jueves, 28 de julio de 2011

Miedo


Cualquier proyecto relacionado con la innovación o el cambio organizativo debe contemplar en su diseño la manera de gestionar el miedo de quienes se ven implicados en él incluyendo, aunque parezca extraño, el de la misma persona que lidera e impulsa el proyecto.

El miedo es una emoción constante en aquellos proyectos donde plana la incertidumbre sobre aspectos innegociables de la posición o zona de confort que ocupa la persona y que surge inmediatamente ante cualquier planteamiento que proponga un cambio en el modelo actual, independientemente de los beneficios que esto suponga para los propósitos de la Organización o para la mayoría de las personas que la conforman.

Se trata de una emoción primaria que remite al individuo hacia sí mismo y lo aísla de cualquier otro propósito que no sea el de su propia supervivencia, en las condiciones en que éste la entiende, al margen de las necesidades de los demás. Es quizás por esto que, socialmente, el miedo está denostado y es inconfesable, encontrándolo continuamente enmascarado con argumentos que intentan elevarlo al plano de la lógica y de lo racional.

Aún cuando autores como Manfred F.R. Kets de Vries se han hecho eco de la importancia que tienen los aspectos emocionales y de personalidad en la dirección de organizaciones y afirman que “ahora se presta más atención a aquellos aspectos “no racionales” de la dirección que afloran ante los retos y oportunidades de cada día”, se sigue encontrando en el discurso actual sobre el liderazgo, o en el diseño de la gran mayoría de los proyectos de consultoría, los típicos trazos de infantilismo que bajo el barniz de lo pragmático, lo serio, lo “ingenieril”, obvian o niegan aspectos emocionales que inciden de manera continuada y que impactan decisivamente en los resultados obtenidos.

El miedo suele aparecer en el mismo momento en que se insinúa o produce la demanda de consultoría y se expresa mediante un hipercontrol [a menudo disfrazado de responsabilidad gestora] sobre el proceso a seguir, que busca controlar, a veces hasta el detalle, el método a utilizar por el consultor. Es muy importante desvelar este miedo en el mismo momento de contener la demanda y cuestionar sobre la oportunidad, necesidad u objetivos reales para impulsar el proyecto.

Una vez empezada la colaboración, es importante bloquear el miedo en sus inicios y establecer un sistema periódico de drenaje para liberar a las personas [incluyendo a los líderes del proyecto], de aquellos brotes de miedo que la concreción de los resultados puede generar en cada uno de ellos. De no hacerlo, va a aparecer de manera intermitente infectando cualquier acción y produciendo desviaciones tanto de los objetivos originales como del método inicialmente planteado. Nadie debiera responsabilizarse de un resultado en el que no ha contemplado el sesgo producido por el miedo.

Ante esto, lo que suelo hacer desde hace un tiempo es provocar dinámicas plenarias donde cada persona pueda expresar, desde el mismo momento en que se inicia el proyecto, cuáles son aquellos aspectos que suponen una ventaja y cuáles constituyen una amenaza a la calidad con la que personalmente vive su trabajo. Estas dinámicas suelen contemplar la posibilidad de que las diferentes aportaciones puedan ser agrupadas y clasificadas con el fin de poder debatir sobre ellas y tratarlas, en función de si son hándicaps o ventajas, como problemas a resolver o variables a mantener en el nuevo escenario. Es conveniente repetir ese ejercicio antes de cada fase del proyecto con el fin de ventilar los miedos generados ante la concreción de los resultados.


lunes, 25 de julio de 2011

La duda…


Como si de una bipolaridad profesional se tratara, cada cierto tiempo la impetuosidad y entusiasmo con los que abordo mi trabajo son sustituidos por la preocupación introspectiva que me genera la duda sobre si lo que hago y el cómo lo hago es la mejor manera o la manera correcta de enfocar los proyectos con los que colaboro. Y sumido en la terrible oscuridad de estos pensamientos, me veo a veces como un impostor que usurpa el lugar donde otro colocaría un saber que a veces creo que se me escapa pero que desconozco siquiera que exista… Entonces me dedico a escuchar e indagar buscando confirmar mi hipótesis y al no encontrar modos que por diferentes o mejores la confirmen me resigno a pensar que quizás, solamente quizás, esté moviéndome en los parámetros correctos… aún así siempre me persigue la sombra de la sospecha de que en algún lugar hay alguien que tomaría, donde yo lo hago, una opción profesional distinta, mucho más brillante y efectiva, sujeta a unos criterios más científicos y resultados más sólidos y duraderos.

