lunes, 18 de septiembre de 2023

Saber acabar a tiempo


Una organización con la que colaboro impulsará una serie de sesiones de transferencia sobre aprendizajes competenciales por parte de sus diferentes centros de trabajo [trabajo en equipo, gestión de proyectos de investigación, etc., cosas de este tipo]. Se trata de sesiones cortas de hora y media, máximo dos horas, donde un equipo representativo del tema en cuestión presentará un decálogo con sus conclusiones. Con ello, la organización no sólo persigue condensar, compartir y aprender de su experiencia en estas temáticas, sino que, además, busca inocular un concepto del desarrollo profesional que vaya más allá de las acciones de formación clásicas centradas en el conocimiento especializado. 

Pues bien, la idea es que se lleven a cabo un número máximo de sesiones, pongamos seis y que luego se proceda al cierre de la experiencia al margen del éxito que esté generando. 

¿Por qué seis sesiones? En este caso, la única razón es poner una cifra que asegure una serie de temáticas que tengan cuerpo y creen un interés general. Cinco también hubiera encajado, pero cuatro, quizás hubiera sido pocas y más de seis o siete quizás podrían ser demasiadas. Lo que sí es seguro es que no marcar un límite, llevaría a la decadencia progresiva de esta actividad y que una agonía lenta terminara acabando con el proyecto dejando un recuerdo de él como algo largo, pesado o gastado.

Cerrar a tiempo, permite retener el sabor del éxito y con ello, generar una huella mnésica que evoque buenas sensaciones al ser recordada, que genere simpatía, se viva como un logro organizativo y que todo ello ayude a impulsar proyectos similares en el futuro. 

En la vida de una organización hay multitud de cosas que debieran incluir, en su diseño, su periodo de vida, tales como reuniones, el desempeño de algunos roles, equipos de trabajo, celebraciones, proyectos recurrentes, etc. Acabar a tiempo condensa en el recuerdo toda la fuerza de una experiencia, no hacerlo, por el contrario, lleva inexorablemente a vivir su degradación y, en consecuencia, el deterioro de todo lo asociado con ella.

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La imagen que ilustra este artículo es del autor y la he escogido porque, en el silencio del ritual del orioky zen, los palillos o la cuchara sobre el cuenco, son la señal que indica que la persona no desea ser servida y da por terminada su comida.

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