domingo, 26 de diciembre de 2010

Valoración anual del proyecto [cumClavis]

Aunque quedan unos días para que acabe el año, es muy poco probable que ocurra nada que cambie el sentido de la valoración anual de este proyecto que empezó hace tan sólo dos años.

Dos años que se me antojan larguísimos si atiendo a todos los detalles de la transformación que he vivido y me comparo entre el punto de partida y el momento en el que me encuentro actualmente.

Supongo que será difícil no repetirme en algunas manifestaciones que ya he hecho sobre el giro en la forma de abordar los proyectos y la reorientación de mi metodología de trabajo, así como de la revisión de mis criterios y valores profesionales y la influencia que ejercen, no tan sólo en mí sino en mi entorno, todos estos cambios. Pero lo intentaré siendo coherente con el espíritu de esta valoración, no centrándome tanto en el detalle y desplegando una visión global que permita apreciarlo todo en su conjunto.

Este año no ha sido tanto la continuidad del primero como una segunda fase muy diferenciada de un cambio que está derivando en una reinvención de mi mismo sujeta a criterios y valores en los que, como diría San Pedro, quiero edificar mi proyecto profesional y personal.

Así como el año pasado fue un año caracterizado, como todos los inicios, por la excitación por la novedad, el descubrimiento de maneras distintas de hacer y una cierta necesidad de buscar apoyo y de hacer un millón de amigos, este año se caracteriza por la seguridad en cuanto al camino a seguir, el dominio de cierta tecnología que se está incorporando a mi adn y el distinguir entre lo que tiene valor y los cantos de sirenas que se escuchan, sobre todo, en este mundo dospuntocerista donde se puede entrever, por qué no decirlo, bajo una apariencia “abierta” y “social” algunos de los rasgos más ignominiosos y clásicos que arrastramos desde los albores de la humanidad [competitividad, yoismo y fraude...]

A nivel de proyectos, este ha sido un año especial marcado por el súbito estupor en el que cayó el País debido a los recortes presupuestarios y a la amenaza que suponen para el futuro más inmediato. Como quien roza la antena a un caracol, a mediados de año una cantidad de propuestas que tenía en danza se encogieron con un movimiento rápido y retráctil sembrando en mi ánimo la peor de las incertidumbres. No obstante y debido a que siempre he pensado que cualquier situación es relativa y que me falta [#yoconfieso] el lóbulo cerebral para proyectar dramas apocalípticos, me he mantenido lo suficientemente sereno como para ajustar las propuestas a los tiempos y buscar la manera de contribuir a impulsar proyectos que, en su mayoría, responden a verdaderas necesidades por parte de aquellos con quien colaboro.

Al final, el balance es muy parecido al del año pasado ya que he colaborado en 25 proyectos de distinto tamaño, 14 de los cuales han sido de formación y 11 de consultoría. Entre los proyectos de formación destaca principalmente todo aquello relacionado con la gestión por competencias [diseño, desarrollo y evaluación] y, en lo que se refiere a consultoría las actuaciones han girado en torno al acompañamiento directivo global, asesoramiento a la reflexión estratégica, desarrollo de equipos y personas y comunicación interna entre otras.

Por lo que hace al capítulo clientes, aunque este año han aparecido nuevas colaboraciones, lo que quiero destacar es la sensibilidad que han expresado la gran mayoría de ellos por ayudarme a superar los inconvenientes derivados de aprobar proyectos más tarde de lo previsto, modificando los periodos y las condiciones de facturación o fraccionando proyectos para poder iniciarlos lo antes posible. Independientemente de los beneficios que supone este tipo de actuaciones y de la posibilidad de que puedan repetirse en un futuro que se derrite entre los dedos cuando se intenta atrapar, quiero destacar mi satisfacción por estos vínculos establecidos ya que reflejan el contrato tácito de colaboración que tiene la acción de consultoría cuando ésta adquiere el sentido más puramente artesano.

Respecto a las colaboraciones y a mis relaciones en la red, he dado una vuelta de tuerca más y ahora me incorporo a grupos o añado a personas siguiendo criterios menos alegres y más afines con los aspectos más concretos del proyecto [cumClavis]. La verdad es que estoy encantadísimo de haber conocido a ciertas personas con las que auguro colaboraciones muy especiales e interesantes para este año que viene.

