jueves, 17 de diciembre de 2015

Planificar o no, no es la cuestión

De joven, mis padres me regalaron una máquina de escribir, una Olivetti portátil con su estuche a juego. “Para toda la vida”, me dijeron, con lo que añadí a aquel estuche un trapito para retirar los rastros de tinta que se acumulaban en los tipos de las letras y, a la larga, tiznaba la impresión afeando el texto.

Porque en aquel entonces, las cosas, muchas que hoy serían impensables, solían ser para toda la vida. El largo plazo tenía sentido en un mundo que avanzaba poco a poco y los objetos eran sustituidos por otros más sofisticados tan sólo cuando se estropeaban y no había posibilidad de arreglo. Se trataba de un mundo donde había un zapatero en cada barrio y todos sabíamos dónde se encontraba.

Sin lugar a dudas, eran otros tiempos, los contratos indefinidos tenían sentido y era de lo más normal trabajar toda una vida en una misma empresa porque éstas se pensaban para durar siempre. La estabilidad era un valor, la previsibilidad era alta, el grado de incertidumbre muy bajo y las organizaciones planificaban muy a largo plazo. Denominar estratégico a algo concebido para ser alcanzado a los 4 o 5 años era ridículo, las estrategias se planteaban como mínimo a 10 años vista o más. Las ambiciones requerían tiempo y había tiempo; empresas como Sony se hallaban a medio camino de una visión planteada a cincuenta años vista en la que se proponía ser la primera empresa japonesa en invadir el mercado norteamericano con sus componentes y ya, por aquel entonces, hasta los pianos que se compraban en EEUU eran en su mayoría japoneses. Las cosas se conseguían con dedicación, tesón y esfuerzo.

Actualmente todo esto que expongo aquí, es pasado y se antoja muy antiguo. El mundo ha dado un vuelco y todo, nuestros objetos, relaciones, conocimiento o ambiciones se han vuelto líquidas; casi nada goza del tiempo necesario para cristalizar en algo duradero; pocas cosas son para toda la vida, la obsolescencia es programada, el nivel de incertidumbre respecto al futuro más inmediato es muy alto y el pasado reciente adquiere tiznes de remoto con más rapidez. La caducidad, como tal, se ha instalado en nuestra cultura, tanto es así que definir el momento actual como “momento” se hace extraño, ya que no parece tener nada de coyuntural: el cambio ininterrumpido ha dejado de ser una reacción a los acontecimientos para pasar a ser un valor y un fin en sí mismo.

Para el management tradicional, este nuevo período instalado en el cambio constante ha sido devastador y en estos últimos años se han replanteado principios, conceptos y métodos largamente calcificados que se creían robustos y consolidados. El de la planificación ha sido uno de ellos.

Efectivamente, la dinámica de los escenarios actuales ha llevado a dudar del sentido de seguir hablando de estrategia y planificación estratégica en un momento insondable en el que cualquier futuro está capturado por la intensa dinámica del presente y en el que éste sucumbe constantemente a la urgencia más inmediata [Innerarity, 2009]. En este contexto no son pocos los que ven en la Planificación una herramienta totalmente desfasada en un momento en el que se requiere estar atento a multitud de variables que emergen inesperadamente de ese entorno cambiante, transformando cualquier escenario, estimulando nuevos deseos, obligando a reformularse continuamente los propósitos y el modo de conseguirlos. Y, seguramente, no les falta razón.


Pero este desfase quizás no deba atribuirse a la Planificación como herramienta sino al propósito con el que ha sido utilizada, verdadero responsable de los métodos a partir de los cuales normalmente se desarrolla.

La capacidad del ser humano para elaborar teorías y avanzar acontecimientos se halla en la base de la ansiedad que a éste le produce la incertidumbre y en la consecuente necesidad de determinar un futuro en el que seguir viéndose. Un aspecto que parece estar atávicamente relacionado con la supervivencia y que se ha transferido de manera natural a cualquier ámbito ya sea este personal, interpersonal o grupal.

