domingo, 27 de febrero de 2011

Venenos

Suele sucederme que a veces una idea me viene de manera recurrente y cobra sentido en contextos distintos en los que me encuentro. Dudo entre si es cada uno de estos contextos quien me sugiere la misma idea o simplemente se trata de que va reverberando y estoy sencillamente más atento a las oportunidades que tengo de drenarla. Aunque quizás me incline más por la segunda opción ya que soy poco dado a creerme ciertas sobrenaturalidades como podrían serlo el hecho de que situaciones dispares se alineen en torno a un mismo eje conceptual…mucha casualidad.

Últimamente, en distintos escenarios de trabajo ha venido a cuento el hecho de señalar a personas con las que colaboro la idea de que, en gran medida, el cansancio con el que se suele terminar la jornada laboral, no es un cansancio debido a hacer aquello que constituye el motivo del trabajo y que suele coincidir con lo que se sabe hacer, sino que es agotamiento mental, puro destilado de sufrimiento psíquico debido a la incertidumbre y tensión relacional con la que se regalan inconcebible y desconcertantemente las personas que trabajan juntas en una organización.

Estoy totalmente convencido de que hasta la composición del sudor debe ser distinta y que, frente a los efectos de lo que pudiera ser una jornada productiva, suelen fermentarse estas emanaciones frías y ácidas al olfato que se diluyen con todo tipo de reflexiones oscuras y amargas que invaden los sueños y que suelen ser la base y fuente de inspiración de estas pesadillas descafeinadas propias del adulto, más marcadas por la angustia que por el miedo.

Este es un hecho tanto más incomprensible en cuanto a que estas actuaciones que se dan en los entornos laborales no suelen beneficiar a nadie ya que repercuten de una manera demoledora en los pensamientos y en los sentimientos de cada uno, como un tóxico con el que se envenena, día a día, el único sentido que para un ser vivo debería de tener la vida.

Siempre me ha parecido curioso que muchos venenos, en pequeñas dosis, tengan efectos afrodisiacos por aquello de que lo mismo que te hace feliz puede llegar a matarte y también por lo contrario, es decir, que aquello que debería matarte, en dosis calculadas puede darte alguna que otra alegría. Pero este veneno relacional no produce ningún efecto psicótropo como no sea el de anestesiar nuestra consciencia e ignorar la pobreza mental en la que nos hundimos y en la que inevitablemente sumimos, la mayor parte de las veces muy poco a poco, a los que nos rodean.

sábado, 19 de febrero de 2011

Capacidad emprendedora y gestión del cambio

Sin cuestionar la importancia que para un proyecto de empresa tiene la viabilidad del proyecto en sí mismo, no creo que haya nadie que albergue la menor duda de que lo que realmente importa son ciertas cualidades, muy concretas, de la manera de ser de quien lo impulsa.

Y, aunque la razón tienda a disfrazarse de obviedad para lograr confundirnos con respuestas aparentemente tan lógicas como que esas cualidades son la ilusión o la capacidad técnica que requiere el proyecto emprendedor, todo aquel o aquella que ha emprendido sabe que una idea emprendedora es tan sólo un objeto delicado depositado sobre una mesa y que tiene más o menos posibilidades de salir adelante y no derrumbarse dependiendo de la solidez y disposición de las cuatro patas sobre las que se apoya.

Estableciendo un paralelismo con temas que vengo desarrollando de manera repetitiva en este blog, quiero llamar la atención sobre el hecho de que la subversión y la gestión del cambio en las organizaciones del sector público, que es en el que normalmente me muevo, dependen en gran modo de lo emprendedor que sea el directivo que se lo proponga y de que éste, como en el caso de la emprendiduría, tenga en su haber cuatro capacidades básicas:

Gestión del riesgo: Gestionar el cambio, tal y como sucede con el hecho de emprender, se sirve en un envoltorio de incertidumbre que requiere de quien lo lleva a cabo una inversión de recursos que quizás sean irrecuperables y no generen ningún retorno. Es de decir, hay la posibilidad de perder. Supongo que cuando se habla de la necesidad de estar “ilusionad@” se quiere hacer referencia a la utilidad de construir un espejismo que enmascare el vórtice de incertidumbre que pesa sobre cualquier iniciativa emprendedora o proyecto de gestión del cambio. Hay quien utiliza la expresión poco afortunada y sugerente de “tirarse a la piscina”, pero creo que es fundamental no confundir la gestión del riesgo con la temeridad ya que las iniciativas temerarias suelen estar inspiradas en la negligencia, el desconocimiento o en la autodestrucción.