Y esto me atenaza a veces hasta el punto de oprimirme y paralizarme, traduciéndose tenuemente en un ligero temblor en la voz, en un circunloquio consultolábico o en un revisar lo que estoy diciendo mientras lo digo, vigilando no desenmascarar ante aquellos con los que colaboro esta terrible duda que creo que acabaría con su confianza.

Lejos de ser nuevo, esto es algo que me ha pasado siempre. Dedicándome como me he dedicado a cuestiones donde no necesariamente dos y dos son cuatro y en las que la lógica, la comprensión, tanto holística como de detalle y el ingenio inyectado son determinantes para su solución, siempre ha habido aquel momento en el que he dudado de mi lógica, de la limitación de mi sistema comprensivo y de tirar quizás demasiado de mi ingenio y fantasía a la hora de responder a una demanda de mi entorno profesional. Y esto es, justamente, lo que me somete a soportar cíclicamente la losa de esa terrible duda que se cierne sobre mí, básicamente en aquellos momentos en los que mi actividad decrece, me pierdo en mis pensamientos y tengo la oportunidad de disfrutar de un descanso que a todas luces necesito y no aprovecho.

Recientemente he comentado este aspecto con un par de colegas, por airear el olor rancio de esta sensación, y uno de ellos me sugirió que explorara en mi interior y que buscase aquellos momentos en los que me he encontrado plenamente convencido y seguro de mi actuación para así orientar mi actividad hacia estos aspectos. Pero, estando así, bajo el dominio de la duda, no me encuentro ningún momento libre de ella y, aun habiendo decidido hace años no hablar de lo que no sé, ni aceptar responsabilizarme de nada que no sepa hacer, periódicamente se abre una brecha que libera de mi interior el genio de esa duda que interroga, implacable, sobre ese saber y que me enfrenta a revisar la honestidad de mis actuaciones.


viernes, 22 de julio de 2011

Contener la demanda


En contra de la mayoría de las creencias, la elaboración de una propuesta técnica con su previsión económica no suele ser el verdadero inicio de una relación de colaboración en consultoría. Las más de las veces comienzan antes con la contención de la demanda y puede que incluso, no tan sólo se inicien sino que terminen allí, dependiendo de cómo se realice esta contención y del tipo de demanda, algunas veces incluso desconocida por el propio cliente.

Contener la demanda supone básicamente y en pocas palabras hacerse cargo del quantum de ansiedad que determina la petición de ayuda. De alguna manera el inicio satisfactorio de una relación de consultoría depende de este momento. Sobre todo de aquella consultoría de proximidad que despliega su actividad sobre cuestiones muy íntimas de la Organización y que requieren de una actuación muy estrecha con el propietario y de una metodología ad hoc de confección artesanal.

Aunque se hable mucho de corresponsabilidad, de implicación, de la colaboración cliente-facilitador en el proceso de consultoría, gran parte del valor aportado en esta relación se da en este primer momento y se expresa en esta transacción de intangible que viene a ser uno más de los muchos significados atribuidos al concepto “gestionar”, esto es, dejar encarrilado un tema para que un proceso determinado se ocupe de él.

La contención de la demanda se da, normalmente, en el contexto de una conversación [o varias] en la que se expone una necesidad o un problema acuciante y donde, el consultor, suele desarrollar todo un repertorio técnico [escucha, esquematiza, traduce, analiza, etc.] destinado a encajar y transformar este problema en algo que sea más manejable, controlable y le permita al cliente visualizar un escenario futuro donde su necesidad esté satisfecha o su problema en gran parte resuelto. La labor de contención depende total y absolutamente de lo poderosa que sea esa visión y suele ser el disparador de la confianza necesaria para que, posteriormente, se realice un encargo que se concrete en un contrato.

