Como seres vivos que somos, estamos íntimamente interrelacionados unos con otros y, en general con todo nuestro entorno, esto es algo que ya sospechábamos y que diversas investigaciones y pensamiento filosófico y científico muy actual están subrayando.
En palabras de Almudena Hernando, el individualismo que empuja a la persona a concebirse como alguien independiente es el responsable de una ignorancia perniciosa que invisibiliza la dependencia de cualquiera a la comunidad de la que obtiene absolutamente todo lo que necesita, esta es la razón por la que Simone Weil advertía de la amenaza que supone actualmente que las personas sean más conscientes de sus derechos como individuos que de sus obligaciones para la comunidad.
Las personas, como todo el mundo vivo, estamos en red y de esta interconexión surgen todas la posibilidades que tiene cada cual para sobrevivir.
Roger Bartra y Robert A Wilson plantean la consciencia como un proceso que se encuentra sostenido por un andamiaje ambiental y cultural externo al que estamos todas y todos conectados y que actúa como una prolongación de nuestro cerebro, se trata de un exocerebro compartido del que se sirve cada vida mental.
La imagen de agrupaciones de neuronas en un gran cerebro, múltiplemente interconectadas y donde el valor de cada una estriba en lo que aporta a sus conexiones, sirve también para las sociedades humanas. Alguien que reciba y no transfiera o que reciba y traslade sin añadir valor a lo que ha recibido, no tiene sentido en esta red.
Para verlo claro, tan sólo hay que imaginar esas neuronas y a una de ellas de brazos cruzados, cortocircuitando la información o traspasándola a la siguiente en un recorta y pega, que no añada nada más. También podemos imaginárnosla transmitiendo mensajes de desánimo o hablando mal con alguna compañera suya de otra neurona con quien comparten conexiones ¿Cuál es el valor que aporta al bienestar e interés del conjunto?
Suzanne Simard y George Haskell nos recuerdan que no existe el individuo dentro de la biología, que la unidad fundamental es la relación y la interacción, que sin ellas, la vida termina y lo hacen describiendo la interconexión subterránea entre los árboles a través de las redes rizómáticas de los hongos a las que conectan sus raíces, estas conexiones tienen el propósito fundamental de contribuir al mantenimiento del conjunto transfiriendo información y nutrientes; también describen algunos individuos que se conectan a estas redes para acaparar estos nutrientes debilitando a otros sujetos con los que comparten espacio y empobreciendo el sistema.
Ser conscientes de nuestra interdependencia e interconexión y de nuestra influencia en él conjunto permite también tomar consciencia de la propia responsabilidad en el mantenimiento y salud de esta red. Antes de dar lecciones, juzgar u opinar sobre otros, cada cual debería chequear la calidad y utilidad de sus aportaciones y dedicarse por entero a aquello que le incumbe y que depende absolutamente de él o de ella.
En las redes en las que se basan nuestras comunidades humanas se liberan de manera continuada e inconsciente toxinas por parte de personas que no tienen por qué ser consideradas tóxicas o dañinas.
Esta toxicidad suele traducirse en expresiones espontáneas de desánimo, en la exposición de problemas irresolubles, en un malhumor sutil y persistente, en los comentarios corrosivos, en la cháchara vacía, en las críticas y cotilleos, en la transferencia de información sin contrastar, en la ironía o el cinismo y, en general, en todas aquellas aportaciones que ocupa espacio inútil o transmiten un malestar que sólo calma a quien lo genera y, la mayor parte de las veces, ni eso.
No existe ningún derecho que justifique este tipo de liberaciones nocivas; por muy pequeñas e insignificantes que parezcan, nunca son inocuas, generan distorsiones, no son nutritivas, generan malestar, son ruido.
Es egoísta e irresponsable esperar de los otros que encajen o asimilen la incapacidad propia para contener estas toxinas. Volviendo a Weil, cada cual tiene entre sus obligaciones la de cuidar de su estado de ánimo para no ensuciar y contribuir a la salud del sistema en el que está empotrado y del cual obtiene todo lo que necesita.
Y esto ha de aplicarse continuamente, en cada reunión de trabajo, en cada conversación de pasillo, en cada intervención que se realice, en cada saludo que se dedique…
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Jan Sanders van Hemessen, El Cirujano [1550-1555]