Hace unos cuantos años, cuando propusimos la franqueza como uno de los valores que debía caracterizar nuestro modelo de consultoría, algunos pensábamos que se trataba realmente de un rasgo distintivo frente a la oferta común, en general más opaca y orientada a los propios intereses de los profesionales.
Ahora creo que a veces nos dejamos llevar por tópicos y prejuicios sociales, aunque no correlacionen con nuestra experiencia o, incluso, tengamos evidencias de lo contrario. Personalmente han pasado años hasta que me ha salido espontáneamente el afirmar que lo que abunda realmente es la gente honesta o que por norma las personas se comportan de manera responsable en sus puestos de trabajo, que cada cual intenta hacerlo tal y como sabe hacerlo, que nadie se ve a sí mismo como un palo en una rueda.
Es más, ahora creo que este es el punto desde el que hay que partir siempre, si se pretende avanzar en cualquier proyecto de desarrollo organizativo y, en general, en cualquier faceta de la vida. ¿Qué siempre hay alguien que no sigue este canon? Seguro, en alguna parte, pero es poco probable y no es tan frecuente como para crear una cultura paranoica donde se vaya desconfiando por defecto, es demasiado cansado y totalmente innecesario.
Con la consultoría sucede los mismo, continuas asociaciones a la “venta de humo” o al “recorta y pega” han creado un tópico que, como todos los estereotipos, se exhiben incluso al margen de la experiencia de quien los difunde y convergen en una visión extractiva de la profesión, en la que se pinta al consultor como alguien que, al final, lo que busca es umbilicarse a la organización para subsistir a costa de ella, al margen de sus necesidades reales.
Pero, desde mi experiencia, la gran mayoría de aquellos profesionales de la consultoría que he conocido o de los que he podido ver su trabajo y al margen de que coincida o no con ellos en aspectos metodológicos o de foco, éticamente no se ajustan en absoluto a este cliché, sino que se esfuerzan por hacerlo bien y se sienten tan profesionales como el que más, tan sólo que, como sucede en todas aquellas profesiones que no venden productos concretos sino que ofrecen servicios intangibles, la calidad de su trabajo está totalmente subordinada a aspectos subjetivos relacionados con la percepción del cliente y ya se sabe que, “para gustos hay colores”.
Pero, es posible que, hace unos años, algunos como yo mismo, todavía pensábamos en blanco y negro, en buenos y malos y, más o menos conscientemente, nos hicimos eco de esta fama, asumimos el tópico y creímos necesario presentarnos con un rasgo con el que nos identificábamos para distinguir un tipo consultoría sincera y confiable que, analizando las necesidades del cliente y valorando la viabilidad y utilidad del potencial proyecto, anteponía su conveniencia a la posibilidad de generar negocio.
Por eso, cabe preguntarse si la franqueza es un valor distintivo en consultoría. Si realmente podemos hablar de una consultoría franca y de otra que no lo es, como si fueran dos opciones que ocupan un mismo mercado.
Ya digo que, personalmente, creo que no, que como con todo hay buenos profesionales y profesionales cuyas intenciones son éticamente sospechosas, que seguro que de haberlos haylos pero, como decía hace un momento, en mi entorno no he conocido a nadie que no se esmere en ofrecer una solución a las demandas que recibe, no tanto para poder vivir de su trabajo [que también] como por la voluntad de dar respuesta y permanecer activo en su entorno profesional.
Otra pregunta que me formulo es la de si la franqueza ¿es realmente un valor “valioso” a tener en cuenta en el ámbito de la consultoría? Es decir, algo que sea reconocido explícitamente, que comporte un salto cuantitativo y cualitativo para quien la ejerce por cómo impacta en su trabajo.
Me imagino que ante esta pregunta lo primero que sale es decir que “¡claro! ¿Cómo no iba a ser la franqueza un valor en cualquier parte? Que cómo puede haber alguien que no exija franqueza de cualquier relación, sea esta profesional o no y, consecuentemente, la valore en su justa medida”. Y muy posiblemente sea cierto, que la franqueza es una exigencia en cualquier transacción y que, en el plano racional, es difícil encontrar o hacerse a la idea de lo contrario.
No obstante, en un plano más vivencial, mi experiencia me dice que no siempre es así, en la vida en general y, por lo tanto, también en la consultoría, no siempre apetece que alguien exprese lo que piensa o siente con sinceridad y claridad si lo que va a decir no está alineado con solucionar la demanda en los términos o según los criterios que se exigen, así pues, una respuesta franca a determinadas demandas de un planteamiento que se sospecha éticamente dudoso, que se creen que están mal enfocadas o que técnicamente son imposibles [que las hay] puede que no sean siempre bien recibidas, generen frustración y la carga de agresividad consecuente impacte más o menos en la imagen del consultor.
Además, mal que nos pese, entre pragmatismos y cientifismos, convive el pensamiento mágico a partir del cual, ante una demanda imposible, existe la esperanza de que alguien te digan que SÍ y que la persona se lo crea porqué sí, simplemente porque necesita creérselo, aunque sea por dejar de preocuparse por haber traspasado y desprendido del problema.
Tal y cómo lo planteo, quizás parezca que, por un motivo u otro no esté de acuerdo en incluir la franqueza entre los valores de la consultoría, pero no es así, hoy por hoy continúo creyendo que la franqueza es un gran valor en la medida en que se sea capaz de hacer que esta franqueza sea, en sí misma, una respuesta útil para el cliente en el marco de la relación de consultoría.
De este modo, una respuesta franca que integre los elementos claves que determinan la percepción del profesional puede contribuir a reenfocar el problema o la necesidad y por ello puede ser, en sí misma, una respuesta a la demanda además de una magnífica oportunidad de fortalecer la relación. De hecho, esta es la razón por la que todavía suscribiría la franqueza como un valor para el cliente.
Pero donde la franqueza aporta aun mucho mas valor es al profesional de la consultoría, ya que la sinceridad puede despertar todo tipo de emociones en la otra persona, pero lo que es seguro es que, el efecto en uno mismo, siempre es liberador por ser clave para no acabar comprometiéndose con aquello que no acaba de convencer, algo que tarde o temprano suele agradecerse.
También abre una magnífica oportunidad para definir el propio espacio haciendo explícito nuestro punto de vista y permitiendo reafirmarnos en nuestros valores, nuestro enfoque, nuestras capacidades o nuestras condiciones para establecer una relación de colaboración, vaya que permite visibilizar aquellos rasgos con los que queremos que nos asocien y facilitar el tránsito de lo que podría ser una relación servicial a lo que debe ser la consultoría: una relación de servicio.
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- Este artículo, forma parte de los post de presentación de la Red de Consultoría Artesana [REDCA] y fué primeramente publicado en el espacio web de esta red profesional.
- Buscando imágenes relacionadas con la sinceridad he encontrado la primera imagen que lleva por título La Verdad saliendo de un pozo y la Mentira [Édouard Debat-Ponsan, 1898] me parece de un contenido simbólico impresionante.
- La segunda imagen es un detalle de los Jugadores de Cartas de Paul Cézanne[1890], por aquello de ocultar o poner las cartas sobre la mesa.
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