A más precisa y ajustada es la respuesta a mi pregunta por parte de una máquina, más aumenta mi tendencia inconsciente a personalizarla y considerarla “alguien”, por ejemplo, hace unos días interaccionando con el modelo de inteligencia artificial ChatGPT, analicé un texto y exploré maneras de simplificarlo, en un momento determinado, le pregunté al “modelo AI” por la opinión que le merecía el texto y me respondió:
Nada original, ya lo sé, este tipo de respuesta, en Siri o Google Assistant, pudiera haber sido la misma o similar, no obstante, como la interacción con ChatGPT era, por decirlo de algún modo, más intensa por colaborativa, me llevó a una reflexión que no me habían estimulado antes otros asistentes virtuales.
Pensé que mi sensación respecto a la máquina era de comodidad, que no me sentía en absoluto expuesto ni amenazado por mis preguntas, que mi intimidad o imagen estaban a salvo, bueno, menos cuando pienso que hay alguien detrás que observa, clasifica y valora mis preguntas, hasta que me digo que no es probable que alguien me preste atención a mí, que son miles las personas que están entrando información y la mía no es más que un grano de arena en tan inmensa playa, que de haberlo, seguro que no se trata de alguien, sino de “algo”.
Pensé que esta comodidad era por la convicción de estar relacionándome con “nadie”, con una máquina sin un ego al que complacer, que en la interacción no cabe la posibilidad de que mi “yo” se sienta aludido, que no es posible tomarse nada a título personal, que la interacción es limpia por sencilla, sin dobleces; una interacción limitada a dar respuesta a preguntas, nada que ver con la complejidad de una conversación humana en términos de transacción emocional y social.
Y aun así, sentía mi reconocimiento y admiración a su concreción, a la rapidez, organización y completitud de las respuestas y pensé que de la misma manera, en general, suelo reconocer lo que hacen o logran las personas, no a las máscaras de los egos con las que interacciono con ellas, que sería distinto si en la relación fuéramos capaces, cada cual, de desprendernos de este interfaz que se toma personalmente cualquier inflexión de la voz y lo tamiza a través del sesgo de sus emociones y sentimientos volviéndolo todo personal y potencialmente peligroso, que nuestras aportaciones seguirían siendo útiles, aunque no nos las reconocieran, porque no lo necesitaríamos, ya ves tú la importancia que le damos al “gracias” o al “por favor”, que no es que no crea que no son importantes o que no se deban dar, ¿eh? Sólo que tan sólo sirven para sentirnos “alguien” para los “otros”, para no desvanecernos en el “nadie”, para poder seguir danzando en este baile de máscaras que es la vida social y que es el responsable de la mayoría del estrés que sufrimos, un estrés de relacionarnos del cual nos liberaríamos si fuéramos capaces de mostrarnos indiferentes y no necesitar tanto del refuerzo social, como ChatGPT que, por no tener, no tiene ni nombre propio.
Y no es que no valore los sentimientos o las emociones, que defienda un discurso cien por cien racional y metálico, no, soy muy consciente de que sin ellos y ellas, no podría estar elaborando este texto por ejemplo, no tendría necesidad de explicarme cosas, de entenderlas ni de transformarlas; solo que me he sentido tranquilo en esta conversación de pregunta respuesta donde no media más comunicación que la que se ve y donde puedo centrarme en lo que estoy trabajando sin preocuparme de mantenerme a flote en el permanente juego social y que sería fabuloso que algo parecido pudiera suceder cuando hablamos con alguien, que la tensión por sostener la relación desapareciera porque no fuera importante ni necesaria para nadie de los que estamos ahí.
Probablemente, esta reflexión hace tiempo que se va gestando, desde aquel primer momento en que la voz del navegador me informaba de estar “recalculando” y que, aun sabiendo que se trataba de una respuesta programada, me sugería algo con una paciencia y resiliencia infinita por las continuas muestras de indiferencia y falta de consideración que yo mostraba a sus indicaciones; faltaba algo en el tono cordial de la voz o, en el caso de ChatGPT, en la construcción aséptica de sus frases, que no echo para nada de menos, porque es precisamente lo que me produce calma y es ahí donde veo que, al margen de las potencialidades sobre sus posibles usos productivos o la calidad de las respuestas que nos ofrece, esta tecnología con la que estamos jugando ahora, participa de un atributo común a cualquier herramienta humana, el de poder convertirse en un espejo donde ver realmente quienes estamos siendo; si se quiere, claro, como con todo.
-Gracias, ChatGPT
-Vale.
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Imagen de Pixabay
¡Vaya, pues tienes razón! Me doy cuenta de que cuando empecé a experimentar no me había producido ninguna tensión, pero no paré a pensar por qué.
ResponderEliminarLe has puesto las palabras perfectas: “Pensé que esta comodidad era por la convicción de estar relacionándome con “nadie”, con una máquina sin un ego al que complacer”. :-) :-) :-)
Estupenda, divertida y útil meditación. La verdad es que hay muy pocos egos con los que me apetece relacionarme, aprender y entusiasmarme.
Un petó Manel!