Desde cómo satisfacer nuestras necesidades más inmediatas como, por ejemplo, comer, hasta dónde queremos estar o hacer en nuestro futuro más remoto, cada cual se puede encontrar en este continuum, en un punto o a todo su largo. En este sentido, hacer planes, puede considerarse algo totalmente natural y el hecho de que éstos sean a corto o a largo plazo, como un aspecto mucho más cultural o de coyuntura.

La clave está en que la Planificación, como casi todo en estos tiempos, también debe cambiar y si su propósito es el de reducir la incertidumbre entonces ha de amoldarse, en su diseño, a la alta mutabilidad de este entorno tan dinámico, aumentando los mecanismos de vigilancia y flexibilizando la rigurosidad con la que hasta ahora se ha investido a los objetivos.

No es natural que nosotros envejezcamos ante el espejo y nuestros planes [en el mismo espejo] sigan teniendo siempre la misma apariencia. Un plan debe de ser orgánico y madurar en todas sus facetas reflejando en su piel el paso del tiempo. No son los planes los que han de cambiar sino los mecanismos de seguimiento y control que determinan los criterios y el modo para transformarlos.


Pero el valor de un plan no estriba en sus objetivos. Hay que recordar que planificar no es otra cosa que establecer la ruta a seguir entre una situación actual y una posición deseada. Los objetivos son el Cómo pero no el Por Qué. Ningunear el propósito del plan, este futuro deseado para centrarlo todo en los objetivos, es una de las herencias más tóxicas que nos han legado los ”viejos tiempos”; ha sido el responsable de la poca atención que se le ha prestado a establecer una Meta que dote de sentido a lo que se hace, aquello a lo que tenía que responder el concepto de Visión y que, en la práctica, ha acabado siendo una bonita frase, generalmente vaga y de dudosa utilidad.

El poder motivador, tractor de este Futuro Deseado, es el aspecto más importante de la planificación y el más indicado en un momento en el que la incertidumbre y el componente arbitrario que conlleva puede ahogar a las personas en sus propios miedos si éstas no encuentran algo a lo que asirse y que dote de sentido a su actividad y a sus vidas. No es una idea nueva, Viktor Emil Frankl lo expuso de manera elocuente al reflexionar sobre el determinante principal por el que algunas personas, en la misma situación y al margen de sus condiciones físicas, sobrevivían a entornos tan inciertos como los de un campo de concentración. Vale la pena revisar esta documentación.

Otro gran cambio que ha de experimentar la planificación es, pues, invertir los términos y dedicarle atención y tiempo a elaborar una Modelo de Futuro que incorpore aquello en lo que nos queremos convertir HOY como organización, en el que además podamos identificarnos como las personas o los profesionales que queremos llegar a ser y que [eso es importante] lleve incorporado un mecanismo para su transformación, por si MAÑANA cambiamos de opinión y nuestro deseo se desplaza hacia otros motivos, hasta ese momento, insospechados.


10 comentarios:

  1. Hubo un tiempo en que parecía que ya nadie necesitaba necesitar arreglar zapatos… y sin embargo resurgen, me refiero a los zapateros, incluso ahora conozco también a una zapatera muy marchosa :-)

    De las estrategias a 50 años para “invadir” un mercado al envío de drones para destruir en segundos lo que ha llevado años o siglos construir. No es de extrañar que la caducidad se haya instalado en nuestra cultura. Siempre me ha impactado esa expresión tuya del futuro capturado por el presente.

    Remezclo algunos subrayados que me han sugerido para reflexionar sobre la percepción del tiempo: “La estabilidad era un valor, las cosas se conseguían con dedicación, el tesón y el esfuerzo. Las ambiciones requerían tiempo y había tiempo”. Me lleva a preguntarme si este sentir generalizado sobre la falta de tiempo no será la (auto)excusa para encubrir que lo que de verdad nos falta es la ambición, la de verdad, no la de las cosas materiales.

