viernes, 29 de abril de 2016

El vacío necesario

Periodo de práctica laboral ininterrumpida. Los proyectos se siguen y se encadenan sin apenas espacio para pensar en lo que estoy haciendo, para cristalizar impresiones, para conversar y convertir en conocimiento las sensaciones e ideas que se desprenden de las diversas experiencias a las que estoy expuesto.

Seguro que está sucediendo, pero no tengo la sensación vívida de estar aprendiendo. Falta espacio para revisar las anotaciones que voy recogiendo. Para desarrollarlas hasta destilar de ellas el principio activo de esa revelación que me inspire a moldear la masa de barro con la que concibo mi conocimiento experto, el cual sólo adquiere una forma comprensible bajo la atenta supervisión de mi mirada.

No tengo tiempo de mirar. El ocio se ha convertido en tiempo robado y temo que la paciente espera de mi intimidad sospeche de si alguna vez voy a acudir realmente a esa cita.

En este contexto y como hecha a medida me llega, como una revelación, la aportación que me hizo mi buen amigo Iago.

Iago me comentó que explicando el sentido de la pausa en sus películas, el director de cine de animación Hayao Miyazaqui decía que en japonés existe una palabra para definirlo, “ma”, el vacío y que está ahí a propósito. Para ejemplificarlo, Miyazaki aplaudía lentamente: “El espacio entre cada palmada es ma. Si tienes acción sin parar, sin tiempo para respirar, no consigues más que un lío. Pero si haces una pausa, la tensión que creas va tomando una nueva dimensión”.

Y veo la necesidad de abrir este espacio entre cosa y cosa, un vacío que no conlleva ni mucho ni poco tiempo, sólo el necesario para separar las diferentes acciones en las que se desgrana el día. Puede ser un momento de quietud, una respiración pausada y contemplativa del entorno.

Un punto de silencio, que como en la música, separe las frases y permita al violinista recuperar arco para poder ejecutar, detenidamente, una nueva melodía, desde el talón hasta la punta.

Un espacio que singularice y le dé carácter y sentido propio a cada cosa que sucede. Un espacio ocupado de vacío, un vacío necesario.

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Sobre la imagen: En música el silencio se considera como una nota que no se ejecuta y como tal también tiene su duración. La imagen corresponde a la figura musical con la que se indica un silencio de negra.




miércoles, 6 de abril de 2016

La paradoja de la transparencia

Lo que perseguimos puede que no sea lo que realmente necesitamos y lo que necesitamos no es siempre lo que más nos conviene.

Un ejemplo de lo primero lo tenemos en el afán de individualizarnos de la colectividad, en este progresar hacia la creación de ecosistemas singulares que conviertan cualquier presencia que no sea la propia en una alteridad que amenaza la valiosa intimidad con la que preferimos vivir nuestra preciada compañía.

Las posibilidades de individualización que nos inspira el vertiginoso avance tecnológico el cual puede llevar el aislamiento hasta el absurdo; la obsesión por el contagio y el peligro potencialmente contaminante que conlleva el contacto físico con otras personas; el ascenso simbólico en la escala social que supone satisfacer cualquier necesidad de manera individual, al margen de lo colectivo; todo ello es totalmente contrario a esa necesidad de muscular el trabajo colaborativo, a ese compartir, implicarnos y diluirnos en redes inteligentes que nos permitan construir y abordar colectivamente los importantes retos que se están planteando en nuestro entorno. Retos que no sólo se encuentran en el ámbito de lo organizativo sino que se hallan en la vida en comunidad y que exigen más que nunca y de manera urgente del contacto, la solidaridad y de la cooperación.

Perseguir la individualización a la vez que proclamar la necesidad de potenciar la colaboración, [algo que algunos ven posible y defienden en el plano teórico] en la práctica, se traduce en la fagocitosis de lo uno por lo otro. Mal que nos pese, aquello que ha de remontar la inercia del progreso y de los mercados es quien siempre lleva las de perder. Es lícito pues, preguntarse hasta qué punto el avance en la individualización frena y bloquea subrepticiamente esta necesidad de potenciar el contacto y la colaboración.

Otro ejemplo lo tenemos en el ascenso espumoso y en el engaste que está teniendo en nuestra manera de relacionarnos el concepto de transparencia.

No hay ninguna duda sobre los determinantes que han llevado este término a los principales titulares de los medios de comunicación, al discurso político, el institucional e incluso, quizás como resultado de todo ello, a la ética del management. La sobre estimulación informativa y la consecuente y súbita visión adquirida por la sociedad justifica de sobras esta exigencia de nitidez ante tanta opacidad sospechosa.

Pero la transparencia se ha instalado como algo más que como un factor higiénico en cualquier relación o en un derecho que legitime las decisiones que se toman desde la verticalidad de nuestras estructuras sociales.


La transparencia se ha alojado en el discurso de quien pide confianza cuando, paradójicamente, se trata de un dispositivo basado justamente en lo contrario, en la sospecha y en la desconfianza como los son los relojes de fichar o las cámaras en un supermercado.

Dicho de otra manera, la transparencia como condicionante de la relación no deja espacio para la confianza porque ésta ya no es necesaria cuando exige, para existir, estar refrendada. Cuando la transparencia es la condición de poco sirve la palabra dada.

A esto se le añade que, al ser la duda el principio activo de la desconfianza, ésta actúa como un ácido, corroyendo todo aquello con lo que entra en contacto y sospechándose inevitablemente de la nitidez de cualquiera de las declaraciones de transparencia que tanto abundan actualmente. Por lo que sabemos, la desconfianza no tiene capacidad para generar nada que no sea precaución, recelo y más desconfianza.

Ante esto, cabe preguntarse también hasta qué punto, este protagonismo sobreactuado que está adquiriendo la “transparencia” en todos los ámbitos y elevada, en muchas organizaciones, a la categoría de valor o de rasgo distintivo, es compatible con la confianza basal que tanto necesitamos reconstruir, en la que se apoya el compromiso de las personas y, en definitiva, la transformación de las relaciones que queremos impulsar en nuestros entornos de trabajo.

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En las fotografías, mármoles velados:

> La Pudicizia, Antonio Corradini [1688-1752]
> La virgen con velo Giovanni Strazza [1818-1875]