Esta
pintura representa lo que podría ser una escena cotidiana en la que fue la Real
Fábrica de Tabacos de Sevilla, un edificio bellísimo e imponente convertido, actualmente,
en sede de la Universidad de Sevilla.
La Real Fábrica
de Tabacos llegó a dar trabajo a 6000 personas, albergando, inicialmente, a
unos 1900 trabajadores, la mayoría hombres, hasta que, a mediados del s.XIX, alguien cayó en la cuenta de que las mujeres
eran menos exigentes y más productivas, con lo que la mano de obra masculina
fue rápidamente sustituida por otra de femenina, tal y como lo recogió Gonzalo
Bilbao en esta pintura denominada “Las Cigarreras” y realizada
para la Exposición Nacional de Bellas Artes de Sevilla de 1915.
En la
imagen se describe la actividad en una “galera”, que es como se
denominaban a estas naves con filas de mesas en torno a las cuales se arracimaban
trabajadoras para “torcer” [enrollar] los cigarros, agruparlos en mazos
y guardarlos en cajas, tal y como se nos muestra sobre la primera mesa y en el
suelo, justo delante y detrás de la primera mujer de la derecha.
Su
independencia, la productividad, su valiosa aportación a la
necesitada economía familiar y su actitud resuelta ante la hegemonía de lo
masculino, confirió a las cigarreras de Sevilla un gran prestigio en la ciudad
dotando a la figura de una enorme potencia icónica que autores como Mérimée o Bizet no
supieron transferir al personaje de “Carmen” [una de estas cigarreras], optando
por obtener más rendimiento del tópico masculino sobre lo irresistible,
inestable, delirante y fatal que puede llegar a ser una mujer bella.
En la
pintura, la acción parece girar en torno de la figura central de la mujer que
amamanta a la criatura y en la cual convergen las miradas de regocijo cómplice
de sus compañeras; como para reforzar este aspecto, la imagen atrapa e incluye
a la joven con la cabeza cubierta de un pañuelo blanco que se halla a la
derecha de la imagen, sentada en la mesa de detrás, y en la que la distancia de
la escena la exime de cualquier expresión forzada exhibiendo una mirada curiosa
acompañada de una sonrisa espontánea, empática y sincera.
El total de la escena armoniza, con toda naturalidad, lo personal con lo laboral y lo individual con lo colectivo traduciéndose en un ambiente alegre y, a la vez, cálido sin que ello vaya en detrimento de la sensación de estar llevándose a cabo una actividad productiva dinámica y responsable.
El
conjunto evoca comunidad, conciliación, relación y arropo pero también,
dignidad, responsabilidad,
autoorganización y empoderamiento, todos ellos rasgos supuestamente pretendidos
en los entornos organizativos de hoy en día, de ahí, muy probablemente, las
fascinación hipnótica que despierta esta pintura desde una óptica como la
actual, tan sensible a detectar, como los hombres grises de Momo, cualquier
variable que atente contra una adecuada optimización del tiempo y suponga un perjuicio para la insaciable productividad o aprovechamiento que ha de dar
sentido a cualquier cosa que se haga.
De
hecho, todo lo que atañe a esta pintura, incluso el mismo acto de contemplarla,
tiene que ver con la vivencia del tiempo y con la riqueza inacabable de matices
humanos que aporta la atemporalidad de vivir un instante, en concreto del
que emana de esta escena central y que nos arroja, en palabras de Luciano
Concheiro fuera del devenir, trastocando
el estado de las cosas, donde la linealidad y la sucesión desaparecen; tal
y como ocurre en este instante enquistado en la actividad fabril que
recrea el resto de la pintura, como situado entre los paréntesis formados por la
mujer joven de la izquierda, la que está en el suelo mojando las hojas de
tabaco, y el resto de mesas que se pierden a lo largo de la galera, ajenas al
motivo central del cuadro.
Contemplar
Las Cigarreras, es desear para nosotros y nuestro día a día la vitalidad e
inmensidad de tiempo que se halla en el instante que recoge esta pintura,
por esto puede ser considerada una obra “portal”, ya que nos traslada a
otro marco, difícil de describir pero que se anhela enormemente y en el que,
con toda probabilidad, anida nuestra esperanza ante la posibilidad del cambio
organizativo y de modelos de trabajo que tanto ansiamos.
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Epílogo
Curiosamente,
1915 también fue el año en el que falleció F.W. Taylor, el padre de la división
del trabajo, la producción en cadena, el control y demás lindezas que
caracterizan el modelo de producción que hoy consideramos tan normal.
Esta nueva
manera de organizar el trabajo llegó también a la Real Fábrica de Tabacos la cual,
un año después de esta pintura, en 1916, aumentó la mecanización de la
producción e introdujo métodos de control sobre la productividad de las
personas que chocaron frontalmente con la cultura organizativa que había hasta
entonces.
La libertad
y empoderamiento que gozaban las trabajadoras ya debían ser difíciles de
digerir en aquel momento donde la necesidad constante de la presencia de la
mujer en el ecosistema familiar y la estratificación social eran todavía más acusadas
que hoy en día y donde la picaresca y un
ambiente abierto podían poner algo de solución a muchísimas de las carencias a
las que se veían sometidas aquellas existencias humildes, de hecho, se
dice que la flexibilidad de la que gozaban las trabajadoras convivía con controles
a la entrada y a la salida y la existencia de una pequeña prisión dentro de la fábrica.
Però, la llegada de la modernidad con sus promesas productivas
y de progreso, fue el principio del fin y no tan sólo de todo lo que se
desprende de esta pintura, sino de lo que fue la misma Real Fábrica de Tabacos
antes de desaparecer, definitivamente, como tal.
No
parece que hayamos aprendido mucho de todo ello.