Entre la utilidad y la inutilidad no existe ninguna escala de grises sino que se halla dividida por, tan sólo, un fino velo que se traspasa fácilmente al menor descuido. Éste suele ser el caso del sentido que acaban adquiriendo muchas metodologías o sistemas en el seno de no pocas organizaciones.
Así pues todo suele empezar con la necesidad, real o importada, de adaptarse al entorno y avanzar en algún aspecto organizativo echando mano de alguna herramienta metodológica o sistema estandarizado para, al poco, pasar a convertir la organización en un satélite que orbita alrededor de esta herramienta, creándose, el equivalente a una Congregación para la Doctrina de la Fe que vela por su correcta aplicación y anteponiendo, muchas veces, la ortodoxia en su utilización a las nuevas necesidades y carencias que aparecen en el entorno o en las personas que han de dar respuesta. Así pues, puede darse el fenómeno de que la motivación y gran parte de la atención de la organización se traslade de la misión que tenía encomendada a la de alimentar y satisfacer a la herramienta, puliendo y sacando brillo a sus niquelados con el, a veces único, objetivo jamás explicitado, de mostrarla y causar la admiración de los demás.
Ésta es la realidad, por dar un ejemplo de los más gráficos, de muchos de los sistemas llamados de “calidad”, el servirse tan sólo a si mismos siendo cada vez más inútiles a la organización debido a la inflexibilidad, falta de voluntad o incapacidad de los sacerdotes que los ofician para dejar de serlo, estar al día, cuestionar la ortodoxia y someter las herramientas al gobierno de la mano que las maneja.
Algo parecido sucede en el campo de la consultoría cuando es aplicada por parte de quiénes se inscriben de manera tajante e indiscutible en una escuela determinada y hacen, de su marco teórico, la palanca perfecta y única con la que mover el mundo, o lo convierten en la eterna diatriba que predican desde sus púlpitos con una despectiva indiferencia hacia cualquier otro modelo que pueda presentarse como alternativo o complementario. Un perfecto ejemplo de cuando los marcos explicativos se tornan inútiles, girando en torno a sí mismos en lugar de hacerlo alrededor de los contornos de aquello que pretenden esclarecer.
No voy a insistir en la caducidad de estas actitudes porque me imagino que ante estas líneas y así, en negro sobre blanco, es obvia y a nadie se le escapa la senilidad terminal de este tipo de posicionamiento ante un escenario emergente caracterizado por el cambio constante, por las nuevas oportunidades que se generan y que exigen nuevas miradas, por cuestionar cualquier cosa incluidos los modelos que nos han conducido hasta aquí y por la incertidumbre que se abre ante cualquier respuesta que se pueda dar.
--
Fuente de la fotografía.
--
Fuente de la fotografía.
En mi hospital se ha "impuesto" eso de "darse de alta" en la ISO 9001, por "sugerencia" de los variados y diversos jefes que van circulando por los distintos servicios, primero lo ponen en marcha y luego pierden el interés ...
ResponderEliminarY mira que la herramienta es potente, pero solo se utiliza para exhibirla ¿? al final solo es un trabajo pesado más ... en fin ...
La ISO suele ser un buen ejemplo de lo que comento en este post y, tal y como dices, se trata de una herramienta potente, sobre todo la revisión y reflexión que se lleva a cabo a lo largo del proceso de certificación. El problema viene después, en el mantenimiento, en la necesidad de amortizar “el esfuerzo” realizado y en el poder que adquieren algunos roles profesionales que se desarrollan a su alrededor y que lejos de abogar por la mejora continuada muchas veces se convierten en un verdadero corsé para la organización-. Lo de apuntarse a un bombardeo para poder ir a la moda y exhibir la “Q” de calidad también es un clásico, aunque la calidad, ahora mismo, ya no esté de moda. Paciencia…;-) Un abrazo, Juana!
EliminarLa verdad, es que tu escrito impecable, debería formar parte de la Declaración Artesana. Esto lo justifica todo,
ResponderEliminarExcelente,
Alberto
Muchísimas gracias Alberto. Es propio de artesanos afilar, pulir, equilibrar y calibrar las herramientas para cada trabajo que se ha de realizar. En mi caso, me importa tanto aquello que persigo como trabajar en el cómo lo consigo mientras lo hago. Creo que ahí radica el verdadero gusto por mi trabajo. Un abrazo fuerte, amigo.
EliminarLos fanatismos enredan y desvirtúan y ensucian y dominan.
ResponderEliminarY me pregunto si, detrás de ese "aferrarse" a una metodología o herramienta concreta de la manera que describes, no subyacen carencias en quienes las imponen en las organizaciones. Faltan ideas que abran otras puertas, no tienen cintura para esquivar sus propios miedos, quizá ni siquiera para verlos, camuflan los objetivos reales pisoteando la credibilidad, tan necesaria, por el camino, hacen que las personas nos sintamos diluir en ese magma y aniquilan voluntades, ...
Menos mal que andáis por aquí los artesanos para devolver la posibilidad y la confianza!
Los caballeros protectores de ese velo.
Tengo que confesar que arrastro un comportamiento un tanto anárquico y que voy descubriendo y acercándome al método y a su utlidad con pausa, quizá por las fechorías que he visto cometer en su nombre.
Me imagino que, por esto, me permito coletazos, de vez en cuando ...
Cuando vengo por aquí vengo con dudas, pero con la certeza del lado del velo en el que habitas.
Petó handia, Manel!!
Anoto las carencias que señalas para este “aferrarse” a las metodologías porque también creo que se trata de esto, de “carencias”, de la necesidad de construirse una realidad “a medida” aunque esto suponga cuadrar el círculo. Hay cierta tozudería ciega a cualquier argumento que se manifieste en contra que huele realmente a necesidad escondida e impronunciable.
EliminarNo tengo muy claro que tu comportamiento sea realmente anárquico tan sólo porque abras las ventanas y dejes que el viento, los olores y las hojas penetren en tu espacio. Distingo en ello una pauta creativa y una manera sistemática de cuestionar tu propia manera de hacer. ¿Se puede pedir más?
Muxu handia, Marta!