martes, 30 de agosto de 2011

Anotaciones heréticas sobre planificación

Sostengo que cuando se trata de establecer metas y proponerse retos, los análisis concienzudos calzan más del lado de la parálisis [para algunos llamada prudencia] que de otra cosa y no es que esté en contra de trabajar con unos mínimos de seguridad, no, sino que creo que el análisis de posibilidades va íntimamente parejo a la toma de consciencia de las imposibilidades y que la naturaleza humana lleva indefectiblemente a hacer lo que se puede en vez de a lo que se quiere.

En resumen, nuestra vertiente límbica influye más de lo que creemos en la sobrevalorada vertiente cortical y, ante la mínima expresión de alarma en nuestro entorno, no podemos hacer nada para evitar parapetarnos y proteger aquello que tenemos. Una actitud a todas luces contraria al cacareado espíritu de ilusión y riesgo que hay que mostrar cuando se planifica y se enfoca un proceso de cambio.

Por eso, a mí, los análisis DAFO me dan como repelús [el término ya me produce una reacción alérgica] cuando se los coloca en el estadio inicial del proceso y los veo como nubarrones más o menos negros [dependiendo de lo cargados que vayan de amenazas y de debilidades] que circulan filtrando la luz más que iluminando….que es como, por otro lado, se pretende que los veamos.

En los últimos proyectos de planificación en los que he estado colaborando, y casi de manera natural, la información procedente del análisis de Oportunidades/Amenazas y Fortalezas/Debilidades la he aprovechado fundamentalmente para invitar a la reflexión respecto a lo que va a suponer desarrollar aquellas actuaciones, ya formuladas e inspiradas directamente en el Modelo ideal al que se quiere llegar, que al fin y al cabo es aquello que se desea y no necesariamente a donde nos lleve la dirección en la que soplan los vientos de un DAFO.

En cuanto al espinoso tema de los objetivos, antes solía diferenciarlos entre estratégicos [genéricos o a largo plazo] y operativos [específicos o a corto plazo] pero, en la práctica, la formulación de los objetivos a largo plazo siempre da muchos problemas ya que, cuando posteriormente han de desgranarse en objetivos a corto plazo, acciones, etc., suelen formularse mediante grandes enunciados, muy generalistas y demasiado poco concretos como para poder seguirlos y controlarlos. Así que abogo por la formulación de objetivos, independientemente de sus plazos y de que éstos se orienten directamente a aquellos resultados que estén en sintonía con el Modelo trazado… suele ser mucho más sencillo, claro y operativo para tod@s.

Una vez formulados los objetivos, propongo determinar aquellas acciones necesarias para lograrlos, donde otros más ortodoxos formularían, seguramente, objetivos más específicos. Pero he decidido no liarla y optar, si es posible, por estructuras más sencillas y orientadas a resultados. He comprobado que la formulación de tanto objetivo comporta un alejamiento del motivo fundamental del que se desprende todo el Plan, el Modelo al que se quiere llegar.

Suelo distinguir entre tres tipologías diferentes de acciones. Por un lado están aquellas que se desprenden directamente de las fases para lograr el propio objetivo. Por otro lado están acciones específicas dirigidas a aquellas debilidades que deben fortalecerse y, finalmente, las acciones dirigidas a optimizar y/o canalizar recursos necesarios para el logro de los objetivos, las cuales también pueden desprenderse del análisis realizado de los factores del entorno e internos. Para esto sirve también un buen DAFO, para saber qué hemos de hacer, NO para saber qué hemos de querer.


martes, 16 de agosto de 2011

“Quo Vadis”

Observo que la Planificación, como muchas otras herramientas de gestión, tiene dos grandes enemigos, por un lado están aquellos detractores que se hallan entre las filas de quienes la han vivido en organizaciones que la han utilizado mal, casi siempre a modo de un maquillaje snob por parte de equipos directivos que no se han planteado nunca seguir un plan sino tan sólo tenerlo y así disfrazar sus webs de management y cientifismo. Uno de los pocos resultados de tal práctica, decía, es la asociación que suelen hacer estos detractores con aquellos rostros de quienes pervirtieron la Planificación en su uso.

Por otro lado están los que con un afán de academicismo se empeñan en que la observación ortodoxa del método es lo que cuenta y encajonan la planificación en una metodología de libro, encartonada y caduca que debe aplicarse ritualmente por inútil o poco conveniente que sea. Suelen hallarse entre los máximos representantes de esta escuela, académicos y profesores que con un poco de suerte han orientado la elaboración de fabulosos planes a partir de concienzudos estudios e idilios bibliográficos y que, las más de las veces, no han tenido la experiencia de vivir ninguno en su desarrollo, seguimiento, control o evaluación.

Entre unos y otros, ya sea echándole la culpa a la licuefacción del tiempo y a la conveniencia de entonar un carpe diem en formato de gestión de proyectos inmediatos, ya sea defendiendo la ortodoxia e inmortalidad de un método frente a herejías indignadas, desnaturalizadas e ignorantes, se vierten regueros de tinta perdiéndose entre sus líneas la verdadera naturaleza de la Planificación.

