I
Un par de colegas conversan sobre la rareza y la dificultad de articular encuentros entre consultores, donde se debata abiertamente sobre temáticas comunes.
Hurgando entre las posibles causas comento la diversidad que encierra el concepto de consultoría, diversidad de actuaciones pero, sobre todo, diversidad de propósitos. Hay consultores que buscan ganar dinero, otros ganarse tan sólo la vida, algunos buscan hacerse famosos, capitalizar admiraciones, otros dicen que buscan ayudar, etc. Para mí, por ejemplo, la consultoría procura los escenarios, las conversaciones y el método para poder seguir investigando.
Necesito, evidentemente, ganar dinero para poder vivir mi vida y no me sienta nada mal algo de notoriedad para darme a conocer. También busco que mi trabajo sirva a la demanda de quien lo contrata y me esmero en aportar el máximo de valor que esté en mis manos procurar, pero el propósito que me impulsa e inspira mis actuaciones es la investigación en torno a la cual gira, como en un vórtice, todo aquello que hago. Y es cuando encuentro a alguien con el mismo propósito cuando la conversación fluye inevitablemente.
II
En el marco de una acción formativa, una participante sugiere que la diferencia en la dirección de personas, entre controlar y supervisar, viene a ser lo mismo ya que ambas actuaciones buscan corregir las deficiencias o desviaciones respecto de alguien que ha hecho o está haciendo algo.
Le respondo que quizás con las dos actuaciones se obtengan resultados similares [que no lo creo] pero que no persiguen lo mismo. La diferencia fundamental entre control y supervisión está en su propósito: el control busca reducir la incertidumbre y la consiguiente ansiedad de quien controla. La supervisión busca reducir la incertidumbre y la ansiedad de quien lleva a cabo la acción. En este sentido la supervisión [a diferencia del control] es un servicio que se presta desde la experiencia y el conocimiento a quien expresa una necesidad de ayuda. En cambio el control es un ansiolítico que busca beneficiar a quien lo lleva a cabo, sea necesario o no para la persona sobre la cual recae.
Añado que también es cierto que hay mucho control disfrazado de supervisión como también hay mucho “mandar” disfrazado de “dirigir” o “liderar”. Paradójicamente, la desconfianza forma parte de nuestra cultura pero es políticamente incorrecta y busca formas sutiles de manifestarse.
La manera de ejercer el liderazgo no es cuestión de carácter o de estilos, tiene más que ver con este propósito al que me refiero. El estilo se desprende de “lo que se pretende”. Si el propósito es la admiración seguramente se adoptará un determinado estilo. Si se trata de tranquilizarse y apagar los miedos se adoptará otro y si lo que se pretende es servir, dar apoyo o reforzar y complementar el estilo será muy distinto a los otros dos.
Actuar por inercia o siguiendo moldes aprendidos suele ser el origen de muchas actuaciones fallidas. Tener claro el propósito es la mejor forma de invocar el estilo que se quiere desarrollar.
Actuar por inercia o siguiendo moldes aprendidos suele ser el origen de muchas actuaciones fallidas. Tener claro el propósito es la mejor forma de invocar el estilo que se quiere desarrollar.
III
Comento con un joven colega que una de las causas principales que determinan la efectividad de una acción de formación se halla en el propósito que tenga el docente.
Si el propósito es mostrarse, ya sea divirtiendo, exhibiendo el conocimiento que se posee o manifestando su infalibilidad en responder a aquellas preguntas que le puedan ser planteadas, el resultado será el de concentrar en su propia persona toda la atención de los participantes, los cuales permanecerán admirados, divertidos o, en todos los casos, ajenos a sí mismos. Se conseguirá, como máximo, enseñar.
En cambio, si lo que se persigue es que aprendan, es decir, que se vean reflejados y tomen consciencia de su necesidad de cambio, entonces el propósito del docente no puede ser otro que el de invisibilizarse al máximo y convertirse en espejo.