Pero la importancia de la contención de la demanda no se suele corresponder con el valor que se le suele dar de manera explícita en el proceso de consultoría, siendo, las más de las veces, reconocido como un paso previo e incluso como un tributo en forma de riesgo que el consultor ha de estar dispuesto a correr por su condición de proveedor, aun cuando, en no pocos casos, la necesidad o el problema planteado puede quedar resuelto con tan sólo esta contención, en el mismo momento en que la ansiedad ya ha sido liberada, recogida, analizada y transformada en algo posible, que no necesariamente en algo que se vaya a realizar.


jueves, 14 de julio de 2011

Cientifismos…


Hace unos meses, en el contexto de una sobremesa, una de las personas no pudo reprimir un estallido de risita nerviosa, de aquella que paradójicamente parece hallarse en la frontera con el llanto, acompañada de la búsqueda de miradas cómplices a nuestro alrededor cuando, en el transcurso de la conversación, supo de mi afición por el cómic y por la literatura fantástica y más concretamente por alguno de sus subgéneros. Luego, recobrando la seriedad adujo algo así como que lo consideraba una pérdida de tiempo y de oportunidades ante la cantidad de cosas interesantes, serias y realmente útiles que hay por leer.

La idea principal era que él partía de una concepción científica y que ello era la causa de que ciertos temas le dejaran frío y que, no tan sólo no le dijeran ni fu ni fa, sino que hubiera desarrollado hacia ellos [y supongo que hacia sus simpatizantes] una poco disimulada aversión. Personalmente no tengo nada contra los gustos de cada uno pero no puedo evitar cierta incomodidad hacia ciertas valoraciones sobre los míos y exhibo muy poca tolerancia cuando éstas parten del fondo vacío y estéril de la ignorancia militante, es decir, de aquella que se niega a saber por principio [que no por gusto], ya que, al menos para mí, poco tiene que ver el ser más o menos científico con ser conocedor o haber profundizado en uno de los innumerables vericuetos con los que afortunadamente nos regala la Literatura.

Hay que distinguir entre ser científico y ser cientifista. El cientifismo, aceptar tan sólo aquello que es comprobable empíricamente como fuente de explicación de todo lo que existe, no deja de ser una postura como otra, quizás de las menos divertidas, pero una postura al fin y al cabo. Y, como todo los “ismos”, denota exageración y suele comportar cierta cerrazón e intolerancia por parte de quien se abandera en él. Realmente el cientifismo es, hasta cierto punto, contrario al pensamiento científico, ya que responde a una autolimitación que veta la posibilidad de que la mirada se deposite en más contornos que los conocidos y comprobados.

Ser cientifista no tiene nada que ver con ser científico, ya que la ciencia no está reñida con la curiosidad y consideración que se debe observar respecto a todo aquello que nos rodea, ni con canalizar la espiritualidad que emana de ciertos estados emocionales provocados por estímulos diversos que nos sobrepasan y enmudecen nuestro entendimiento hacia conceptos inasibles... A nadie se le escapa, por ejemplo, la gran cantidad de científicos de peso en el momento actual que se confiesan religiosos y creyentes.

Ser cientifista y ser poco realista viene a ser, hasta cierto punto, lo mismo, ya que despojar al mundo de todo aquello que no haya sido explicado o que no encaje en el modus ponendo ponens más estricto es querer ver que las cosas son en función de si pueden ser explicadas e ignorar que la ciencia avanza en un refutarse continuamente a sí misma, planteando hipótesis alternativas, muchas de ellas inimaginables en estadios muy anteriores. La posturas cientifistas más que a un “a ver cómo encaja esto en mi realidad” responden más a un “todo aquello que no me encaje no es cierto”. En esencia, este tipo de mentalidades poco tienen que envidiarle a la del Santo Oficio, aunque se empeñen en escoger el rol de Galileo para esta representación.

