Durante muchos años se ha creído que en estados de reposo o de inactividad, el cerebro se mantenía como al ralentí, atento tan solo a los impulsos necesarios para el mantenimiento de las funciones básicas del cuerpo.
Ahora sabemos que no es así, que cuando estamos en reposo se lleva a cabo una amplia actividad cerebral producida por una extensa red de conexiones nerviosas denominada Red Neuronal por Defecto y que esta actividad sólo se detiene cuando nos concentramos o focalizamos la atención en alguna actividad en concreto.
La Red Neuronal por Defecto es la responsable del carrusel incesante de ideas, recuerdos y preocupaciones que caracterizan nuestra actividad mental a todas horas, del encadenamiento caórdico de pensamientos de todo tipo y al que algunas culturas denominan la “mente del mono”, por asemejarse a un mono que va saltando continuamente de rama en rama sin ningún propósito claro, un tipo de actividad de la que normalmente no somos conscientes por formar parte de nuestro estado habitual, como este ruido del aire acondicionado de una habitación que se hace evidente cuando se apaga.
La Red Neuronal por Defecto también es la responsable de la ensoñación y está detrás de las fabulaciones, normalmente negativas, que se desprenden de alguna preocupación, de ahí que se la implique en las rumiaciones de los estados depresivos, en el pensamiento psicótico o en los transtornos del sueño.
Pero, patologías al margen, lo importante es que nuestra vida cotidiana está teñida por las emociones y estados de ánimo producidos por el carácter que pueda tomar, en cada momento, esta actividad mental que solemos ignorar.
Desde que nos levantamos de la cama, transferimos a lo que percibimos y al humor con el que abordamos nuestras ocupaciones o interacciones, los sesgos y trazos emocionales generados por el diálogo mental al que estamos incesantemente sometidos, algo que, según el día que se tenga, puede tener un impacto devastador.
Pero cualquier hallazgo científico, como el de la propia Red Neuronal por Defecto, sólo permite atisbar el funcionamiento general de la mente en el ser humano, para saber cuáles son las cadenas de ideas y fantasías que condicionan y atenazan nuestra vida mental y cómo estas determinan la percepción y vivencia que se tiene de la realidad, sólo puede ser llevado a cabo por la propia persona, a través del estudio íntimo de sí misma.
Para ello, ya existen practicas sencillas, antiguas y efectivas que vale la pena tener en cuenta en determinadas situaciones, por ejemplo, hay equipos que, conscientes de la carga mental con la que viene cada persona y de las consecuencias que inevitablemente tiene en la toma decisiones, antes de empezar una reunión, dedican un minuto a estar en silencio, dirigiendo su atención a la respiración.
Los asistentes toman asiento en sus sillas, con la espalda erguida, las plantas de los pies apoyadas en el suelo y las manos sobre las rodillas para facilitar una respiración abdominal, larga y fluida, en la que la exhalación sea más larga que la inspiración y, de este modo estimular el nervio vago, activar el sistema parasimpático e inducir a un estado de calma que predisponga a abordar serenamente los objetivos de la reunión.
Lo único que intentan hacer las personas a lo largo de este minuto es concentrase en su respiración a la vez que observan cómo emergen y, con la misma facilidad, se diluyen un sinfín de pensamientos de todo tipo, reales e inventados, con o sin sentido que invaden continuamente la mente, pugnando por raptar su atención, envolviéndola en un proceso rumiatorio inacabable que, inevitablemente, las predispone hacia lo que todavía está por venir.
Volver a la respiración serena y pausada, cuando se es consciente de estos intentos de rapto, pone de relieve el carácter fortuito, inestable, fantasioso y, las más de las veces, agorero, de la vida mental, así como de su influencia en la manera de percibir la realidad que suscribimos y sobre la que tomamos nuestras decisiones.
Además, la calma que conlleva la práctica y su impacto en la calidad de las interacciones interpersonales, supone, como es fácil imaginar, un antes y un después para cualquier actividad que se lleve a cabo.
Un minuto de silencio compartido para respirar conscientemente, no es un coste para nadie que tema despilfarrar el tiempo ya que, de no obtener nada, sólo habrán perdido un minuto, una ínfima inversión comparada con el impacto que con toda probabilidad consiga con esta práctica, al corto plazo, sobre la eficiencia y los resultados de sus procesos de toma de decisiones y, con el tiempo, sobre el autocontrol, productividad y bienestar de las personas.
"Un minuto de silencio compartido..." Mucha complejidad en estas cinco palabras. Subrayaría las dos últimas :-)
ResponderEliminarEsto fue lo que pensé anoche cuando leí tu post. Hoy, trabajando sobre el concepto de “disonancias”, me reencontré con estas anotaciones que me llevaron de nuevo a la profundidad del “silencio compartido”. Abusando un poco de la confianza, y mientras seguimos compartiendo silencios, las transcribo tal cual:
(…) el silencio tiene la capacidad de provocar un desplazamiento del centro de la escucha, que en muchas ocasiones se traslada al interior de uno mismo. Esta misma noción también se encuentra en los conciertos silenciosos de las tradiciones orientales china y japonesa.
El escritor griego Nikos Kazantzaki (citado en Le Breton, 2009, p. 172) experimentó algo semejante cuando buscaba material para su novela en un templo de Pekín en los años treinta, donde asistió a un concierto silencioso. Kazantzaki observó cómo cada uno de los músicos ocupaba su lugar y cómo cada uno de ellos ajustaba su instrumento. Después de la preparación para el evento, uno de los maestros que formaba parte del elenco de músicos hizo el gesto de golpear sus manos para dar comienzo al concierto, pero en el mismo instante en el que sus palmas iban a encontrarse, detuvo el movimiento.
De este modo se abrió un concierto mudo en el que no se oía nada: los violinistas levantaban sus arcos y los flautistas, con los instrumentos en sus labios, desplazaban sus dedos por los agujeros sin emitir ningún sonido. Según cuenta Kazantzaki, para los orientales el sonido no se oía físicamente, pero resonaba en el interior de cada individuo que contemplaba el concierto, dejando paso a la sonoridad del mundo que rodeaba el evento.
Delicioso el comentario, Isa!
EliminarUna aperta:)
Sé que lo que contáis es verdad no porque me lo crea, sino porque lo experimento constantemene. Gracias a los dos.
ResponderEliminar