Dijo Yavé: ¡Hágase la luz! Y, por decirlo, ¡va la luz y se hace! Y es que desde los mitos sobre la creación, pasando por el abracadabra y el supercalifragislisticoespialidoso, hasta terminar en El Mago de Terramar de Ursula K. Le Guin, donde la magia se basa en saber el nombre “real” de las cosas [obra que parece recoger la realidad de algunos pueblos primitivos donde uno sólo confesaba su nombre real como prueba de irrefutable amistad], la magia y la palabra van indisociablemente unidas…
Como bien decía Oscar Wilde, la palabra es la verdadera creadora de realidades, como si nada que no pudiéramos denominar existiera, o como si todo aquello que nombramos tuviera patente de realidad, aunque no lo podamos percibir directamente. Y ahí tenemos a las partículas subatómicas, los aromas y tantas otras sensaciones, tan reales como la pantalla de este ordenador que tengo delante, sólo si se formulan las palabras adecuadas, en el momento oportuno…
¿Puede hacerse alguien a la idea de la magia sin un conjuro, un hechizo o un encantamiento, aunque sea mediante el pase silencioso y melódico de un gesto cargado de simbolismo… palabra al fin y al cabo?
Pero la magia de la palabra no se produce tan sólo por hablar, o por hablar mucho, o quizás… [ahora que lo digo] se produce siempre, pudiendo ser el encantamiento vivificante o, por el contrario, de indiferencia o paralizante.
No paro de escuchar a expertos [¿expertos?], o leer artículos que hablan sobre motivación o liderazgo, que inciden sobre la importancia, metodología y técnica de la comunicación, donde jamás se incide en la importancia de dotar a la palabra de un espíritu que migre buscando, en las personas, huéspedes donde anidar y hacer germinar motivos e ilusiones. Una palabra anhelada que despierte realmente el interés de ser escuchada…
Y un profundo desasosiego me inunda ante tanto aprendiz de mago [¿aprendiz?... si al menos lo fueran…] que lanza por doquier palabrería organizativa, directiva o de consultoría, pedante o descuidada y, en definitiva, carente de sencillez y de aquella magia capaz de despertar voluntades, compromisos o de in[con]vocar al mago que tod@s llevamos dentro.
Y ahí estamos, esclavizados en esta dudosa falta de tiempo que nos inhibe hasta de escoger la palabra adecuada, aquella capaz de desvelar en los corazones sensaciones y emociones mucho más fuertes y tan reales como el mejor y más caro de los incentivos, invirtiendo recursos en articular mecanismos estériles que a nada llevan cuando tan sólo, buscando la palabra adecuada, podríamos crear mundos en los que realmente querer vivir.