Y es que Planificar no es hacer DAFOS, construir misiones o formular visiones y objetivos de todo tipo y tamaño. Planificar es tan sólo trazar un rumbo entre el punto en el que nos encontramos ahora y una meta a la que queremos llegar, a sabiendas de que podemos cambiar de opinión respecto a nuestro punto de destino a lo largo de la navegación y de que surgirán aspectos inimaginables desde el punto del cual partimos que dificultaran nuestro propósito. Teniendo en cuenta esto, cualquier manera que permita trazar esta hoja de ruta y gestionar futuros cambios e incidencias no tan sólo es válida sino que es conveniente para gobernar el cambio hacia alguna parte.

Pero lo realmente importante en cualquier proceso de Planificación, plantéese como se plantee, es justamente aquello a lo que se dedica menos tiempo o, como mucho, una pasada superficial y frívola, que no es otra cosa que la construcción de esta meta, de ese punto de llegada a partir del que edificar todo el andamiaje de un Plan. La construcción de una ilusión por la que cambiar y que realmente motive a analizar, seguir y controlar, no tanto para obedecer un proceso estándar y ordenado como para someter a todas aquellas variables que puedan incidir en el deseo formulado.

El punto débil de la Planificación se halla en la falta de tiempo e imaginación para desear otro modelo al que tender que no sea el lugar que ya se ocupa y en la impaciencia ejecutiva por formular objetivos, programar acciones, prever presupuestos y en ese ponerse a andar confiando que, mientras se camina, se sabrá a donde llegar. Que no es otra cosa que el propósito de dirigirse a donde irremediablemente se va y, claro, para un viaje de este tipo no se requieren muchas alforjas…
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Quo Vadis: [Lat.] ¿A dónde vas?



jueves, 11 de agosto de 2011

Aburrimiento

De pequeño me gustaba, como a casi todos los niños, correr. De hecho, ahora que recuerdo, la mayoría de juegos, en el patio del colegio, incluían correr, pero, y eso es importante, no de una forma fondista, sino como una suma de pequeñas carreras donde ser veloz y hábil driblando era fundamental para no ser eliminado.

Debía tener doce años la primera vez que me vi involucrado en algo parecido a una maratón y recuerdo como si fuera hoy cómo el espíritu animoso y juguetón que me acompañaba a la salida fue siendo progresivamente substituido por todo tipo de pensamientos provocados por el cúmulo de sensaciones que estaba experimentando, destacando entre todas ellas, aquella desagradable sensación de ahogo, como de estar quemándoseme el aire en los mismos pulmones que, a su vez, me remitía continuamente a la solidez de mi compromiso con aquel evento mientras mi rígida educación me reñía por mi veleidad y me impelía a acabar lo que había empezado [desde con un plato de comida hasta con aquella absurda competición]. Total que, mientras trotaba ya sin ninguna convicción ni entusiasmo, decidí no volver a participar en ninguna otra carrera que implicara tamaño debate conmigo mismo y que no pudiera ser solucionada con un rápido sprint.

Aunque alguna vez me he descubierto admirando desde a aquellas personas que parecen ser capaces de correr eternamente sobre la cinta en el gimnasio hasta aquellas otras que son capaces de encajar toda su vida en un proyecto, normalmente, y con la excepción aprendida de los procesos de formación, intento evitar aquellas actividades demasiado largas que exigen que contenga el torrente diverso, multicolor e inclasificable de ideas que invadiría y arrasaría de manera devastadora la llanura de mi pensamiento, llevándose consigo el frágil mantra con el que debo recordarme el objetivo que persigo.

Ahora que ya tengo unos años, sé que mi falta de vocación para objetivos que impliquen una dedicación de mi tiempo excesivamente larga se debe a varias causas entre las cuales podría destacar, por un lado, la acidez que me sobreviene al tener que recurrir a la manida táctica del compromiso establecido con lo andado para seguir avanzando que, para entendernos, viene a ser el caso del ex fumador que recurre al tiempo que lleva sin fumar para seguir sin hacerlo. Un mecanismo éste que sugiere la sospecha en torno a la vaporosidad inherente a muchos retos y que los convierte en dudosas fuentes de motivación continua.

Y por el otro, el aburrimiento al que me somete el diálogo que he de mantener conmigo mismo propio de actividades que requieren, como en aquella maratón, que revise los recursos de los que dispongo y me dote de argumentos para justificar que el tiempo que podría dedicar a una diversidad interesante de cosas vale la pena ser olvidado por aquello que me mantiene ocupado. Aspecto éste en el que realmente nunca he creído y que si no fuera por el sentido del compromiso que requieren ciertos temas y que me grabaron a fuego desde niño, ya me hubiera demostrado.



