Es una realidad que la formación, en el ámbito profesional, suele hacer hincapié básicamente en el cómo se deben de hacer las cosas, lo cual suele traducirse en una transferencia de teoría, metodologías y de experiencias exitosas que persiguen explicar, modelar, referenciar o inspirar actuaciones similares entre los participantes.
Dada la limitación general de tiempo, la necesidad de aprovechar al máximo la acción y el hecho de que el aprovechamiento se pueda reflejar rápidamente mediante su aplicación en el entorno de cada cual, este enfoque práctico suele ser, lógicamente, el más esperado y el que determina la estructura de la mayoría de la oferta formativa que se programa hoy en día.
Este modelo formativo, que ha demostrado ser eficaz -cuando está bien aplicado- en el desarrollo de habilidades técnicas e instrumentales y donde suelen entrar en juego aspectos básicamente cognitivos o manuales, no lo es tanto o no es suficiente cuando se trata de desarrollar otro tipo de capacidades en las que, además, se requiere que concurran aspectos emocionales e intrínsecos a la persona como los valores o el sentido que para el participante tiene aquello para lo que se está formando, los retos a los que se está enfrentando y la vida en general.
Así pues, supeditar el desarrollo de capacidades como la de “liderar” a la formación en técnicas, teorías y métodos es del todo insuficiente si no va acompañado de un ejercicio paralelo en el que se invite al participante a reflexionar y revisar aquellos aspectos que determinaran la utilización que se haga de estas herramientas. En liderazgo, como en casi todo en la vida, el “cómo se hace” viene determinado por el “qué se quiere hacer” y éste está absolutamente condicionado por el “quién lo quiere hacer”.
Las capacidades emanan de la persona y no del rol que ésta desempeña. Supuran de sus valores, de sus creencias, de sus miedos y de sus ilusiones, de lo que ha vivido, de lo que sabe, de lo que puede y de lo que quiere.
Estos factores conforman un núcleo de autoconocimiento a partir del cual cada persona debiera, en un contexto formativo, dibujar sus propios patrones y cortar, de todo lo que se le expone, aquellos componentes metodológicos y técnicos que mejor se ajusten a sus medidas, pero para ello deben tomarse primero esas medidas. Obviar este aspecto es caer en el prêt-à-porter formativo que todos conocemos.
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Ésta es la idea inicial de mi intervención en el marco del Seminario sobre Liderazgo y Gobernanza que, de manera regular, se viene impartiendo en la George Washington University y al que he estado invitado por el profesor Luis Raúl Matos, con quien tuve el lujo de disfrutar de su sensibilidad y preocupación por incrementar el valor de este tipo de acciones mediante mecanismos que doten de fluidez y permitan aprovechar y compartir el caudal de conocimiento y experiencia aportado por los participantes.
Manel: como siempre una dosis de sabiduría basada en tu experiencia, al fin y al cabo la única fuente de conocimiento sostenible que existe. El aprendizaje básico supone añadir nuevos contenidos a los uno ya tiene. El siguiente nivel pasa por revisar los que ya se tienen cuestionarse el paradigma (incluido uno mismo como paradigma) en el que tienen sentido. Y para llegar a la sabiduría no queda mas remedio que cambiar la forma de aprender. Si ese es el desafío que quieres plantearle a tus alumnos, despertarás muchas resistencias. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Eugenio, aunque con la cantidad de preguntas que me quedan por responder encuentro que me queda un poco “holgada” la palabra sabiduría. Espero que siga siendo así muchos años…;-)
EliminarEl comentario me ha permitido seguir pensando en algo que estoy escribiendo y a lo que le estoy dando vueltas hace tiempo. Fíjate que soy de los que piensa que al maestro [o al profesor, no me apetece entrar en disquisiciones etimológicas ni conceptuales] lo escoge realmente el alumno, lo cual cuadra con aquello de que no todos los que están, son los que realmente “son” y en que, en un escenario formativo, la cantidad de alumnos suela ser inferior a la de los que asisten a la acción formativa. De ahí quizás los esfuerzos de algunos docentes por “gustar” y amoldarse a la orografía de aquellas personas que asisten a su formación, aderezando y adornando sus aportaciones al margen del saber que quieren despertar, algo que alguna vez ya hemos comentado y que ninguno de los dos practicamos. Las resistencias tienen un sueño lábil y duermen con un ojo abierto, pocas garantías ofrece aquella formación que se esfuerza en mantenerlas dormidas …
Un placer verte por aquí Eugenio. Un abrazo!
