Una de
las hipótesis principales con las que enfoco mis intervenciones – y mi vida en
general – es que, como seres, formamos parte de un mismo ente. La metáfora que suelo
utilizar es que las personas somos a la Humanidad lo que las neuronas al
cerebro: unidades que encajamos en un tejido social interrelacionado donde
cada uno de nosotros recibe y aporta al conjunto. Así como las neuronas
contribuyen a la construcción de una consciencia y a nuestras decisiones como
individuos, la conexión entre cada persona en este tejido social contribuye a
una cultura compartida a lo largo del tiempo, que determina y condiciona
nuestra cognición y nos trasciende.
En
realidad, en mi hipótesis no estamos tan solo conectados entre los humanos,
sino que esta conexión alcanzaría a cualquier entidad o partícula que,
utilizando la terminología cuántica de John Henry Schwarz, vibre en el Universo. Pero, por el
momento voy a limitarme a la conexión entre humanos para poner foco en lo
importante del conjunto en la vida mental de cada individuo.
Esta
hipótesis sobre la interrelación y la importancia de lo colectivo está presente
en la narrativa contemporánea, pero paradójicamente choca con la mentalidad
pragmática, individualista y competitiva que sustenta el actual sistema de
estratificación social, producción y consumo. Un enfoque que pone al individuo
en el centro, atribuyendo los logros al líder en lugar de reconocer al equipo
en su conjunto [incluido el líder, por supuesto]. Este modelo, predominante en
muchas de nuestras organizaciones, está promoviendo a líderes autoproclamados,
pequeños reyezuelos, que creen que la inteligencia es directamente proporcional
al poder que poseen, y que ésta justifica el que puedan imponer su visión
privilegiada. Un modelo que ve la humildad como una palabra bonita, una virtud
secundaria, casi ingenua, que solo puede permitirse quien ya ha alcanzado el
éxito. ¿Realmente podemos prosperar
como personas sin la red de conexiones que nos sostiene? ¿Qué tipo
de toxina estamos liberando al priorizar el individualismo y el estrellato
sobre la colaboración?
Este
punto de vista está obsoleto y mantenerlo es una falacia. Ni para la especie,
ni para nada que no sean los intereses de algunos pocos, tiene algún sentido
este afán neoliberal individualista y competitivo, de superponernos u obviarnos
los unos a los otros. Los seres humanos estamos interconectados
indefectiblemente y esta conexión, lejos de ser superficial, constituye la
esencia de nuestra existencia y la base de nuestra cultura compartida. Ello
explica fenómenos muy concretos como el hecho de que el aislamiento sea un
mecanismo de tortura o que la soledad absoluta conduzca a la enajenación mental
si dura muchos años.
Afirmar,
como he hecho al principio, que esta hipótesis es mía, sería entrar en colisión
con el núcleo de la misma idea que estoy exponiendo. Las aportaciones de varios
pensadores y pensadoras inspiran o refuerzan esta visión que subraya la
importancia de lo colectivo en la actividad mental y en la formación de la
consciencia.
Ana
Carrasco, en su reciente ensayo sobre el impacto de la muerte en la colectividad, plantea que "somos
nuestros vivos y nuestros muertos, somos lo que incorporamos del otro".
Esta idea sugiere que nuestra identidad y existencia no son entidades aisladas,
sino que se construyen a través de nuestras relaciones y conexiones con los
demás. La muerte del otro no es simplemente una pérdida individual, sino un
evento que transforma a la comunidad entera, revelando la profundidad de
nuestra interdependencia.
Almudena
Hernando refuerza esta visión. Según Hernando, concebirnos al margen de la
comunidad es una fantasía, ya que dependemos de ella para todo lo que
necesitamos. Esta perspectiva destaca que nuestra percepción de ser individuos
autónomos es ilusoria; en realidad, nuestra identidad y bienestar están
inextricablemente ligados a la red social en la que estamos inmersos y que
muchas veces nos esforzamos en invisibilizar.
Steven
Johnson, en su obra " Las buenas ideas: Una historia natural de la
innovación", argumenta
que la innovación y la creatividad emergen más fácilmente en entornos abiertos
y colaborativos que en contextos aislados. Johnson sugiere que los entornos
colectivos son fundamentales para el desarrollo de ideas, ya que facilitan la
interacción y la diversidad de pensamientos. Esto respalda la idea de que
nuestra capacidad para pensar, crear y evolucionar no es un proceso solitario,
sino que se nutre de la colaboración y la interconexión con otros.
El
antropólogo Roger Bartra, señala que la influencia de la cultura en la que
estamos inmersos, en nuestra cognición y consciencia visibiliza esta
interrelación. Para él, la cultura no es solo un entramado externo al cerebro,
sino una extensión indispensable del mismo. Bartra sugiere que nuestra
evolución, desarrollo y cotidianeidad como seres humanos dependen de un
"exocerebro" cultural que alimenta nuestra cognición y moldea nuestra
consciencia. En otras palabras, lo que nos hace humanos no se limita a nuestro
cerebro físico, sino que incluye los símbolos, el lenguaje y las expresiones
culturales que compartimos con otros.
En la
misma línea, Robert
A. Wilson plantea que la consciencia es un proceso extendido, sostenido por
un andamiaje ambiental y cultural externo. Según Wilson, nuestra mente y
consciencia no son fenómenos privados confinados dentro de nuestras cabezas,
sino que están "empotrados" en un medio ambiente que las sostiene y
define. Como en Bartra, esta visión desafía la concepción tradicional de la
mente como una entidad aislada, proponiendo en cambio que nuestra comprensión
del mundo y de nosotros mismos está inextricablemente ligada al entorno
cultural en el que existimos.
También
sostiene que la comunicación no es solo un medio para expresar pensamientos
preexistentes, sino un proceso fundamental para la formación de nuestras ideas
y consciencia. Si no comunicáramos nuestros pensamientos, no podríamos
comprender plenamente lo que pensamos. Como seres humanos, no somos entidades
aisladas; somos seres hablantes que construimos nuestra identidad y nuestra
consciencia a través de la interacción constante con los demás.
Comprender
e integrar esta interdependencia es clave para tomar clara consciencia del lugar
que ocupamos y ser coherentes con el conjunto de la sociedad o del colectivo
con el que interaccionamos y con nuestras propias vidas. Cada vez que hablamos
con alguien, ya sea en una conversación cotidiana, en el marco de un diálogo
profesional, una negociación, exponiendo nuestro punto de vista en una reunión
o escribiendo un artículo o un libro dirigido a un público imaginario, activamos
una dinámica cognitiva que trasciende nuestra individualidad. Esta dinámica
integra elementos exocerebrales, como la cultura en la que estamos inmersos y
que se actualiza constantemente, así como las personas con las que
interactuamos, quienes, a través de su escucha y sus aportaciones, contribuyen
activamente a la creación de nuestro propio discurso.
Reconocer
y aceptar esta interdependencia es fundamental para construir comunidad y
fomentar un sentido de pertenencia genuino. Ahí hay una clave para avanzar
hacia un futuro en el que el bienestar individual esté en armonía con el
colectivo, donde la colaboración y la empatía se valoren tanto como el logro
personal, y donde el conocimiento sea un patrimonio compartido.
Muy bien traída esta reflexión, Manel. En tiempos en que "el ganador se lo lleva todo" no está de más volver a vernos dentro de algo que nos da sentido y que necesitamos para ser quienes somos. Lo de alrededor es nuestro y somos corresponsables.
ResponderEliminarCierto lo que dices, Julen, sobre lo que nos toca vivir. Gracias!
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