venir aquí a aprender...
ResponderEliminarEl conformismo es enemigo del aprendizaje. Incentivar la autonomía de las personas para que no se queden sólo con lo obligatorio, que tengan ganas de conocer más, que se hagan curiosos. Esto es lo mejor que nos pueden enseñar.
ResponderEliminarEstamos habituados a dar lo justo y, en esa “cortedad” hay pequeñas excepciones que siempre dan ese algo más… Estoy segura que muchos ni se imaginarán lo que han supuesto, es una pena que no se les pueda reconocer lo que han hecho, y no digo con premios, sino con el recuerdo que cada quien tenga de ellos.
Creo que la pasión por lo que se “ensenya” tiene mucho que ver. Como si algo que tanto conmueve a alguien generase, a su vez, una curiosidad/inquietud por sentirse igualmente conmovido por parte de la persona que atiende.
EliminarAunque el no tener el mismo efecto sobre todos los alumnos me imagino que se puede interpretar como que hay algo en el alumno susceptible o no de inflamarse ante determinados estímulos y debe ser ahí donde radica la pericia docente, en saber encontrar la mecha...
He tenido profesores buenos, muy buenos .... esos que despiertan la fascinación por la materia que enseñan, porque a ellos mismos los cautiva ....
ResponderEliminarMe identifico con la imagen Juana, es lo que le comentaba a Tamara. La pasión, debidamente expresada, emociona.
Eliminar;´)
ResponderEliminar:)
EliminarGracias por la aguda reflexión. Estaba pensando en cambiar la frase que incluyo en el pie de mis mensajes internos a las personas de mi colegio, que hasta ahora era"Cuando ti que leíamomp juntos el mapa puse que encontraríamos el tesoro". Te voy a pedir permiso para utilizar esa última sentencia tuya en mis mensajes del curso que viene.
ResponderEliminarMiamiguel
Disculpas por la desastrosa smartomecanografía. La frase era: "Cuando vi que leíamos juntos el mapa supe que encontraríamos el tesoro"
EliminarDe nada!, Claro que puedes utilizarla. Un saludo!
EliminarMe conmueve profundamente la niña del cuadro, ya me había ocurrido cuando lo compartiste un día en Facebook y creo que no podía haber mejor ilustración para tu reflexión. Me atrapa su mirada, sus pies descalzos, ese dedo señalando lo que pronto olvidará, la fealdad de la pared a su espalda en contraste con la promesa de futuro de sus pocos años. Creo que será de las que encuentre quien despierte su saber genuino porque todo en ella transmite esa magia.
ResponderEliminarCuando veo a alguien que se apasiona con su trabajo instintivamente capta mi atención e intento aprender, es igual que se trate de arte que de cocina o de fabricación de algo. Sencillamente la pasión de los demás despierta mi instinto de aprendizaje. A veces es difícil asumir que en ese “proceso de enseñanza-aprendizaje no a todo el mundo le ocurre lo mismo, o al menos no en ese momento, hay enseñanzas cuyo destilado llena toda una vida. Precioso broche: lo que importa es lo que se provoca haciéndolo.
Un abrazo veraniego :))
La niña del cuadro...curioso como ciertos rasgos le confieren vida, el pelo corto, delicadas imperfecciones como la asimetría de los ojos o los pulgares de los pies, incluso hay un golpe de pincel en el antebrazo izquierdo, como si el pintor hubiera querido referirse a algún juego infantil anterior manchándola con su propia pintura. La pared debe tener un papel importante ya que le confiere una posición humilde pero, no por ello, potencialmente riquísima, capaz de reflejar detalles totalmente inesperados o impredecibles como esa mancha que se ve a la izquierda y que parece como si el autor hubiera dejado caprichosamente para romper cualquier inercia en el pensamiento del espectador. El conjunto constituye realmente una gran lección y quizás de las más difíciles, aunque no tengo nada claro, y menos con la serenidad que refleja la cara de esta niña, que sea ella la alumna…
EliminarSí, la pasión le confiere a las palabras fuerza y las convierte en encantamientos ;)
Un abrazo,
Llego tarde a clase. Muy tarde. Disculpe, maestro.
ResponderEliminarMaravillosa imagen!! Siento que la pequeña ha sido interrumpida en un proceso pleno de aprendizaje íntimo. Intuyo en su mirada cierta molestia mientras posa, marcando con su dedo el punto en el que continuar el disfrute del viaje iniciado.
Aprender. Aprehender. Hacer nuestro algo que, en pricipio, nos puede ser ajeno.
En esto, como en todo, quiero creer en la magia.
En mi escasa experiencia, siempre he sentido que aprendo más de lo que intento transmitir. Aprendo en mi deseo de que aprendan conmigo. Una actitud, un gesto, un deseo, una ilusión, pasión.
La pasión por seguir aprendiendo en un aula genera en otros el deseo y la posibilidad de creer en la riqueza (la magia) del aprendizaje en sí mismo. El sentido crítico, el propio filtro, el lenguaje interior en el que hablarnos de conocimiento, ... ese procesar las cosas por las tripas, para que nos muevan y remuevan hasta hacernos sentir que merece la pena el esfuerzo personal por mantenerlas.
Esa magia, maestro, en la que creo, que me hace venir por aquí.
Un abrazo!!
Sí que es verdad que la niña parece esperar impacientemente a que terminen de importunarla…;)
EliminarMe gusta esta reflexión sobre la pasión y el despertar del deseo en los otros. Siempre he pensado que el convencimiento propio dota de fuerza y de volumen a las palabras y es cuando estas cobran realmente su carácter mágico. El docente debería tener claro cuál es el objetivo que persigue ya que no hay que suponer que éste siempre sea el aprendizaje…
Un abrazo fuerte Marta, gracias por el comentario.