jueves, 27 de mayo de 2021

El tiempo perdido

 

La conversación se nos revela, ahora, como la forma más natural, poderosa y extendida de generar y transferir conocimiento en las organizaciones, así como de originar relaciones sólidas que faciliten la colaboración y, en consecuencia, de amplificar la inteligencia.

Tal cual, después de más de una década dándole vueltas a cómo generar y gestionar el conocimiento en nuestras organizaciones, de cómo estimular la colaboración y de facilitar la inteligencia colectiva, aparece de nuevo la conversación, nuestra conversación, la de siempre, como el vehículo principal de conocimiento y transformación, personal, organizativa y social.

Una vez más, vuelve a suceder que, después de haber buscado en la complejidad, la tecnología o el razonamiento empecinado en añadir una o dos capas más de supuesta lógica genial al orden natural de las cosas, descubrimos que lo que deseamos ya lo teníamos y que lo que debemos hacer es volver al punto de partida, ahora sí, creyéndonos un poco más sabios y, las más de las veces, habiendo estropeado o perdido algo crucial por el camino.

En el caso de la conversación, lo que hemos perdido es el tiempo necesario para “perder” conversando ya que las conversaciones, las de verdad, las mejores, no están sujetas a la impaciencia ni al logro de unos objetivos, ni a nada productivo que no sea el gusto por estar, compartiendo y escuchando; conversar a gusto, abstrae y sitúa a las personas en un plano atemporal que las hace ajenas al tiempo que discurre como ahí fuera, al margen de ellas.

Para conversar se necesita de tiempo improductivo para poder detenerse y hacerlo y, de este tiempo, ya no queda en nuestros escenarios organizativos, ni incluso en nuestra vida privada donde cada vez es más difícil sustraerse a la impaciencia que se apodera de cada uno de nosotros ante una demanda no prevista de atención por parte de quien sea.

La conversación requiere de tiempo para escuchar, para estar ahí, para darle tiempo al tiempo y abrir las pausas necesarias para que el discurso se aposente y emerjan nuevos temas para seguir conversando porque, como ya sabemos, las buenas conversaciones se recrean a sí mismas y, por eso, no acaban, sino que se interrumpen con el deseo de ser reemprendidas alguna vez, cuando haya tiempo.

Así pues, el deseo de conversar ha de ir de la mano con la convicción de recuperar y poner a disposición de la conversación los recursos necesarios para hacerlo, en este caso de tiempo a fondo perdido, algo difícil ya que la falta crónica de tiempo y la obsesión por obtener resultados inmediatos son rasgos característicos de nuestra era. 

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La imagen corresponde a una pintura de Leon Kroll que lleva por título Study for Conversation [1940], la quietud pone de manifiesto el tiempo necesario que hace posible la fuerte dinámica de la escena.