Frecuentemente escucho o leo a personas, en medios como este, hablar de sí mismas, explicando cómo son y como no son, lo hacen en voz alta y muy seguras de lo que dicen, construyendo un relato de sí mismas dirigido, las más de las veces, a proyectar la imagen con la que quieren que se les identifique, aunque también parece como si ellas mismas llegasen a creérsela y que, inconscientemente, al hacerlo, acariciasen el propósito de tener una imagen con la que identificarse y gustarse, como si esa imagen que construyen de ellas mismas también fuera el reflejo que quieren ver cuando se miran al espejo, un espejo que no es espejo sino cuadro, mirarse en el cuadro que uno mismo ha pintado y querer creer que se trata de tu imagen. Al final, el hablar y hablar de uno mismo se convierte en una cortina de humo que oculta y confunde a unos y a otros.
Uno de los aspectos más llamativos que tienen las prácticas meditativas más rigurosas, es la importancia central que tiene para ellas el silencio. Hay quien no entiende y lo vive mal, lo interpreta como una imposición incómoda, un forzar la individualización, un separar a las personas entre sí rompiendo el pegamento natural de la conversación, una manera de no aprovechar el beneficio de la interacción para el crecimiento personal. Pero, lejos de cualquiera de estas intenciones, el silencio tiene la función de facilitar la introspección y al autoconocimiento, ya que, sin silencio es prácticamente imposible llevar a cabo una indagación de este tipo.
Llevar a cabo una actividad introspectiva, supone poder atender a lo que sucede en nuestra mente, ya que ella es la responsable de la fabricación de nuestra realidad, la que moldea y da forma a lo que percibimos a través de los sesgos de nuestras, creencias, expectativas, prejuicios, emociones, sensaciones y sentimientos, cualquier cosa que vemos o sentimos pasa por estos filtros, condiciona nuestra vivencia y determina nuestras actitudes hacia ello. Si realmente queremos conocernos, hemos de poder ver, no solo nuestros pensamientos, sino el magma emocional que subyace a ellos, de esta manera podremos atisbar los condicionantes de nuestra percepción y comprender los impulsos que determinan nuestras actuaciones hacia los otros y hacia nosotros mismos.
Para ello es importante silenciar y silenciarse, silenciar porque las palabras que emitimos y oímos nos atraen hacia ellas, hacia su significado y hacia el relato que construyen, desviando nuestra atención y ocultando nuestra vida mental, es como bucear en nuestra mente y, de repente, irrumpir en la quietud de nuestro viaje generando un montón de burbujas.
También es improbable que se pueda llevar a cabo una actividad introspectiva profunda cuando se está en el seno de una conversación, porque es difícil hacerlo desde nuestro ego, es decir, desde la construcción simbólica de quienes queremos y creemos ser, que es lo que inevitablemente sucede siempre que entramos en interacción; intentar conocerse instalado en el ego es poco menos que una broma.
Decía que, aparte de silenciar, es importante silenciarse, primero hay que aislarse del ruido externo y luego intentar apagar el propio ruido interno, lo cual es mucho más sencillo en una atmósfera de silencio y recogimiento. Silenciarse no consiste en dejar la mente en blanco, esto es prácticamente imposible, silenciarse quiere decir no engancharse a los pensamientos que van apareciendo en nuestra mente para poder ver su composición, naturaleza, origen y frugalidad.
Engancharse a una idea y seguir con ella en un hilo discursivo mental, lo que habitualmente denominamos “rumiar”, es otra manera de hablar pero, esta vez, con nosotros mismos, con los residuos vivenciales que anidan en nuestra vida mental: temas pendientes, preocupaciones, fantasías o deseos fruto de la interacción de nuestro ego con el entorno; verlos permite tomar consciencia de ellos y en consecuencia de lo que somos y no somos, pero engancharse a una de esas ideas es como querer observar pasar los vehículos de una autopista y, súbitamente, encontrarnos viajando en uno de ellos habiendo perdido de vista la autopista. Tomar distancia del parloteo mental, viendo los pensamientos pasar, desaparecer y transformarse, esto es silenciarse.
En nuestros entornos sobresaturados de ruido e interacciones, poder estar en silencio, es un bien preciado; Lluis Nansen, un maestro Zen de Barcelona, exhorta a sus practicantes a valorar la fortuna que tienen de disponer de un espacio que garantice el silencio necesario para llevar a cabo una introspección en condiciones.
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Estado de felicidad: "Tomar distancia del parloteo mental, viendo los pensamientos pasar, desaparecer y transformarse, esto es silenciarse". :-)
ResponderEliminarEn el extremo contrario, es decir, lo más habitual, es lo que describes en el primer párrafo. Demoledor y tremendamente cansino...
Estupendo Manel. Un petó!
Gracias, Isa :)
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