Hace poco un buen amigo me dijo que deberíamos quedar en breve, para hablar y que, entre otras cosas, quería que le explicase mi “evolución conceptual”, refiriéndose, me imagino yo, a la tipología de artículos que estaba subiendo últimamente en este blog.
Esto me llevó a mirar alguno de los últimos títulos [La importancia de la voluntad, La transmisión del saber oculto, La gestión de las expectativas en la moderación de grupos de trabajo colaborativo, actualizaciones del conocimiento, etc.] y, la verdad es que, según cómo, desprenden unos vapores con ciertos matices esotéricos que los hacen blanco fácil para ser tildados de filosóficos, como mínimo, o de espirituales, como máximo, por parte de aquellas personas que se sienten incómodas con cualquier temática que no esté sujeta a los mecanismos de valoración a los que nos tiene acostumbrados la Física clásica.
Pero mi verdad es que, a más me sumerjo en la comprensión de la dinámica de funcionamiento de aquellas organizaciones con las que colaboro, dejando atrás las capas superficiales e iluminadas donde flota todo aquello que nuestra cultura industrial considera realmente importante [como los planes, la producción, las metodologías, los procesos o las tecnologías]; cuanto más me sumerjo -decía- y me adentro en las oscuras profundidades abisales de las organizaciones humanas, más me encuentro con aspectos fundamentales que, quizás por ser básicos, han sido diluidos e invisibilizados, pero son clave para comprender lo que sucede en la superficie.
Así pues, con los años, uno se da perfecta cuenta de cosas tan evidentes como que la comunicación interpersonal está fuertemente condicionada por la calidad de la atención que presta quien escucha, que la transferencia del saber experto de una persona se produce de manera efectiva a través de un contacto continuado, sin que necesariamente hayan de mediar palabras o que el motor de cualquier cambio, no se halla tanto en aspectos de diseño o en una correcta formulación de objetivos como en la voluntad real y sincera de cambiar.
Pero, lo más curioso es que la simplicidad de estos hallazgos hace que, más que de un descubrimiento, se trate de un reencuentro con algo muy conocido y de lo que nos hemos ido alejando progresivamente, a lo largo de la vida, buscando en teorías y constructos explicativos racionales y complejos lo que hemos tenido siempre ante nosotros, invisible en su desnudez natural.
En este sentido, el progreso, en cualquiera de sus modalidades, parece que está sirviendo fundamentalmente para orientarnos y poder encontrar el camino de retorno; puede que, el origen del que partimos sea la meta que buscamos, como si llegar a ser no fuera otra cosa que volver a ser.
En noviembre del año pasado, este blog cumplió 10 años y su evolución es paralela a la de su autor, una manera de crecer a la que denomino evolucionar involutivamente porque a medida que avanzo me doy perfecta cuenta de que evolucionar es acercarse al origen del que partimos, como si ahí residiese la verdad fundamental que dota de sentido a la existencia y conocerla fuera el objetivo de toda evolución.
Metafóricamente es como ir abandonando la respiración agitada que hemos ido adquiriendo, de manera progresiva, a lo largo de los años para ir recobrando la respiración calmada y profunda que caracterizaba los primeros estadios de nuestra existencia o, al menos, darse perfecta cuenta de que ahí residía el sosiego tan anhelado que hemos estado buscando, a lo largo de toda una vida, en los sitios menos indicados.
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Conocí a Andrew Wyeth con El Mundo de Cristina y, desde entonces es, para mí, un pintor de silencios y vacíos inquietantes en los que reposan personas u objetos sencillos que aportan, al conjunto, serenidad y equilibrio, me ha parecido ideal para ilustrar la idea que pretendo trasladar con este artículo.
Las imágenes corresponden a love in the afternoon, Rum Runner y Teel's island.