lunes, 31 de julio de 2023

La sencillez conecta con la realidad


Algo que suele pasar es que, en el afán de explicar y poseer lo que se percibe, se llene el mundo de palabras y palabras que, a su vez, generan más palabras para explicarse y redondearse a sí mismas hasta el punto de que hay más palabras que mundo y uno corre el peligro de, sin saberlo, creerse que el mundo en el que vive es, en realidad, el de sus palabras.

Aunque parece imposible evitar vivir en un mundo de palabras, se ha de ir con cuidado con ellas ya que comprimen y encierran la realidad, recortándola para que esta pueda caber en ellas, ofreciéndonos una comprensión incompleta, superficial y, a menudo, enredada del mundo en el que vivimos. Quizás por eso nos servimos de la poesía, para referirnos a cosas que es imposible describir sólo con palabras, a menos que las combinemos, las armonicemos, las sometamos a una métrica o hagamos que choquen unas con otras para que el impacto genere una sensación determinada en el cerebro que acerque, mínimamente, a desvelar aquello a lo que nos queremos referir.

La consultoría es uno de los ámbitos donde el peligro de caer en el espejismo verbal creado por uno mismo al hablar y hablar sobre lo que ve y no ve, puede enviar al profesional a habitar mundos extraterrestres, a años luz de la realidad en la que cree intervenir. 

En esta profesión se es proclive a caer en el canto de sirena de las palabras, las cuales, como todas y todos sabemos, también tienen el poder de seducir hacia la posibilidad de elevar cualquier realidad al nivel complicado de lo que ha de ser explicado por una persona experta y hacer que uno se sienta importante o necesario, simplemente, por poder hacerlo. Este es otro de los peligros de nuestra profesión, que te vengas arriba y no te entiendan, ya que cualquier acción de consultoría ha de ser pedagógica y debe contribuir a la comprensión por parte del cliente de lo que está pasando y de lo que se está haciendo.

Pero el principal peligro es que llegues a creértelo, no podemos evitar reducir el mundo a un relato, como tampoco podemos negar la importancia de este relato en la transmisión y generación de conocimiento conjunto, pero también debemos conocer el carácter imaginario de lo simbólico y la diferencia entre significado y significante.  Las palabras son maravillosas porque le conceden una identidad a cada cosa, pero también son engañosas porque singularizan aspectos de la realidad que no pueden entenderse separados unos de otros, generando una comprensión tendenciosa o sesgada del mundo que debe ponerse sistemáticamente en duda. El conocimiento convive con lo que se desconoce y ser consciente de ello conlleva una humildad inevitable hacia cada afirmación que proferimos.

Por lo tanto, es conveniente deshacerse de ideas, objetos y actitudes que lastren, enlentezcan, compliquen o hagan pesada la comprensión de las realidades organizativas que contribuimos a trasformar; personalmente no puedo evitar desconfiar de quien se sirve de lenguajes esdrújulos, pedantes y plagados de anglicismos para referirse a conceptos sencillos que responden a un lenguaje llano. 

Las cosas no suelen ser complicadas, las podemos complicar con nuestro afán de comprenderlas y creyendo que la forma de hacerlo es volviéndolas abstrusas y difíciles. Las claves están delante de nuestros ojos, sólo hay que verlas no tenemos porqué inventarlas, suponerlas o crearlas, el secreto está en hablar de manera natural, en ser consciente y responsable del poder de borrar el mundo con palabras y crear realidades alternativas que no llevan a ninguna parte.

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Imagen de Ri Butov en Pixabay

Este post inicialmente fué escrito y publicado en el blog de la Red de Consultoría Artesana

lunes, 24 de julio de 2023

Envidia


La envidia es una emoción grave. Alguien me comentaba no hace mucho que este concepto lo relacionaba con el Caín bíblico, el primer homicida que mató a su hermano por la envidia que les despertaba la atención que le prodigaba Dios. 

La envidia se define como el sentimiento de tristeza o enojo que experimenta la persona que no tiene o desearía tener para sí sola algo que otra posee, también tenemos la envidia sana que se define como el deseo de hacer o tener lo que otra persona tiene, pero esta vez sin enojo ni tristeza, sino con alegría por el otro, pero con un “cachis” por el “yo también quiero” que se regurgita en aquel momento. Eso sí, en este segundo caso se ha de acompañar con un “pero sana ¿eh?” para dejar claro que se trata de una envidia blanca, no sea que no se entienda.