Tolerancia a la frustración: Es sabido que todo requiere de su tiempo y que un proyecto de gestión del cambio, como un proyecto emprendedor, está sujeto al continuo ensayo y error y que sólo la persistencia de quien lo impulsa puede garantizar que este proceso no decaiga. La impaciencia, esperar resultados rápidos o la visión apocalíptica del fracaso suelen ser antídotos perfectos al espíritu del cambio o al emprender.

Búsqueda de recursos: Ser despierto, avispado y dinámico en la detección de fuentes de recursos es condición sine qua non para desplegar, como sucede en el caso de los proyectos emprendedores, cualquier proceso de gestión del cambio. Esperar lo esperable suele ser, cuando no es vender el alma al diablo, una inutilidad. Los recursos de la organización pocas veces están al servicio de ésta y cuando no es así suelen dirigirse a aspectos que no generen el más mínimo riesgo, es decir, a los habituales y ya conocidos. Habilidades del emprendedor, como establecer una buena red de relaciones y manejarse en la diversidad de alternativas de transacción para promover colaboraciones y apoyos, suelen ser también características de los líderes del cambio sin dejar de lado la importancia que, para optimizar y amplificar esta búsqueda de recursos, tiene hoy en día estar mínimamente puest@ en los avances tecnológicos que nos ofrecen las redes sociales. Perfiles autistas o ciertas fobias sociales disfrazadas de discreción, independencia o recogimiento suelen ser un mal pronóstico, tanto para una idea emprendedora como para cualquier propósito de impulsar el cambio.

Autonomía: Tomar decisiones por uno mismo sin buscar continuamente la aprobación de los demás suele ser el secreto que se halla en los procesos de cambio que se desarrollan con éxito y en el núcleo de la personalidad del verdadero emprendedor. La autonomía a la que me refiero aquí requiere de un yo fuerte, que no necesita de espejos externos para reflejarse, y suele ser como la poción necesaria para hacer frente a la presión organizativa que concentra todos sus esfuerzos en no perder el control a través de mecanismos o encantamientos tales como aupar la norma o la mutua dependencia que conlleva el gran valor de ser uno de los nuestros. Bien mirado, esta capacidad integra cada una de las características que se han desarrollado antes y podría ser la verdadera esencia de la subversión.

Me pregunto hasta qué punto esta reflexión puede [o debería] integrarse en cualquier evaluación sobre el desarrollo de un proceso de cambio, ya que parece flotar algo de irreal y de irresoluble en ese continuo concentrar la atención en las debilidades del proyecto, en la incompetencia o resistencia de los equipos o en las barreras de la organización. Sin menospreciar ninguno de los factores tradicionalmente imputados, quizás sería más eficaz [o al menos más aclaratorio] averiguar la solidez de la mesa en la que hemos depositado nuestro proyecto.


sábado, 12 de febrero de 2011

Palabras para una opinión.

Sostengo la hipótesis de que no nos formulamos automáticamente una opinión sobre las cosas sino que éstas nos generan multitud de sensaciones más o menos agradables que flotan en un continuo cotejo en nuestra mente y que son las que pueblan y dan forma a nuestra vida interior.

Cuando opinamos es como si etiquetáramos estas sensaciones en categorías, las ordenáramos en una melodía sintáctica y las convirtiéramos en palabras que vertimos en el marco de un escrito o en una conversación.

Al contrario de lo que se suele decir, no creo que nuestra mente esté poblada de discursos en una secuencia lógica, tal y como concebimos la lógica de nuestros discursos, si no que sólo formulamos opiniones cuando nos sentimos impelidos a ello o cuando, por ejemplo, lo necesitamos para aferrarnos a algo que le dé solidez a una identidad con la que queremos identificarnos y con la que queremos que nos identifiquen.

Opinar es algo que, por lo común, se intenta evitar en la medida de lo purista que sea uno con la cantidad de información que cree necesitar para ello, ya que la estructura sintáctica de la opinión queda en el campo de lo explícito, genera un compromiso y hasta puede convencernos a nosotros mismos mientras la emitimos. No sería la primera vez que me convenzo a mí mismo sobre algo determinado mientras estoy tejiendo ideas en un discurso en el marco de una conversación.

Opinar es a todas luces un esfuerzo en el que, como sucede con la escritura, podemos encontrar distintos tipos de adeptos y devociones, siendo la de no opinar u opinar a la ligera de las más practicadas por suponer el mínimo esfuerzo.