Quiero destacar en el apartado anterior el privilegio de contar con el soporte técnico de Magda [pura iniciativa, discreción y gusto por el trabajo bien hecho], la cual me permite llegar más lejos y añadir valor a las colaboraciones …en fin, que como decía en la anterior valoración trimestral: No me puedo quejar!

Muchísimas gracias a tod@s por la parte que os toca y mis mejores deseos para el año que viene.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Participación: algunas advertencias

Aunque lo parezca y pueda serlo, este artículo no se cocina desde la idea de ser un complemento a otro post anterior donde también se trataba el tema de abrir ámbitos de participación a los equipos y a las personas cuando se trata de dar forma y elaborar los referentes estratégicos de una Organización [planes directores, de formación, de comunicación, etc.]

Más bien se trata, como al final he especificado en el título, de un conjunto de advertencias muy, muy básicas, inspiradas en las miradas de codicia que observo cuando transfiero experiencias, resultados y/o planteo los beneficios inmediatos de instaurar procesos participativos.

Así pues, creo que a la hora de enfocar ese tipo de mecanismos hay que estar especialmente alerta en no caer en ciertos tópicos de alguna manera interrelacionados:

1. Hacer participar por hacer participar, porque gusta la idea, queda bien y contribuye de manera decisiva a ese sospechoso complemento de la imagen al que, actualmente, se denomina “marca personal”. Sin que sea necesario cursar estudios especializados ni sumergirse en la más abstrusa bibliografía, es imprescindible que la filosofía que se halla detrás del impulso de dinámicas participativas [aprovechar conocimiento, construir conjuntamente, implicar, etc.] emane de uno mismo e impregne de manera decisiva el conjunto de la acción.

2. No concretar el porqué de la participación. Esto es, no contemplar que la aplicación de procesos realmente participativos es algo raro, poco común y que suele ser espontáneamente interpretado como falsas cesiones del poder de la opinión al grupo. Aplicarse el sencillo principio aconsejado en el primer punto, es decir, explicar hasta la saciedad los principios a los que obedece la utilización de este tipo de dinámicas, es evitar que los equipos y las personas etiqueten con un #nomecreonada el conjunto de la acción.

3. Impulsar la pseudoparticipación, entendida ésta como la introducción de dinámicas participativas que son un fin en sí mismas y donde los resultados importan poco, no se aprovechan o no se tienen en cuenta como productos legitimizados por el grupo de trabajo. Tristemente los espejismos de participación son una de las ilusiones ópticas más frecuentes en nuestras organizaciones…

4. Confundir participación con la colegiación o la toma de decisiones asamblearia. Muy frecuente en mentalidades del todo o nada, donde no existen puntos intermedios que constituyan la melodía que seguirá la toma de decisiones y que, a menudo, acompaña a personalidades que sienten la necesidad [y el consecuente miedo] de exportar de manera unívoca la imagen contraria de lo que realmente quieren ser. Vaya, como cuando el que quiere todo para sí interpreta que generosidad es, justamente, desprenderse de todo y no quedarse con nada [quisiera llamar la atención sobre los componentes de autoflagelación que conllevan este tipo de actitudes…]

5. Falta de criterios claros y objetivos para la toma de decisiones y/o priorización de las ideas. Este es uno de los aspectos que abonan el punto anterior y donde prestarle especial atención ayuda a disipar muchos de los miedos que genera ceder a los equipos y a las personas la palabra. La guinda sería no imponer estos criterios y diseñar dinámicas participativas para determinarlos, pero esto, insisto, ya es para obtener “nota”.

6. Competir para colaborar. Es decir, apagar las individualidades en aras a una falsa promoción de la colectividad, muchas [demasiadas] veces para enmascarar la necesidad de ser reconocido como el único individuo...
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En la fotografía, participantes del Master en Marketing Político y Comunicación del 2010, impartido en el ICPS [Institut de Ciències Polítiques i Socials]

domingo, 12 de diciembre de 2010

Ego sum

Para que exista un tu ha de haber primero un yo. Es muy probable que sin un yo con conciencia de identidad propia y diferenciada se corra el terrible riesgo de confundirse con el tu que se tenga más a mano. De hecho, es desde el yo donde se da la posibilidad de poder apreciar lo que nos rodea por lo que realmente es y no por aquello que somos o [no] somos cada uno de nosotros. Vaya, que, comúnmente, suele ser el yo quien dice “tu”.