    Impecable el post Manel, tanto el enfoque como el desarrollo. No falla la herramienta sino el cómo la usamos. Y probablemente también el no llegar a al suficiente grado de maestría en su uso porque, claro… nos falta tiempo.

    Petó!

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    1. Da que pensar esto que dices Isa, ese encubrimiento de la falta de ambición. Me has llevado a un post que escribí hace tiempo en el que comentaba que hoy en día no se proyectaría la construcción de una Sagrada Familia ya que nadie proyecta nada que no pueda ver terminar ni –yendo más lejos- nada que requiera toda una vida. Todos los proyectos han de ser posibles en el marco vivencial de la persona que los idea y lleva a cabo, han de poder ser disfrutados por ella y/o contribuir a la creación de un currículum personal. Siempre ha habido una parte de necesidad de reconocimiento en cualquier proyecto que se desarrolle pero me haces pesar en quizás no se trate tanto de una falta como de un desvío de “toda” esa ambición a la construcción de una imagen, de ahí que quede desierta esa ausencia de aportaciones que delatas.

      Ese subrayado que destacas, podría traducirse al nuevo marco referencial que abres con ese comentario: La estabilidad NO es un valor, ALGUNAS cosas requieren dedicación, tesón y esfuerzo. ALGUNAS ambiciones requieren tiempo y NO tenemos tiempo.

      Muchas gracias, Isabel. Un petó :)

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  2. Muy interesante tu reflexión Manel! Como siempre arrojando luz.

    Una pregunta que me hago últimamente es si estamos en un nuevo escenario o si simplemente ya no hay escenario. Igual ya estamos bailando sin música, no? Es decir, el nuevo escenario como dices vendría a ser que "el cambio ininterrumpido ha dejado de ser una reacción a los acontecimientos para pasar a ser un valor y un fin en sí mismo." Igual no tenemos ni que adaptarnos a esas nuevas reglas del juego sino que directamente estamos practicando otro deporte y que carece de sentido empecinarse en reformular herramientas antiguas (como la planificación) cuando ya tendríamos que centrar esfuerzos en buscar algunas nuevas.

    Como mínimo a corto plazo, como con el juego de aprender, reaprender y desaprender, lo que debemos trabajar es a planificar, replanificar y desplanificar. Ya habrá tiempo para pensar si tiene sentido o no.

    Un abrazo!

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    1. Tal cual, Robert. Aprovechando tus metáforas, la situación actual es parecida a la de pasar de una música tonal a otra atonal, en la creencia de que música siempre hay o al menos eso cree el cerebro humano que para todo necesita una explicación y todo lo relaciona. La metáfora de la música atonal para describir ese momento actual, no está mal.

      La adaptación que parece exigir los tiempos actuales es la del Tuareg, habitando el propio tránsito, sin buscar un lugar definitivo.

      En cuanto a la planificación, yo la entiendo en dos vertientes: como un concepto y como una herramienta.

      Sostengo que la planificación “concepto” no caduca, como no lo hace cualquier actividad humana dirigida a la supervivencia. Ya sea en el futuro inmediato o en el largo plazo, las personas necesitan prever que van a hacer y dotar de sentido a sus vidas.

      Lo que considero desfasada es la planificación “herramienta” tal y como la conocemos hasta ahora. Es evidente que requiere de una revisión en el sentido de hacerla realista antes esta “atonalidad” y útil para los “tuareg”. Algunos ya hemos introducido en algunos proyectos variaciones en el método y estamos intentando planificar en “beta”.

