Lo aparentemente lógico es que de una idea se pueda articular un movimiento del pié que dé lugar a un paso. Pero, esto que sin lugar a dudas suscribe [casi] todo el mundo, no es lo que sucede realmente. En el día a día, lo que vemos [y hacemos] mayormente es dar un paso y luego preguntarnos a dónde vamos.
Reflexionar, ponderar o sopesar suele ser considerado blando, improductivo, y tildado de poco realista y, paradójicamente, el acto por el acto, centrar toda la importancia en el movimiento sin tener en cuenta la dirección, suele ser interpretado como propio de mentes seguras, productivas, ejecutivas y realistas.
Parece como si el peso de la tradición judeocristiana, donde el trabajo ha de corresponderse con el sudor de la frente, elimine de esta categoría [trabajo] a cualquier actuación de la que se sospeche o aparente una posición más cómoda. De este modo una mesa llena de papeles y trabajo pendiente viene a ser lo más parecido a una vaca a la que hay que ordeñar irremediable e indiscutiblemente si no queremos correr el riesgo de que la continua producción de leche, dañe las ubres y enferme al animal. Tal suele ser el peso de la afirmación: “oye…lo siento pero es que tengo mucho trabajo…” cuando estás tratando temas relacionados con planificar o abrir canales de conversación 2.0, por ejemplo.
A menudo suelo encontrarme con que la principal resistencia al cambio es el realismo que se auto atribuyen y esgrimen diestramente algunas personas. El “perdona pero es que yo soy realista” tiene efectos demoledores disfrazando de una aparente profesionalidad y responsabilidad la, casi con toda probabilidad, ausencia de competencias profesionales críticas hoy en día.
Detrás de estos ataques de realismo [en forma de “no tengo tiempo”] encontramos de todo, desde miedos sociales hasta paranoias sobre la pérdida de poder, desde timideces varias a ausencias totales de compromiso con la organización. Y por supuesto también podemos encontrar a alguien realmente sepultado en trabajo.
En fin, que sí, que hay que tener los pies en el suelo, pero también recordar que la bipedestación nos permitió erguirnos, tener la cabeza alta, para así poder verlas venir y decidir con más criterio a dónde ir.
¿Por qué esta obsesión por olvidar este rasgo evolutivo tan importante y empeñarnos en arrastrarnos como si, junto a los pies, también tuviera que estar la cabeza en el suelo?
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La imagen corresponde al “Mundo de Cristina” de Andrew Wyeth. La mujer paralítica, Cristina, vecina del pintor, está echada sobre la hierba tratando de arrastrarse hasta su casa, muy lejana al fondo. Ella solía desplazarse así por el campo de hierba llevando ramitos de flores y eso impactó a Wyeth.