Es por ello que si no hay un yo claro y seguro de uno mismo no hay nada que ofrecer ni nadie con quien poder relacionarse.

Desconocer los propios límites es, con toda probabilidad, la causa de ignorar donde comienza el espacio de los demás. Definir el propio yo es pues la condición necesaria para poder darse a otros y la base principal del respeto. Las conductas más irrespetuosas que conozco provienen de personas que, bajo el argumento, por otro lado siempre de moda, de eliminar barreras y murallas interpersonales, pisotean alegremente el yo del otro desproveyéndolo de toda intimidad.

Cuando se utiliza el nosotr@s no hay que llevarse a engaño y pensar que se trata de un conjunto de yoes. Bien mirado, el nosotr@s suele ser más un conjunto de "tues" vistos siempre desde la perspectiva de un yo interesado en un momento dado. Es bastante frecuente que alguien se exprese en nombre de tod@s sin haber consultado previamente [y, probablemente, sin tener ningún interés en hacerlo] a las personas que forman parte del tan manido nosotr@s.

Desde el punto de vista del nosotr@s, saber con certeza o precisión quién está a nuestro lado importa poco e incluso tiende a evitarse, ya que lo único que interesa es aquello en lo que se coincide. Más aún, el famoso y bien visto nosotr@s evita profundizar en los diferentes yoes que lo conforman para seguir teniendo sentido. El nosotros no es más que un uniforme por el que cada uno es igual a cualquier otro y por lo tanto prescindible o substituible. Palabras estas [prescindible, substituible…] que suele ser arrojadas como bolas ante la más o menos perfecta alineación de bolos que constituyen un yo cualquiera.

Es curioso que dediquemos tan poco tiempo a la construcción del yo y que, hasta cierto punto, exista un cierto maltrato a quien lo hace como si mimando el propio yo se fuera menos social. Saben aquellos que trabajan con equipos que éstos no son más que conjuntos de personas y que ser reconocidas como tales es fundamental para movilizar a la cooperación y obtención de objetivos comunes. El objetivo común, en este caso, es aquello que por la suma de fuerzas se puede ambicionar a nivel personal.

Dedicarse de adulto a definir o proteger el propio yo de los embates y falta de contención de algunos otros suele ser visto como infantil o inmaduro. Construir el yo es considerado por los evolutivos como algo que debe realizarse en la infancia y, curiosamente, desde esta infancia se orienta de una manera bastante perversa a buscar el propio yo en aquello que nos indiquen los otros. A utilizar a los demás como espejos que devuelven su opinión a modo de imagen con la que se debe creer que se es de una manera o de otra. De este modo, no se es más que la opinión que los otros tienen de un@ mism@. Opinión, por otro lado, normalmente corrompida por la falta de construcción del yo por parte de quien opina. Vaya, para hablar claro, que quien dice como eres puede que no sepa distinguir entre sus defectos [o virtudes] y los tuyos.

Personalmente reivindico el abono y cultivo del propio Yo como la posición más honesta y el mejor punto de partida para decidir con quién aprender, conversar o compartir.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Demiurgia

Al poco de poner en marcha mi primer blog, una página que versaba sobre literatura fantástica, vi que este tipo de herramienta permitía dilatar mi presencia en aquellos grupos con los que estaba trabajando.

Llegué a tener casi un blog por proyecto y los utilizaba para comentar aspectos que habían quedado en el aire a lo largo de la sesiones de trabajo, compartir materiales y, en algún caso, relacionar, a partir de los temas tratados, a equipos distintos pero con inquietudes similares.

Mientras escribo esto pienso que este fue el primer síntoma de una gran transformación, no tan sólo en la metodología o en las herramientas que utilizo, sino en el núcleo más profundo donde hierve el magma de los conceptos y los valores en los que se apoya todo mi trabajo ya que, paralelamente a la integración de estas tecnologías, empecé a desarrollar un lenguaje distinto desprendiéndome de una terminología que se me iba antojando, cada vez más, gris, rígida y sin espíritu.

También y como si cada cosa llevase a la otra, las relaciones con aquellas personas con las que trabajo cambiaron. Realmente fue como si, caída la barrera del lenguaje, descubriera a las personas y viéndolas pudiese establecer verdaderas relaciones de colaboración donde ambos arriesgábamos y aprendíamos.