Por otro lado, denominar nuestra realidad ejerce un potente influjo en la manera de percibirla después y, si lo que decimos tiene el poder de transformar aquello sobre lo que opinamos, el proceso de convertir ideas [por no decir sensaciones] , en palabras [por no decir significantes], concentra muchísimo poder en el registro del que dispone cada uno y en la calidad del significante escogido. La falta de vocabulario o la tendencia a elegir palabras con connotaciones negativas constituyen, para mí, uno de los máximos peligros para la propia persona en lo que respecta a su salud psicosocial, sin tener en cuenta otros efectos colaterales.

Es por ello que quiero llamar la atención a aquellos que nos movemos en campos profesionales, donde levantar y agitar el limo conceptual de la mente de otros constituye parte importante del método utilizado, para que prestemos especial atención y cuidado en que aquellas palabras en las que se conviertan las ideas de nuestros clientes sean las más adecuadas, las más hermosas y las que generen mayores potencialidades en términos de utilidad.


viernes, 4 de febrero de 2011

Del espacio de cada uno o del cada uno y su espacio…

Hace nada que acabo de llegar de un periplo que me ha aportado, entre otras cosas, el poder entrar en contacto con casi un centenar de directiv@s de administraciones públicas de todos los tamaños, grandes, medianas y pequeñas, a través de sendas colaboraciones con el Instituto Nacional de Administraciones Públicas [INAP] y con el Colegio Oficial de Secretarios, Interventores y Tesoreros de Administración Local [COSITAL]. En todos los casos, he gozado a lo largo de estas actuaciones de la oportunidad de conversar con un colectivo altamente comprometido con el impulso y, sobre todo, con la esencia y fundamento de la organización a la que sirven.

Los temas que me llevan a estas acciones giran en torno al reconocimiento, integración y motivación de las personas, el establecimiento de mecanismos de diálogo y participación y la evaluación para el desarrollo de los equipos. Temas todos ellos que abordo, últimamente, desde la liquidez de las variables que caracterizan el momento actual y que me parecen de suma importancia si se pretende, ante temas tan complejos, optar por mecanismos que sean mínimamente útiles cuando se abordan en el seno de la organización.

La amenidad y fluidez de contacto con estos grupos suele estar, invariablemente, salpicada de cuestionamientos correctamente planteados sobre la posibilidad de abordar estos temas en clave de “actualidad”, estando como está la Administración Pública sujeta al consabido procedimiento administrativo que tantas cosas nos garantiza a cambio de impedirnos otras tantas...

Aunque no estoy en absoluto de acuerdo, vista la diversidad y riqueza de las actuaciones que se dan, en que bajo la categoría “Administración Pública” se identifique a un determinado tipo de organización con poca flexibilidad y capacidad de innovar en metodologías de trabajo, sí que aprecio que:

1. Más que de la tipología de organización [pública o privada] las posibilidades, al menos en la administración pública, van de la mano de las personas que se las proponen, encontrándonos con individuos que insisten incansablemente hasta erosionar y darle formas imposibles a superficies pétreas y también con personas que han encontrado una zona de confort en la cual resistir a la niebla de incertidumbre que va ocultándolo todo y que se niegan, con los mejores motivos y argumentos, a ceder un ápice de territorio a cualquier iniciativa por interesante, eficaz o eficiente que sea. Convengamos en que de ambas posturas son extremas mas de haberlas haylas

2. Hay un aspecto consustancial a nuestra cultura por el cual, una gran mayoría de personas, mientras recrean posibilidades van tejiendo paralelamente inconvenientes para así desecharlas y obtener como único resultado del enfriamiento y pérdida de ilusión consecuente, un convencimiento de que cualquier alternativa sólo es ciencia ficción o únicamente posible en la "privada"… es decir, ciencia ficción. Intento convencer de que antes del cómo viene el qué, de que cuando uno de verdad quiere, encuentra el puede, de que los objetivos determinan los recursos necesarios y no lo contrario pero…

3. …la batalla de los discursos está perdida. Por mucho empeño que le dedique a inflamar corazones, todo indica que éstos recuperan las pulsaciones en un instante, tal es la salud cardiovascular que caracteriza el tiempo que corre. El peso de la cultura organizativa y de lo que se supone que espera el que manda justifica la resignación sobre los modelos de trabajo y cualquier calamidad sufrida y compartida por el propio equipo. Pero a poco que se piense, esto no es del todo cierto sin dejar de ser verdad ya que siempre, siempre hay un escenario de responsabilidad en el que cada uno puede decidir cómo hacer las cosas. Un espacio en el que, mientras hayan resultados, nadie va a hurgar y de hacerlo, los resultados pueden rechazar cualquier intromisión. Siempre hay un momento donde poder se subversivos y es tan sólo desde la subversión donde se vencen las grandes inercias atenuado el riesgo de ser absorbidos por ellas.