Sucede muy a menudo que, en gestión, las herramientas suelen dejar de serlo para convertirse en piedras faraónicas que los equipos arrastran fatigosamente con el fin de construir no se sabe qué obra, pero que se supone el producto de una mente caprichosa que está bajo los efectos del último curso de management recibido.
Así pues, técnicas o métodos pensados para hacer las cosas más fáciles y ayudar a la organización a hacer frente a sus desafíos y conseguir sus propósitos, son vividos como losas que aprisionan y capturan antiguas libertades, ensombreciendo el ánimo de las personas y provocando la distancia y el hastío de los equipos respecto de quienes pretenden liderarlos.
A poco que observemos, no será difícil ver cómo muchas de las herramienta al uso, ya sea la planificación o las competencias profesionales, pasando por los engorrosos procesos o los complicados cuadros de indicadores para el seguimiento y control de la gestión, son vividas como tropezones que añaden trabajo y exigen un plus de esfuerzo y tiempo al que ya requieren aquellas funciones que son vistas como realmente “necesarias”, “útiles” y relacionadas de manera indiscutible con el desempeño “normal” del puesto de trabajo.
Y es que este tipo de herramientas tienen un magnetismo especial para atraer aquellos rencores, disgustos, amarguras y frustraciones que las personas van acumulando en su relación con la organización. Todas ellas emociones fáciles de suscitar y que suelen germinar y desarrollarse en el nutritivo caldo de cultivo a base de poca cintura, pobre comunicación, falta de atención al detalle e imposiciones varias que suelen distinguir, en proporciones variables, a la cultura organizativa más pintada.
Es por esto que, justo cuando se detecta que estas herramientas dejan de serlo y han perdido su propósito original para pasar a convertirse en obstáculos en manos de las personas; cuando a través de ellas se expresan aquellos demonios que siembran el malestar, infectan de malhumor, irritan a los equipos y aumentan la distancia entre las personas y los niveles de la organización. Es por esto digo, que en este momento, conviene detenerse y expulsar a estos genios malignos abriendo un escenario muy especial de conversación que, a modo de exorcismo, permita identificar y purifique a personas y metodologías de aquellos aspectos que las tiznan y las confunden y, en definitiva, sirva para analizar, evaluar, debatir, reconciliarse y renovar la utilidad y el servicio que la herramienta ha de prestar, por este orden, a la persona, al equipo y a la organización.
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En la foto, un fragmento de El Exorcista con los padres Merrin y Karras en plena faena de “limpieza”.
Hace aproximadamente un año y medio ya utilicé la metáfora del exorcismo aplicada a la consultoría en un artículo que todavía firmaría.