Hoy he sustituido los blogs por wikis, de hecho tengo prácticamente una por proyecto, una buena costumbre más que he adquirido gracias al contagio de un buen colega y sobre todo amigo. Y no hay acción que conduzca que no gire en torno al conocimiento, experiencia y opinión de las personas que participan en ella. Voy a todas partes cargado con mi rollo de papel, Post-Its y rotuladores para después plasmarlo todo en mapas mentales que cuelgo inmediatamente en la correspondiente wiki. He pasado de ser un consultor de los de respuesta para todo a un demiurgo de la conversación, de la colaboración y del compartir, completamente entregado a hallar la manera de devolverles a las personas la confianza en su capacidad para hacer realidad sus propios objetivos.

Y por primera vez en toda una vida profesional he visto resultados colaterales inmediatos muy potentes que van más allá de haber formalizado un proceso, hecho entrega de un informe o dado una charla amena. Resultados como los siguientes:

> La valoración del proyecto no se ciñe tan sólo a los objetivos definidos sino a lo aprendido a través de la metodología utilizada.

> El cómo se hace gana tanto protagonismo como el qué se persigue. La conversación y la reflexión conjunta adquiere sentido apostando por ello y dedicándole tiempo.

> Se genera una gran satisfacción en la obtención de resultados a partir de procesos de este tipo amen del aumento de confianza en el equipo y en las personas que esto supone. Hace poco y por segunda vez en un año, concretamente en el marco de la elaboración de un Plan Director, los participantes han agradecido públicamente la posibilidad de participar activamente en el proyecto. “Gracias por dejarnos sacar lo mejor de nosotros mismos” dijo uno de ellos...

> Algunos de los grupos con los que he trabajado han incorporado posteriormente herramientas equivalentes a la wiki con la que trabajamos en el proyecto [herramientas de Google mayormente] para salvar distancias de relación y optimizar su conocimiento.

> Muchas de las personas con las que colaboro han incorporado en su barra de herramientas y usan de manera habitual aplicaciones con las que trabajo normalmente para compartir recursos o esquematizar ideas.

En fin, que lejos de coronar mi madurez profesional con un mantra de máximas y consejos para neófitos en esto de la consultoría me veo investigando de lleno en metodologías y técnicas, revisando conceptos, descapitalizándome y volviendo a capitalizar conocimiento en un excitante bucle que no parece acabar nunca…

jueves, 2 de diciembre de 2010

Súbitamente

Eran las 4:37 de la madrugada cuando se me ha revelado la solución a un enigma que me había planteado hace unos días y que decidí dejar de lado hasta que tuviera más tiempo para reflexionar y resolverlo.

Pero, así, de repente, ha aparecido ante mí la solución contoneándose graciosa ante lo que debía ser, en aquel momento, mi adormilada estupefacción.

Después de comprobar que efectivamente tenía los ojos abiertos como platos y que no se trataba de una tontería más de mi agitada vida onírica, he tomado la primera decisión del día que ha consistido en levantarme y anotar la idea, no sea que se colara por cualquier intersticio de una de mis fases REM, que ya se sabe que este tipo de apariciones son muy huidizas y hay que agarrarlas por los pelos.

Y así, al cabo de un rato, me he encontrado ante el ordenador preguntándome por qué extraño mecanismo el cerebro continúa dándole vueltas a las cosas sin que yo, personalmente, le preste la más mínima atención y cuando creo, además, haber decidido otra cosa.

Y me ha parecido que, en una situación normal, hubiera intentando relacionar aquella idea reveladora con algo que me pasara o hubiera ocurrido en aquel momento, estando totalmente equivocado ya que no sería más que el resultado de un proceso más o menos largo que empezó en el mismo momento en que me planteé el interrogante y en el que el cerebro, dale que te dale, no ha parado hasta dar con la solución.

Y me he dado cuenta de que si esto pasa con cada cosa que dejo pendiente, debo tener el cerebro en total ebullición, con un montón de “soluciones cargándose” mientras yo ando por la vida creyéndome totalmente ajeno a esta actividad, buscando infructuosamente una tranquilidad que ya me parece imposible y preguntándome la causa de este cansancio mental, otro interrogante del que ya estoy esbozando la respuesta en este post…