Porque ser tildado o tildada de persona envidiosa, es algo que incomoda, que no gusta, con lo que no queremos que se nos identifique, evoca algo despreciable, a haber ignorado una advertencia materna, a traspasar una línea roja trazada en nuestra más tierna infancia; en definitiva, ser envidioso es sinónimo de mala persona. Incluso para el catolicismo, la envidia es considerada como un pecado capital por hallarse en el origen de otros actos infames, como la mentira, la intriga, la traición, la calumnia, la difamación o, en el caso de Caín, del homicidio.

No obstante, a pesar de la antipatía que genera, la envidia está más presente en nuestras vidas y condiciona nuestras conductas más de lo que pensamos; al tener tan mala consideración se viste con multitud de disfraces y se desliza subterráneamente  en  diversidad de situaciones de nuestra vida cotidiana que consideramos absolutamente normales e inocuas: los chismes, la ironía o el sarcasmo suelen ser canales blanqueados a través de los cuales se expresa impunemente la envidia, a poco que lo pienses verás que, detrás de estas manifestaciones, se esconde el agrio propósito de erosionar la imagen de alguien o, en el caso de ir de frente, de hacerle sentir nuestra desagradable sensación por aquello suyo de lo que no participamos, ya se trate de su felicidad o de un reconocimiento.

Como decía, la envidia en nuestras organizaciones adopta mil y una caras y no siempre son zafias o grotescas, es más, no suelen serlo nunca, puede hallarse por ejemplo en la adulación exagerada, que no es otra cosa que una tipología de difamación  consistente en distorsionar tanto la imagen de una persona hasta llegar a generar dudas sobre la condición real y credibilidad de esta persona; quizás por eso, sentirse adulado excesivamente genera incomodidad, activa un punto de alarma y nos suele advertir sobre la desviación en la forma de mirarnos que tiene esta persona.

La envidia también puede disfrazarse de rectitud, de moral, como por ejemplo en la delación, donde, en algunos casos, quien acusa o denuncia a alguien siguiendo aparentes motivos morales, es realmente impulsado por la envidia, ya sea por qué no desea para nadie la felicidad o el bienestar que no se puede permitir uno mismo, por aprovechar la norma para deshacerse del objeto que le hace sentirse mal o por deshacerse de la persona y hacerse con aquello que se desea, como sabemos que ocurre y ha ocurrido a lo largo de la historia en casos de conflicto civil como guerras o caza de brujas, donde guiados por la envidia, unos vecinos han delatado a otros.

En la vida organizativa muchos juicios gratuitos y valoraciones personales que no vienen a cuento están motivadas por la envidia, por una envidia justificada, pensaran algunos, pero envidia al fin y al cabo, una emoción corrosiva y la mayor parte de las veces, sin ningún futuro e improductiva, ya que el malestar ajeno no siempre está relacionado con un bienestar propio sino que suele suponer, como máximo, un malestar conjunto, viene a ser un no desear para nadie lo que no  puede tener uno mismo.

La envidia es de mal tratar, no hay un remedio sencillo para eliminarla. La persona que experimenta envidia, no lo pasa bien y, de algún modo, aunque no lo confiese, reconoce estar poseído por esta emoción, aunque sea en una pequeña dosis; la envidia es como un veneno, la persona que la padece se considera también su víctima, a veces la única víctima cuando esta envidia no llega a concretarse en ningún comentario o actuación, cuando no se traduce en nada y sólo se sufre.

Quizás debería proponer alguna orientación para “gestionar” esta emoción pero no sabría qué decir, la envidia es un motor ancestral, uno de los demonios que cayó con Satanás, se transforma, blanquea y cuela en un sinfín de conductas que pueden llegar a considerarse respetables, sospecho que no hay manera de eliminarla, de extirparla.

Para mí que la único que se puede es neutralizarla reconociéndola detrás de su máscara, sea esta la que sea que ha escogido ponerse, ya sea la de la ironía, la de la necesidad de vehiculizar o hacerse eco de un chisme, la del juicio de valor moral, la de no reconocer el mérito donde lo hay, la del sentimiento de injusticia ante el reconocimiento ajeno, la del deseo de que aquella palabra hubiera sido tuya y así hasta infinitas situaciones que pasan por cotidianas y que normalizamos en complicidad con otras personas. 

