Le llamo experiencia portal a aquella que ha supuesto un antes y un después, una inmersión bautismal y un emerger en algo nuevo e íntimo que me ha situado en otro plano de vida, que me ha llevado, literalmente, a otra pantalla existencial desde la que observo el mundo con un punto de vista renovado.
Cualquier experiencia significativa o memorable no es, necesariamente, una experiencia portal, tampoco tienen porqué serlo aquellas que aportan nuevos conocimientos o que nos conmueven por ser especialmente felices o dolorosas. La novedad, la significación, la felicidad, el dolor o lo grande, importante o trascendental de un acontecimiento no le confieren, a la experiencia, su condición de “portal”.
Esta condición, la de portal, le viene más bien dada por sintonizar con el momento evolutivo de la persona, por coincidir oportunamente en el mismo tiempo y espacio, permitiéndole transitar a otro plano totalmente distinto y preñado de nuevas y estimulantes posibilidades, de ahí que las experiencias portal para una persona no lo sean, en cambio, para otras, siempre se trata de algo íntimo y, las más de las veces, intransferible.
La importancia de la experiencia portal no ha de llevar a pensar que sólo sea capaz de producirla algo asombroso o excepcional. Claro que son momentos muy raros y extraordinarios, pero suele ser algo que encaja perfectamente en nuestro devenir diario y que sucede de manera espontánea, sin buscarlo especialmente, o al menos, sin ser conscientes de estar haciéndolo.
En mi caso, este concepto nace a partir de la lectura, obras como Las Nieblas de Avalon de M.Z. Bradley, El Cuarteto de Alejandría de L. Durrell o el De Profundis de Wilde fueron, en su momento, verdaderas experiencias portal que cambiaron mi vida posterior adhiriéndose a mi mirada, a mi forma de pensar, dotándome de un nuevo orden simbólico que transformó el universo en el que vivía.
Pero, a lo largo de la vida, otras experiencias han tomado forma de portal en una conversación, un viaje, un paseo, una melodía, un sueño, un incidente, una enfermedad, una relación o la práctica del Zen, todas ellas han rasgado el telón de lo ordinario y previsible al que me encaminaba para cruzar un umbral, cerrar capítulos, cambiar mi percepción del mundo y actualizar mi ilusión por seguir en él.
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En la imagen, el Guadalquivir fluyendo hacia la niebla [los derechos de la fotografía son de Marta Domínguez].