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La imagen corresponde a Tres niños corriendo de Salvador Pérez Bassols.



lunes, 1 de agosto de 2011

Actividad y algunas impresiones sueltas


Este post tiene dos objetivos, por un lado está el de dar a conocer simple y llanamente a qué he dedicado esta parte del año y así despejar aquellas posibles dudas sobre en qué invierto mi tiempo y en qué se concreta exactamente mi actividad profesional como consultor. Y por el otro, el de compartir impresiones que se añaden a la reflexión que mantengo de manera perenne sobre repensar la [¿mi?] consultoría a partir de las variables que me asaltan en la arena del día a día profesional.

Así pues, en estos siete meses he llevado a cabo tres proyectos relacionados con la mejora de la comunicación interna, dos de ellos consistentes en la elaboración de un sistema de comunicación y el asesoramiento para su desarrollo y seguimiento y el otro relacionado con crear mecanismos para implicar a los directivos y mandos intermedios en la mejora de la comunicación interna de su organización. Casi en la misma línea de trabajo, he realizado un asesoramiento para la elaboración del modelo de acogida e integración de las personas a una de estas organizaciones.

También he tenido oportunidad de re-encontrarme después de muchos años con los servicios públicos de empleo, dando apoyo y dinamizando a un equipo de proyecto que tenía por objetivo elaborar un sistema de segmentación de usuarios basado en competencias para ser aplicado a procesos de orientación laboral.

En mi línea de trabajo más habitual he conducido los procesos de elaboración de un Plan Director y la revisión de dos planes estratégicos y he llevado a cabo de manera regular el asesoramiento mensual a un equipo directivo en el enfoque de sus funciones para el desarrollo de sus competencias directivas.

La renovación y simplificación de un directorio general de competencias profesionales sería el colofón a la actividad de consultoría desarrollada hasta el momento.

Por lo que respecta a la formación he llevado a cabo media docena de acciones dirigidas a realizar el análisis y reflexión sobre la dirección y el liderazgo en el momento actual, dos talleres de comunicación de proyectos en entornos profesionales, un taller sobre gestión del conflicto en entornos hospitalarios orientado a mandos intermedios, y dos acciones dirigidas al análisis y elaboración de competencias para directiv@s y responsables de recursos humanos de administraciones públicas locales. También he dado una pequeña ponencia sobre cómo enfocar las relaciones de cooperación inter-empresarial y he tenido la oportunidad de ordenar mi práctica profesional y exponer mi punto de vista sobre los aspectos a tener en cuenta para el desarrollo de la consultoría en un par de charlas.

Para la segunda parte del año tengo previsto dar soporte al equipo político y directivo de un Ayuntamiento en la elaboración del Plan de Gobierno de su ciudad. Y es muy posible que tenga la oportunidad de participar en la elaboración de un proyecto de participación ciudadana basado en el uso de herramientas digitales. Dos oportunidades estas de las que seguro que aprenderé y me permitirán adentrarme en la frondosidad de este modelo de consultoría en el que estoy trabajando. También tengo previsto para este segundo semestre formaciones varias entre las que se encuentran volver a Euskadi para seguir hablando sobre liderazgo.

Así pues, lo que parecía que iba a ser un año duro y baldío está siendo, contra todo pronóstico, productivo y muy fértil. De alguna manera parece confirmarse que el desarrollo de una consultoría de proximidad permite maniobrar y situarse, conjuntamente con quien se colabora, más en el lado de las posibilidades que en el del miedo estéril y paralizante… Siempre hay algo por hacer…

Comentaba no hace mucho en la página de una buena colega que, coincidiendo con este cambio maravilloso en la concepción de las organizaciones, y en el verdadero papel que en él jugamos las personas, que nos ha traído este momento actual de crisis, realmente la mayoría de consultores que trabajaban con una pauta aprendida, o con un stock de soluciones prediseñadas, han entrado más o menos lentamente en un proceso de crisis con aroma a debacle del Jurásico.

Yo mismo me he visto abandonando durante los últimos tres años la confianza en contenidos, métodos y técnicas que constituían mi acervo metodológico y conceptual a lo largo de toda mi experiencia como consultor. Aún así, actualmente, me siento mucho más seguro en el desempeño de mi oficio ya que, en este proceso de revisión técnica y conceptual, me ha quedado absolutamente claro que, para hacer frente a las nuevas demandas en materia de consultoría, he de liberarme del lastre de consultoría industrial y de consultolabia de años para aplicar rigurosamente un proceso aparentemente sencillo consistente en escuchar, hacer esquemas, sacar conclusiones, establecer criterios y proponer sistematización y método partiendo de dos aspectos clave: Estar re[d]lacionado, esto es, en oportunidad de escuchar las sirenas y voces que orientan la navegación en el nebuloso mar de incertidumbre actual, y hacer jugar al cliente un papel activo en la solución de sus propios problemas o en la toma de decisiones ante sus propios dilemas.