Quizás, decía, lo único que se puede hacer es estar atento para reconocerla, no mirar hacia donde te invita sino darte la vuelta y mirarla directamente a los ojos, desvanecer su poder ahí mismo donde nace, comprobar que ella no eres tú, que tu vida tiene un recorrido propio, que el bienestar ajeno no impide el tuyo propio, que esto sólo te corresponde a ti, desalojando estos sentimientos sin necesidad de sustituirlos por nada, o quizás sí, tan sólo por tu respiración, la que te conecta con tu vida, tu único asunto

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La elección de Dios del sacrificio de Abel sobre el de Caín conduce al primer asesinato. [Imagen: Gustavo Dore/Dominio público]

lunes, 17 de julio de 2023

La importancia de la contemplación en la gestión del desconocimiento


A cuanta más información, más evidente se hace la magnitud de lo que se ignora, inevitablemente cada hito de conocimiento proyecta una sombra en la que se ocultan determinantes, causas y consecuencias que se desconocen; Omnia exeunt in mysterium” advertía Arthur Machen a través de uno de sus personajes en Los tres impostores, que viene a significar que todas las ramas del saber humano, una vez rastreadas hasta sus fuentes y principios finales, se desvanecen en el misterio.

En pleno apogeo de la transferencia y gestión del conocimiento, algunas organizaciones, equipos y personas se resisten a acomodarse en el espejismo de certeza que genera el conocimiento experto acumulado y, son más conscientes de la necesidad de minimizar el riesgo de lo que se desconoce y que se hace, cada vez, más evidente ante la incapacidad de prever las variables que determinan el futuro más inmediato en cualquiera de sus planos, desde el social al personal.

Encomendarse sólo al conocimiento y a lo aprendido con la experiencia no es suficiente, e ignorarlo puede llegar a ser, incluso, contraproducente para comprender el mundo en el que se vive y armonizarse con él; es necesario desarrollar actitudes, habilidades y mecanismos nuevos para evolucionar en un entorno donde conocimiento y desconocimiento son las dos caras de una misma moneda.

Es fácil decirlo, pero el reto es complicado, todo nuestro sistema gira en torno al saber y el conocimiento experto, desconfiando de todo aquello que no responda a algo comprobado y que genere una pauta que permita establecer respuestas previsibles. La manera de abordar el futuro es creando modelos que permitan realizar pronósticos y reivindicando la acción transformadora del entorno mediante el establecimiento de objetivos, tal y como describe François Jullien cuando compara la manera occidental de abordar la incertidumbre frente al pensamiento chino capaz de inducir "transformaciones silenciosas" apoyándose en el potencial que ofrece cada situación.

Todo lo que no sea así, lo que suponga admitir desconocimiento, genera incomodidad y mala fama para quien lo haga; tristemente, la expresión “misterio” de Machen, a la que nos referíamos al principio, es demasiado misteriosa como para ser tomada en serio. La relación con nuestro entorno es instrumental, ya sea para nutrir nuestra productividad, como para ocupar nuestros espacios de ocio; miramos lo que nos rodea esperando encontrar lo que necesitamos, ya sea un recurso o una respuesta a nuestras dudas. Todo aquello que no vemos no puede responder a estas necesidades y no existe.

Pero no es así, gestionar el desconocimiento supone en primer lugar esto, admitir que cada luz proyecta sus sombras y no vemos todo lo que hay, pero no verlo no supone necesariamente que no exista y que no influya en la dinámica de los acontecimientos.

En segundo lugar, gestionar el desconocimiento supone cambiar la relación con un entorno que sospechamos más complejo y que exige una visión del mundo que no obedezca tan sólo a lo que queremos o estamos dispuestos a ver, es necesario contener la mirada y el afán de encontrar para poder “contemplar”.

Mirar y contemplar son dos acciones muy distintas. Mirar es acercar el ojo a las cosas, implica un querer ver, poner foco, hay una intención de observar o encontrar algo en concreto ahí donde se proyecta la mirada.

Mirar permite analizar, profundizar, delimitar, comparar, definir o encontrar. Cuando buscamos miramos con la intención de distinguir y detectar aquello que queremos ver, con lo que, de alguna manera, mirar implica tener una idea previa de lo que queremos encontrar o, si no sabemos exactamente el qué, de detectar alguna cosa que resalte especialmente del conjunto; si buscamos a alguien entre la multitud, por ejemplo, es muy posible que no nos detengamos en nadie y obviemos a cualquiera que no encaje en el patrón de quien estamos buscando.

