La creciente relevancia de las neurociencias en la actualidad tiene sus raíces en la década de 1990, conocida como la "Década del Cerebro" debido al esfuerzo internacional para profundizar en el conocimiento del cerebro humano y mejorar el tratamiento de las enfermedades neurológicas. Desde entonces, se han publicado multitud de ensayos y documentos dirigidos tanto al público especializado como a personas interesadas que no tienen formación específica en este campo.
Este
trabajo de divulgación ha dado lugar a que, hoy en día, el lenguaje neurológico
y las teorías sobre el funcionamiento cerebral se hayan vuelto familiares y se
empleen de manera habitual para explicar la vida mental y el comportamiento
humano. Además, el prefijo "neuro" ha sustituido al anterior
"bio" y se utiliza alegremente para definir o ampliar ámbitos de
conocimiento como la neuroética, la neuroeducación o el neuromarketing, por
citar algunos.
Sin
embargo, la expansión de este conocimiento también ha ido de la mano y se ha
visto afectada por fenómenos contemporáneos como la simplificación excesiva, la
fabulación y la pseudociencia. La falta de rigor en la interpretación de
trabajos científicos, la generalización, la psicología superficial y la
presentación de prácticas como si fueran científicas, pero sin el suficiente
respaldo metodológico, también forman parte activa de ese caudal de
neuroconocimiento que impregna nuestra vida cotidiana y profesional.
La falta
de profundización, el desconocimiento, la inercia, perseverar en afirmaciones
populares y la adaptación fantasiosa de la dinámica cerebral para validar y dar
cierto aire de cientifismo a algunos discursos y modelos profesionales
populares, son responsables de fijar conceptos erróneos que, en algunos casos,
se erigen como dogmas que disuaden de seguir indagando y actualizarse respecto
a qué es el cerebro y cómo contribuye a nuestra vida mental y social. Veamos
algunos de ellos.
HEMISFERIO
DERECHO Y HEMISFERIO IZQUIERDO
La
creencia de que los hemisferios cerebrales están estrictamente divididos en uno
lógico (el izquierdo) y otro creativo (el derecho) es un mito popular que
simplifica en exceso el conocimiento neurocientífico hasta llegar a
distorsionarlo. Este concepto se remonta a una interpretación errónea de los
estudios realizados en los años 60 con pacientes epilépticos a quienes se les
había practicado una sección del cuerpo calloso para impedir la propagación de
las convulsiones entre hemisferios. En esos experimentos, dirigidos por
profesionales como Roger Sperry o Michael Gazzaniga, se observó que ciertas funciones cognitivas
están lateralizadas, es decir, que tienden a concentrarse más en un hemisferio
que en otro. Por ejemplo, en la mayoría de las personas, el hemisferio
izquierdo está más involucrado en el lenguaje, mientras que el derecho suele
asociarse con la percepción espacial y el reconocimiento de patrones.
Sin
embargo, como señalaron estos autores, en tareas complejas se requiere la
cooperación de ambos hemisferios. No existe un hemisferio "que habla"
y otro "mudo"; el hemisferio derecho también desempeña un papel clave
en la interpretación de la entonación y el contexto emocional del discurso. La
cooperación es tal que, tras un traumatismo que afecta a una región específica
de un hemisferio, la plasticidad cerebral permite que el área homóloga del otro
hemisferio intente compensar la función perdida.
Sucede
lo mismo con la clásica afirmación de un hemisferio lógico y otro creativo.
Ambos hemisferios participan en todo tipo de procesos de manera integrada y no
tan compartimentada como suele describirse en cierta literatura. La
creatividad, por ejemplo, requiere tanto de la generación de ideas novedosas,
asociada al hemisferio derecho, como la capacidad de evaluarlas y organizarlas,
donde el hemisferio izquierdo juega un papel clave.
CEREBRO
RACIONAL Y CEREBRO EMOCIONAL
La
afirmación de que tenemos un "cerebro racional" y otro
"emocional" proviene principalmente de Paul MacLean en los años 70, quien dividió el cerebro en tres
partes superpuestas: el reptiliano relacionado con los instintos básicos, el sistema límbico
o diencéfalo responsable de las emociones y el neocórtex asociado con el
razonamiento. Sin embargo, esta división simplifica en exceso la complejidad de
los procesos cerebrales y ha sido cuestionada por la neurociencia moderna.