En mis análisis sobre los entresijos de a lo que se llama consultoría he encontrado, en este tipo de actitudes, elementos para valorar y, hasta cierto punto, entender el resultado de algunas intervenciones. No me atrevo a afirmar que desde una mentalidad cientifista no pueda llevarse a cabo una labor de consultoría pero, para aquellos que nos dedicamos a la consultoría de proximidad donde la persona es el centro y el motor real del cambio, conocer cómo se proyecta la mente humana y los arquetipos que influyen en ella son uno más de los matices que permiten abordar nuestro objeto de trabajo en su complejidad y con todo su rigor. No hacerlo supone jugar a medias y adaptar el entorno a los requerimientos de nuestras propias limitaciones… vaya, algo poco serio…


martes, 5 de julio de 2011

Cocinar con lo que hay


Sé perfectamente que cierta desazón que noto o expresiones que veo cuando trato temas relacionados con el liderazgo se deben a que, aquellos que me escuchan, no pueden evitar visualizar, de manera inmediata y nítida, la cara de ciertas personas con las que comparten el día a día. Y es que, de manera natural, uno recuerda a aquel enrocado motivo de insomnio o le es imposible relacionar ciertas maneras de funcionar con las personas que realmente forman, lo que se suele llamar, el propio equipo de trabajo.

Durante años, éste ha sido un escalón insalvable y el motivo de que se me haya lanzado y archivado, juntamente con mi discurso, en el limbo de los teóricos y poco realistas. Los argumentos en contra de mi discurso son múltiples y variados, desde el no haber tenido la posibilidad de escoger por haber heredado al equipo, hasta la inadecuación de los métodos de selección de las personas, pasando por la consabida falta de tiempo y no menos tópica falta de recursos para “motivar”, entendiendo tan sonora palabra como sinónimo de incentivar con dinero o con días de vacaciones, ya que esto es lo que tristemente se suele proyectar como único aliciente y método para hacer que alguien trabaje más y mejor. Tales son las únicas razones que algunos, más o menos veladamente, todavía le suponen al trabajo.

Lejos de ser anecdótico, este detalle no deja de ser algo preocupante sobre todo para aquellos que nos dedicamos a facilitar o hemos de impulsar proyectos, no sólo porque la mayor parte de las veces tengamos que hacerlo con poco más que con lo puesto sino porque este detalle revela el asfalto sobre el que se va a derretir, sin llegar a fundirse, el aguanieve del discurso sobre el liderazgo actual, aquél que habla de ilusionar más que programar, de distribuir responsabilidades, de confiar y de abrir escenarios de participación donde el conocimiento de las personas fluya y se convierta en la verdadera moneda de transacción y en el recurso más preciado.

Que se pueda pensar que hay personas más cualificadas que otras para ciertas cosas tiene un pase, pero generalizar ese razonamiento a que cuando faltan esas personas no hay nada o poco que hacer y que a uno sólo le queda resignarse y ver pasar los días suspirando por lo que pudo llegar a ser y nunca será, dice mucho de la concepción sobre las personas y del verdadero significado que la palabra liderazgo encierra para algunos directivos.

Este tipo de posturas remiten a una constelación de factores que hacen tanto o más inviable al directivo con respecto a su equipo que al contrario. Variables como la pereza, la falta de respeto, la desconfianza, la inseguridad, la falta de conocimiento, la falta de asertividad, la incapacidad para gestionar el mínimo nivel de riesgo, la falta de habilidades interpersonales, el narcisismo herido ante el no reconocimiento, o todas las posibles combinaciones entre ellas, se dibujan como negros e invisibles vórtices sobre las cabezas de aquellas personas que suelen hacer el tipo de manifestaciones a las que me refería al principio de este post.

Hace ya unos años, aprendí que a pesar de no tener la oportunidad de hacer acopio en el mercado de todo aquello que necesitase, con lo poco que había en la despensa, se podía improvisar y hacerle los honores a la mesa disfrutando de una buena comida. Y así tuvimos innumerables ocasiones de demostrárnoslo con un buen amigo con el que hicimos apaños varios en los que no dejamos de incluir alguna que otra delicia repostera de lo más imaginativo.

Y es que, a veces uno no tiene más remedio que cocinar con lo que tiene a sabiendas de que la calidad de lo que resulte variará en función de los ingredientes disponibles, de la habilidad en combinarlos y de las ganas de elevarlos a la categoría de lo mejor que se tiene a mano.

Nada hay de particular en dotar de movimiento a algo que ya se mueve como no sea el de evitar que se detenga... uno debiera preguntarse antes de evaluar al equipo de personas del que es responsable qué es lo que realmente está haciendo para que las cosas tengan al menos la oportunidad de ser distintas...