      Un abrazo muy fuerte, Robert y felices fiestas :)

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  3. Hola Manel,
    ante un escenario nuevo que cambia la experiencia subjetiva y vital del tiempo y la relación que la sociedad tiene con las horas veloces, creo que es mucho más interesante si en lugar de centrar el foco de atención en el sentido y la necesidad o no de la planificación, miramos a otras cuestiones que tú muy bien planteas al final de tu reflexión: “El valor de un plan no estriba en sus objetivos”, “los objetivos son el Cómo (o tal vez el para qué) pero no el Por Qué? No confundir unos con otros y no perder ese horizonte (tal vez es más fácil caer en ello en estos tiempos líquidos) se me antoja que debe ser una de las claves de un buen planificar. Y claro aquí entran dos elementos que están muy ligados entre sí: por un lado los valores y la visión, como tan acertadamente señalas tú, y por otro lado un análisis de la función que estas prisas tienen en el comportamiento de las personas. Es decir, ¿esta falta de tiempo es siempre una causa o más bien una de las razones (una excusa) que nos damos y nos sirve para ocultar esa falta de ambición, de sentido o de (re)conocimiento de la propia visión y valores?, como tan acertadamente señala Isabel.

    No creo que la cuestión sea planificar o no planificar, de alguna manera tú lo apuntas en tu reflexión, planificar es consustancial al ser humano como lo es respirar; aunque se necesite un respirar muy diferente a nivel del mar que en el Aconcagua, o tumbado en el sofá que haciendo una media maratón. Desde que nos levantamos no dejamos de planificar. Con las palabras podemos jugar como se quiera, y esto es un gran ejercicio y puede estar muy bien, pero algunas cosas carecen de fundamento lógico. Por ejemplo, aprender, reaprender, desaprender o aprender a aprender, solo quieren decir lo mismo: aprender, Planificar, replanificar o desplanificar, solo quieren decir lo mismo: planificar. Una planificación más abierta, que pueda y sepa acoger las incertidumbres y los imprevistos es también planificación. Sólo aquellos que han trabajado en profundidad en un tema, que lo hayan preparado, que lo conozcan y lo hayan planificado a conciencia son capaces de improvisar con éxito y disfrute, dejando a un lado lo planificado inicialmente. Sólo los grandes músicos, los que han trabajado y ensayado muchas horas, son capaces de hacer buen jazz.

    Gracias Manel, me ha parecido un post estupendo y muy nutritivo, un abrazo

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    1. El tema de la “falta de tiempo” es todo un tema. Con Isabel lo venimos comentado desde hace “tiempo” y cada vez que se aborda adquiere una nueva dimensión. Todo parece indicar que se trata de un tema poliédrico, determinado por múltiples factores: impaciencia, prisas, el valor de la ejecución, le comentaba ahora la necesidad de acumular pequeños éxitos, aunque sean frugales para realzar el yo, colocado en estos tiempos en el centro de cualquier actuación; la sobre-estimulación por un presente tan cambiante e inalcanzable que no necesita de futuros, etc., en fin, un tema que bien merece un trabajo a fondo y “con tiempo” ;)

      Creo que, en este sentido, es más importante que nunca que, desde la consultoría, se contribuya a la salud y al futuro de la organización trabajando este tema del tiempo y buscando traducir en hábitos corporativos aquella expresión del “vísteme despacio…”. En cómo se aborda este tema: ya sea sucumbiendo a las prisas y vendiendo inmediatez o contrarrestando esta tendencia para instalar a la organización en un camino de crecimiento y sostenibilidad [arriesgándose a perder el proyecto] es donde, actualmente, se puede distinguir la buena consultoría de la que no lo es. Es una opinión, claro.

      Gracias a ti, Manuel, por añadir más elementos y complementar el post. Un abrazo y felices fiestas :)

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  4. Acabo de llegar al blog. Muy interesante tu post. Y muy interesante que estés leyendo "El error de Descartes". Creo que es un libro que todos deberiamos leer. Una gran lucidez la de Damasio.

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    1. Muchas gracias Maripaz, espero que lo que comparto en este blog pueda ser de tu interés.

      Coincido contigo, Damasio, además de un clásico sigue siendo una fuente de criterios para poder discernir entre tanto ruido psicologista y neurocientífico como el que abunda en estos tiempos.

      Un saludo cordial,

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  5. Interesante como siempre, un fuerte abrazo.

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