Existe la anécdota de aquel niño que, observando a su padre mientras esculpía la figura de un caballo le preguntó cómo sabía que había un caballo en aquel bloque de piedra.
La historia arranca una sonrisa por su punto imaginativo y la contraposición a otro punto de vista, quizás más corriente, que consiste en ver la escultura como el proceso mediante el cual, se le da forma a un bloque de piedra a partir de la idea que quiere plasmar en ella el escultor o la escultora.
Como en tantas otras cosas, en caso de hacerlo, no se trata de escoger entre una aproximación u otra sino que ambos puntos de vista pueden ser válidos dependiendo del propósito de quien esculpe que puede ser el hacer emerger la forma de la piedra o bien el de reducir la piedra a una forma.
Utilizaré esta analogía para reflexionar sobre la creación de conocimiento en nuestras organizaciones a partir de una idea muy obvia pero no por ello carente de interés: la concepción que de las personas tienen las propias personas determina la actitud de estas hacia sus semejantes y explica el posible resultado de cualquier interacción.
En diversas situaciones, ya tengan estas una finalidad de aprendizaje o persigan la transferencia o creación de conocimiento, el enfoque está absolutamente determinado por las creencias que se tienen sobre las personas y su dinámica mental.
Cuando se trata de aprendizaje, quizás la concepción más conocida sea la de la persona vista como un recipiente más o menos vacío, dependiendo de factores diversos -normalmente académicos- y susceptible de ser completada vertiéndole más conocimiento externo por parte de alguien que sabe lo que ella no sabe.
Es un punto de vista que puede tener sentido cuando se trata de transferir un conocimiento nuevo de una persona a otra, pero cuando este enfoque deviene paradigma, explica fenómenos como la inercia a la que está abocada la formación más clásica, donde la fuente de conocimiento es siempre externa y el deber de quien aprende es prestar atención para poder asimilar aquello que se está impartiendo. O la pérdida constante, en nuestras organizaciones, de todo aquel saber que probablemente la persona no sabe que sabe por no haber tenido la oportunidad de explicitarlo transformándolo en conocimiento.
Porque hay otra concepción que se basa justamente en esta última idea, en que la persona, debido a multitud de factores que impactan en ella permanentemente, sabe más de lo que cree saber y que, al igual que ocurría con la anécdota de la escultura y el niño, muchas veces, de lo que se trata es de conjurar este saber desde la misma persona para que, al explicitarlo, lo transforme en conocimiento y facilitar que pueda aprender de sí misma.
A diferencia de la anterior, esta perspectiva sitúa la fuente de conocimiento en quien aprende y es especialmente interesante cuando se trata de articular mecanismos para poner en valor el conocimiento o para facilitar el aprendizaje de todas aquellas competencias profesionales de tipo transversal, de eficacia personal o relacionadas con la interrelación entre las personas.
Pero la capacidad de maniobrar entre estas dos concepciones depende, básicamente, del concepto que se tenga del ser humano ya que este determina las expectativas que se depositan sobre las personas y, en consecuencia, la manera escogida para relacionarse con ellas.
No podemos esperar iniciativas de participación sinceras o confianza en la potencia del trabajo colaborativo como herramienta para amplificar la inteligencia por parte de aquellas personas que, más o menos conscientemente, ignoran, no tienen en cuenta o no valoran lo suficiente el currículo cognitivo-experiencial que posee cualquier persona por el mero hecho de estar viva y conectada a una misma cultura profesional o social.
Esta es la razón por la que, junto al desarrollo metodológico y tecnológico que supone la Revolución del Conocimiento en nuestras organizaciones, es del todo necesario invertir recursos y esfuerzos en revisar y alinear el sistema de creencias y los valores de todos los profesionales que han de liderar, impulsar y dar forma a esta Revolución con la necesidad de suprimir los Egos para ceder más espacio a las personas.
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Las obras con las que ilustro este artículo buscan trasladar a la imagen aspectos relacionados con “dar” o “recibir”:
- La primera imagen corresponde a Danaides de John William Waterhouse [1903]
- La segunda es de Sally Storch [1952]
Necesidad de suprimir los egos para dar espacio a las personas...
ResponderEliminarMe quedo con esta frase, porque si consiguiéramos llevarla a la practica, cuanto se conseguiría en esto del trabajo colaborativo, en la transmisión de conocimiento, en las relaciones personales, ....
Gracias, Manel, por compartir.
El Ego no tan solo ocupa demasiado espacio y, de quitarlo de en medio, cabrían las personas, sino que, a todas luces, demanda mucha atención propia y es costosísimo de mantener. No merece la pena dedicarle una Vida…
EliminarY sí, reducir su tamaño es condición sine qua non para articular cualquier tipo de iniciativa colaborativa. Ahí hay uno de los retos más difíciles y a los que se dedica menos tiempo…
Gracias a ti por contribuir a enriquecer este espacio, Bienvenida.
La conjuración del conocimiento pasa necesariamente por la conversación en la que la narración haga aflorar lo que no sabíamos que sabemos y en la que la escucha dé relieve a ese conocimiento. Crear esos espacios de confianza, de relación, de respeto, de tolerancia, de atención en los que la organización sea capaz de atreverse a escuchar algo diferente al discurso habitual o a lo que quiere oír y en los que los integrantes puedan usar la palabra con libertad. Tan fácil y tan poco frecuente.
ResponderEliminarUna abraçada, Manel. M'encanta llegir-te.
Supongo que habrá el filosofo o filósofa que haya explicado el por qué lo fácil, invariablemente, es siempre muy difícil.
EliminarEstos espacios requieren de una organización con poco miedo y confianza en las personas, el control es un corsé que le permite lucir una bonita silueta a la organización pero que ahoga las conversaciones.
Hay otro tema y es el de que la colaboración pone al Otro en el primer plano de cada uno y, en muchas organizaciones [y en el conjunto de la sociedad] lo importante continua siendo ser Único en el plano del Otro. Difícil ser colaborativo o compartir conocimiento cuando el valor es ser competitivo…
El placer es leerte a ti, Elena.