Ahora viene otra parte,¿a qué valores nos referimos, valores cuantificables (beneficios económicos) o valores entendidos como cualidades y principios?, ¿los valores son coherentes? es decir, ¿los valores de las organizaciones son congruentes con los valores de las personas que trabajan en ellas?. Estas decisiones van a tener una gran importancia en cuanto a los comportamientos de las organizaciones teniendo en cuenta otras dimensiones que tienen que ver con la responsabilidad social, mucho mas ética y responsable. Dicen que los valores los tienen las personas que trabajan en las organizaciones y no éstas. Por eso es importante tomar conciencia de cuales son nuestros valores, creencias y principios y que tienen que ver lógicamente con nuestra conducta... Un tema muy interesante, que particularmente me encanta! Merçi
ResponderEliminarLos valores a los que me refiero [aquí y siempre] son aquellos que emanan de la persona a partir de lo que ha impregnado o impactado en su esencia desde su más tierna infancia determinando -de manera fundamental- lo que hace, el cómo lo hace y la vivencia de lo que está haciendo.
EliminarAl igual que tu creo que los valores son de las personas pero su reflejo en la cultura organizativa siempre está sujeto a la atención que le presten el/los líderes. A veces, [demasiadas] los únicos valores que se admiten y sobre los que se apoyan las reglas de juego son los de los que cortan el bacalao. Ya sabes que a menudo el tedio y la vivencia distante de la organización o negativa del trabajo se debe también a la necesidad de sobrevivir tragando con valores contrarios. Un tema complejo…
Moltes gràcies a tu, Josune!
Si el título me había parecido sugerente, tanto el post como la conversación han superado las expectativas. ¿Suena muy herético si digo que cada vez creo menos en eso del liderazgo? Me parece fundamental esto que señalas: • el sentido que para el participante tiene aquello para lo que se está formando, los retos a los que se está enfrentando y la vida en general”. Tiene razón Eugenio, el desafío, empezando por un@ mism@, es complejo, pero también esperanzador. Tu reflexión encaja muy bien con procesos que estamos afrontando.
ResponderEliminarAprovecho para agradecerte la metáfora que nos has regalado y que tan bien explica lo que nos está ocurriendo con el Proyecto Máscaras ;.) Un abrazo Manel.
Entiendo que te refieras a herejías… hoy en día, la mayoría de los conceptos que manejamos despiertan admiraciones e incluso adoraciones que desprenden sospechosos aromas sectarios. Trabajo en este tema y personalmente no me planteo si creo o no en él. Conozco líderes buenos [como ya te imaginas, menos de los que se autodenominan como tal] y situaciones que se han resuelto con liderazgos que ha emergido oportunamente y de la misma manera se han desvanecido cuando han carecido de necesidad. También conozco muchas, muchas situaciones que carecen del liderazgo que dicen tener. Por eso quizás el tema me atrae, porque creo que hay que bruñirlo, echándole un poco de aliento y dándole lustre hasta que recupere el brillo perdido de estar tanto tiempo expuesto.
EliminarDesde pequeño las metáforas son lo mío. Si les dedicase más cariño igual me sacaban de pobre ;-) A veces pasamos toda una vida cavando, buscando una patata que llevarnos a la boca sin darnos cuenta que el árbol que nos da sombra va cargado de manzanas…[Newton no fue uno de esos…;-))] Gracias a vosotr@s, Isabel, habéis hecho un buen trabajo. Un abrazo.