Contemplar, sin embargo, es acercar las cosas a los ojos ya que, a diferencia del mirar, no se focaliza la atención, no se dirige hacia ningún lugar, no hay intención de encontrar ni se busca nada en concreto, la atención permanece inactiva, receptiva, impregnándose de todo lo que hay, sin distinción. El propósito de la contemplación es dejarse impresionar por todo aquello que se halla en el campo de visión, sin establecer prioridades, sin ninguna ansia de aprehender, de quedarse con nada.

Así pues, mirar reduce la realidad a lo que se mira, permite encontrar o profundizar en algo pero invisibiliza el resto. En cambio, contemplar revela el mundo al abasto de nuestra percepción y permite descubrir aquello que mirando desconocíamos.

La clave se halla en la intención, cuando se mira siempre existe una intención clara que es la que dirige la mirada, existe un sujeto y un objeto. En cambio, para que la contemplación sea tal, no debe haber ninguna intención, no hay objetivo, es una acción que no persigue nada, de hecho, se trata de inacción, el sujeto desaparece para fundirse y ser un todo con el objeto. Hablando sobre la vida contemplativa, Byung Chul Han aconseja: 

“Frena, no hagas nada, escucha, es más, no esperes nada. Verás que algo pasa, empezarás a hacer cosas, pero por gusto, sin ninguna utilidad, “para nada”. “Solo la inactividad nos inicia en el misterio de la vida”

En el marco utilitarista de nuestra sociedad, donde sólo tiene sentido y se otorga valor a aquello que tiene un propósito claro y persigue un resultado concreto que se traduzca en algo medible y útil; la contemplación no es algo sencillo, ni bien visto, a lo sumo se asocia con un paseo ocioso por el campo con la clara intención de disfrutar de unas bonitas vistas, si no, ¿para qué? 

Gestionar el desconocimiento pone en cuestión este marco de pensamiento y exige abrirlo a otra manera de relacionarse con el entorno, una manera contemplativa, algo que no es nuevo, que ya se hallaba en el acervo de nuestra sabiduría clásica, tanto la asiática como la grecorromana y que ha sido enterrada bajo capas y capas de utilitarismo y productividad industrial. Sólo debemos tomar la decisión de si queremos y estamos dispuestos a invertir nuestro tiempo y nuestro ego en desenterrarla y aprender a contemplar, algo complicado, como sentencia también Han:

Todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y a solas en una habitación”

 

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Imagen de Chucksink en Pixabay

lunes, 10 de julio de 2023

10 ideas clave en torno a la transferencia del conocimiento tácito y los valores que inciden en la toma de decisiones.

 
1.- La importancia de la transferencia de conocimiento tácito y de los valores es crucial para el desarrollo de habilidades, capacidades y criterios de comportamiento y para la toma de decisiones que no se adquieren, simplemente, a través de la teoría o la instrucción explícita.

2.- Este tipo de conocimiento es a menudo el más valioso en un contexto laboral ya que, las personas que lo poseen son capaces de tomar decisiones y solucionar problemas de manera efectiva en situaciones complejas.

3.- La transmisión de este tipo de conocimiento se realiza, principalmente, a través de la observación, la imitación y la práctica y se puede vehiculizar mediante el ejemplo, el trabajo colaborativo, el coaching o el mentoring.

4.- Pero también hay que considerar que las personas no tienen una conciencia real de lo que conocen, ni de los mecanismos que siguen en su proceso mental de toma de decisiones.

5.- Existen recuerdos y olvidos selectivos, así como sesgos cognitivos que afectan la forma en que las personas explican sus actos.

6.- La transferencia natural del conocimiento se produce de manera espontánea cuando las personas están en contacto unas con otras, sin voluntad de enseñar ni de aprender y es más efectiva que la transferencia intencional.

7.- La transmisión del conocimiento tácito puede influir en las nuevas generaciones a comprender y adoptar los valores y la cultura organizacional.

8.- En el caso de los procesos de desvinculación hay que preveer que la mecánica de transferencia de conocimiento no siempre se puede activar con anticipación.

9.-Se ha de pensar en la desvinculación de la persona desde el mismo momento del proceso de acogida.

10.- Los procesos de acogida deben ser diseñados para integrar espacial y socialmente a la persona recién llegada, aumentando las posibilidades de aprendizaje directo e inverso desde el principio y asegurando el flujo continuo de conocimiento.  

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Imagen de Gerd Altmann en Pixabay