La gran mayoría de las reuniones que me encuentro en organizaciones son informativas; los diferentes planes de comunicación que caen en mis manos podrían llamarse perfectamente planes de información. Cuando me dicen vamos a hablar, me están diciendo exactamente vamos a que te hable. Continuamente se eleva una queja general de que no se me [o no se nos…] entiende y, si tardas un poco en contestar a una pregunta, se puede apreciar que muy poc@s esperan realmente una respuesta.
El mundo es un constante ruido al que muy poc@s prestan el debido interés como para darse cuenta siquiera de que existe, preocupad@s como están en sumar sus voces a las que ya están hablando.
Tanta necesidad hay de ser escuchados que a la hora de la verdad no hacemos más que hablar. Y eso que es sabido que por el simple hecho de que hables no significa ni garantiza que alguien te escuche. Más aún, es probable [por no decir, lo más probable] que la otra persona esté pensando en sus cosas, buscando una brecha en tu discurso o simplemente esperando a que te calles para hablar ella.
Por obvia que parezca esta reflexión, me encuentro metido en ella cada vez más en el transcurso de mi devenir profesional, identificando, en esta falta de escucha, el núcleo de muchos problemas y la fuente de casi todas las soluciones. Cada vez estoy más convencido de que si escuchásemos tan sólo el 20 por ciento de lo que nos dicen, acabaríamos con el 80 por ciento de nuestros malentendidos.
Cabe preguntarse si realmente hay algún interés en lo que normalmente se dice por la escasa atención que se presta. Porque, para que alguien te escuche, parece claro que ha de tener algún interés en aquello que tengas que decirle o has de despertar personalmente interés hacia cualquier cosa que puedas decir.
Lo que no tengo tan claro es que tengamos en cuenta que, una de las mejores maneras de despertar ese interés tan valioso, es escuchando. Ya que, con lo que gusta hablar, si hay algo a lo que no está la mayoría acostumbrada es a ser escuchada atentamente, y hacerlo despierta no tan sólo el máximo sino el mejor de los intereses.
Y es que realmente, por paradójico que parezca, para que te escuchen hay que hablar poco…