En
realidad, el cerebro no funciona de forma tan compartimentada. Las diferentes
áreas y estructuras cerebrales están interconectadas incidiendo íntimamente las
unas en las otras. Tal y como demostraron las investigaciones de Kahneman, las emociones influyen en nuestras decisiones racionales y nuestras
decisiones afectan a nuestras emociones. Nuestra vida cognitiva está sembrada
de sesgos, olvidos y recuerdos selectivos, así como de desvíos sistemáticos de
pensamiento que intervienen de manera determinante en nuestra toma de
decisiones y ponen de manifiesto la íntima interrelación entre razón y emoción.
De hecho, este fenómeno es uno más de los disparadores de la controversia
neuroética sobre la existencia del libre albedrío.
Antonio Damasio también ha desmentido esta dicotomía entre razón
y emoción. En su obra "El error de Descartes", Damasio argumenta que nuestras decisiones
racionales están profundamente influenciadas por procesos emocionales a través
de lo que él llama "marcadores somáticos". En lugar de centrarnos en
la clásica distinción entre cerebro racional y cerebro emocional, es más
preciso hablar de la interacción entre las zonas anterior y posterior del
cerebro. El lóbulo frontal, situado en la región anterior, se vincula con
las funciones ejecutivas que permiten la adaptación al medio y la resolución de
problemas, integrando diversas informaciones antes de tomar decisiones. Este lóbulo actúa como un dique que da una segunda
oportunidad conteniendo el proceso de toma de decisiones y permitiendo
considerar alternativas antes de actuar.
Más que
un predominio de la razón sobre la emoción, debiéramos referirnos pues, a la capacidad
de contención y espera que se ha desarrollado y que se posee para alinear
nuestras decisiones con nuestros intereses y no solo con los impulsos del
momento. Esta es, a mi entender, la gran lección que nos da tanto Damasio como
Kahneman.
ACTIVIDAD
CEREBRAL, MENTE Y CONSCIENCIA
A menudo
se habla de actividad cerebral, mente o consciencia como si fueran sinónimos
cuando, en realidad, son conceptos relacionados pero que conviene diferenciar.
La actividad
cerebral abarca los procesos físicos que ocurren en el cerebro: la relación
entre las neuronas y la interacción entre diferentes áreas cerebrales. Esta
actividad es la base fisiológica de nuestras funciones mentales y puede
medirse.
La mente
se refiere a la interpretación, el procesamiento y la organización de la
información a través de funciones cognitivas como el pensamiento, la memoria,
las emociones y la percepción. La mente no se limita a lo meramente
fisiológico, sino que conforma nuestra experiencia subjetiva. Utilizando una
metáfora muy gráfica, el conjunto de señales, vehículos, individuos, vías y
situaciones personales en movimiento serían el equivalente a la actividad
cerebral de una población. El tráfico sería la mente, es decir, la consecuencia
de todo lo anterior en interacción constante.
Finalmente,
la consciencia es la percepción que tenemos de nosotros mismos en
nuestro entorno. Es el estado en el que nos damos cuenta de lo que pensamos,
sentimos y experimentamos. No todas las funciones mentales son conscientes.
Existen procesos inconscientes que determinan en gran medida nuestras
decisiones y comportamientos. Este tema ha sido también explorado por Antonio
Damasio, quien en sus investigaciones sobre el "yo" y la consciencia
argumenta que estas experiencias surgen de la interacción compleja entre
diferentes niveles de actividad cerebral, tanto conscientes como inconscientes.
Hace más
de 30 años que la palabra "Alzheimer" dejó de ser un término
restringido al ámbito clínico para convertirse en la forma común con la que la
mayoría de las personas denominan cualquier estado de demencia. La
popularización de las neurociencias ha permitido que el conocimiento sobre la
dinámica del cerebro llegue a un público más amplio, pero no ha logrado escapar
de la tendencia a la simplificación y generalización, lo que genera
malentendidos y contribuye a propagar una versión distorsionada de la realidad
científica.
Comprender
la complejidad del cerebro y su influencia en la mente y la conducta requiere
un enfoque riguroso, actualizado y crítico que respete la riqueza de las
investigaciones contemporáneas, al tiempo que desafíe las nociones
simplificadas que aún persisten en nuestra cultura. Solo así podemos aspirar a
una comprensión auténtica de lo que significa ser humano. Este debería ser el
objetivo para quienes, desde distintos ámbitos como la psicoterapia, el
coaching o la consultoría, están profesionalmente vinculados a la neurociencia.
Esto es
lo que aprendí hace muchos años de Carmen Arasanz Latorre, pionera de la
neuropsicología en nuestro país, mi mentora y amiga, que ha fallecido
recientemente y a la que dedico este artículo con todo mi cariño y
agradecimiento.
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Foto de Amel Uzunovic